Faya Dayi 8 Puntos
Etiopía/EE.UU./Catar, 2021
Dirección y guion: Jessica Beshir.
Duración: 120 minutos.
Estreno en MUBI.
“Estamos donde Alá quiere que estemos”. La frase es pronunciada al comienzo de la opera prima de Jessica Beshir, largometraje documental filmado en su totalidad en la Región Harar, en el este de Etiopía. Más allá del determinismo ligado a cuestiones religiosas y filosóficas, las palabras tienen también un segundo sentido muy concreto: los protagonistas de Faya Dayi, en particular los más jóvenes, parecen obligados (¿condenados?) a seguir un camino impuesto por sus antepasados, la sociedad y la precaria situación económica. La economía es precisamente uno de los protagonistas tácitos del film, concentrado en la cosecha, embalaje artesanal y venta de las hojas de khat, planta con poderes psicoestimulantes que es mascada en varios países del Cuerno de África desde tiempos inmemoriales.
Arma de doble filo, el khat es utilizado como elemento que favorece la meditación en rituales trascendentales sufistas, pero es también una vía de escape a los problemas cotidianos, desde los más complejos a los más banales. “Su carne está presente, pero su alma se ha ido”, dice Mohammed, un chico de catorce años y lo más parecido a un protagonista, sobre su padre, quien todos los días se ”escapa” gracias a un puñado de hojas masticadas al atardecer. Beshir es hija de padre etíope y madre mexicana; nació en México pero fue criada en África, antes de regresar durante la adolescencia a su país natal e iniciar los estudios cinematográficos en Estados Unidos. En varias entrevistas afirmó que la película estuvo marcada por el impacto del primer retorno al país de su padre. Un país que, a diferencia del abandonado un par de décadas atrás, cuando el régimen del Derg alcanzaba su pico de represión y brutalidad, ahora aparece dominado por el comercio del khat, como si fuera lo único que existiera sobre la tierra.
Un estado de ensoñación cercano al trance audiovisual contagia cada una de las imágenes en prístino blanco y negro que integran Faya Dayi, que no puede ser definida como un documental narrativo en sentido estricto. Algunos espectadores podrán hallar un tanto frustrante la falta de contexto –geográfico, cultural, histórico–, pero es claro que las intenciones de la realizadora distan, y mucho, del simple didactismo y la exposición de datos duros. Sin embargo, un tema preciso recorre las conversaciones de los jóvenes que aparecen en pantalla: la posibilidad de iniciar una nueva vida en Europa, aunque para ello deban echar mano a recorridos tan ilegales como peligrosos. Dos muchachos conversan sobre esa posibilidad, sueñan con una nueva vida alejada de los mandatos familiares, del khat como único modo de subsistencia. Es un contrapunto a los ritmos que los rodean, repetitivos e infinitos –armar atados, separar las hojas, subir y bajar los paquetes de los pequeños camiones que los trasladarán a otros puntos de la ciudad–, que terminan destilando una sensación de desazón resignada.
Las conversaciones de Beshir con sus sujetos fueron reconvertidas en voces en off; gracias al poder evocador del cine, las imágenes robadas a la realidad son revestidas de un tono impresionista, por momentos casi onírico ¿Simulación del estado mental promovido por las hojas de khat? Ensayo poético al tiempo que reflexión sobre un estado social y humano de las cosas, Faya Dayi, justa ganadora del Gran Premio del jurado en el festival especializado Visions du Réel, se impone como una aproximación personal a un pueblo atrapado entre la pobreza y la falta de expectativas, a las cuales una nueva generación comienza a imponerle tibiamente la posibilidad de la esperanza.