Desde París
Durante varias décadas, la izquierda francesa vivió una suerte de idilio y fascinación permanente con la izquierda de América Latina, sea la de tradición revolucionaria o la más socialdemócrata. El idilio se acabó a partir de los años 90 con las mutaciones de la misma izquierda francesa, es decir, cuando la gauche dejó de ser realmente de izquierda y el Partido Socialista francés se convirtió al llamado social liberal. Los ideales se diluyeron en los índices bursátiles y la indiferencia mutua se interpuso en la luna de miel de antes con tanta fuerza que a ninguna de las dos parecía importarle la otra. La izquierda francesa dejó de dar signos de convicción al tiempo que conservó ese perfil paternalista tan molesto como injustificado.
En 2013, el entonces ministro francés de Relaciones Exteriores, el socialista Laurent Fabius, viajó a Colombia. En Bogotá se encontró con quien era en ese momento Intendente de Bogotá, el actual presidente Gustavo Petro. El matutino Libération cuenta que durante ese encuentro Petro le dijo a Fabius: “hace mucho tiempo que, en Francia, no entienden lo que está pasando en América Latina. Tampoco es tan grave porque a nosotros la izquierda francesa tampoco nos interesa”.
América latina como ejemplo
Pese a ello, siempre persistió en Francia un núcleo de la izquierda que seguía muy de cerca los cambios profundos que se estaban produciendo en América latina y que conservaba sus lazos emocionales e ideológicos con una América latina que fue y sigue siendo una fuente de inspiración para la izquierda francesa: las izquierdas latinoamericanas ganan en contextos muchos más difíciles que el francés, las izquierdas francesas pierden calamitosamente o se suicidan políticamente con sus cambios de orientación (Partido Socialista) y sus disputas destructoras.
En ese contexto, es lícito reconocer que si hay alguien que permaneció fiel y muy inspirado por las izquierdas latinoamericanas es el líder de Francia Insumisa Jean-Luc Mélenchon: Argentina, Ecuador y México han sido para Mélenchon semillas de sus sucesivas propuestas electorales. Mélenchon considera que América Latina fue “la primera en romper la cadena del neoliberalismo”. Lejos de los romanticismos guevaristas, la izquierda latinoamericana siempre le mostró un camino posible a la francesa, y no al revés.
En 2012, en una entrevista realizada por PáginaI12 en París, Mélenchon decía: “En realidad, mis modelos los tomé de América Latina, me he inspirado en lo que pasó allí. Por ejemplo, el Frente de Izquierda es una fórmula política que liga a partidos muy diferentes. Ahora tenemos hasta ecologistas oriundos de la franja más radical. En el mismo Frente tenemos partidarios del no crecimiento, partidarios del crecimiento y comunistas. Todos llegaron a encontrar cuál era su intersección común. En este caso, el modelo que puedo evocar es el Frente Amplio de Uruguay. (…) La revolución ciudadana es un proyecto federador porque incluye la idea del poder ciudadano. Esa palabra permitió hacer converger tradiciones revolucionarias muy distintas. Pues bien, esa idea la tomé de Ecuador. La manera de enfrentar el sistema de los medios de comunicación la tomé de Néstor y Cristina Kirchner. Aquí, en Francia, me atribuyeron ese estilo a mi malhumor, a mis dificultades, pero en realidad no es así: ellos me manipulan y yo los manipulo. Ahora los tengo a puro pan seco, igual que hicieron el ex presidente Néstor Kirchner y la presidenta Cristina Kirchner. En suma, me inspiro mucho en la tradición revolucionaria de América latina. Nuestra consigna es: ¡que se vayan todos! Esa consigna la saqué de la crisis argentina de 2001”.
De la revolución cubana a Allende
La relación o los imaginarios que alimentaron a la izquierda francesa se pueden dividir en varias épocas: una que va de la Revolución cubana al golpe de Estado en Chile. Por un lado, en ese periodo parte de la izquierda francesa rompió con el castrismo por el respaldo de Cuba a la invasión de Checoslovaquia por las tropas de la Unión Soviética (1968) y, posteriormente, por el juicio al poeta Heberto Padilla (1971); por el otro, en ese periodo se sitúa el reinicio de la fascinación cuyo punto incandescente fue la elección de Salvador Allende en Chile. Se trató de una verdadera revelación para la izquierda francesa, en particular para los socialistas, porque probaba que la victoria era posible.
La historiadora Judith Bonnin recuerda que” la elección de Salvador Allende demostró que una izquierda unida podía ganar una elección dentro del contexto de la Guerra Fría”. La otra fase se extendió durante los años de la dictadura, hay una tercera que se activa con el fin de las dictaduras y una cuarta llena de entusiasmo que cubre las primeras elecciones democráticas después de los golpes de Estado.
De Kirchner a Petro
La quinta empieza con los años post liberales, es decir, con las victorias de Néstor y Christina Kirchner en Argentina, de Chávez en Venezuela, de Lula en Brasil, de Rafael Correa en Ecuador, de Evo Morales en Bolivia, de Tabaré Vázquez en Uruguay, del Obispo Fernando Lugo en Paraguay y del candidato del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (ex guerrilla) en el Salvador como presidente del país.
La última etapa se reconfiguró ahora con la victoria del peronismo en la Argentina, la muy probable victoria de Lula en Brasil, la elección en México de Andrés Manuel López Obrador, de Gabriel Boric en Chile y, sobre todo, la de Gustavo Petro en Colombia. Estas tres últimas se obtuvieron en terrenos muy duros, trágicos e inamovibles, dominados por derechas criminales, a través de pactos entre movimientos más jóvenes, ecologistas y donde la presencia de mujeres es abundante.
El lugar de Mélenchon
El paso decisivo en la percepción de la izquierda latinoamericana lo dio, una vez más, Mélenchon cuando, a diferencia de otros dirigentes de la izquierda francesa, dejó de ver a América Latina como un “lugar ideal” y metafórico, un laboratorio, para, más bien, copiar sus ejemplos exitosos. En 2007, Mélenchon rompió con el Partido Socialista en cuyo seno lideraba una corriente contestataria. Lo hizo a través de un libro (En quête de gauche) en el cual, precisamente, ya ponía a América Latina como “el puesto de avanzada de la izquierda en el mundo”. América Latina ha sido un “rehidratador” de las ideas de la gauche francesa y, también, un regulador de sus relaciones de poder internas.
En los años 80, cada vez que el difunto presidente socialista François Mitterrand (1981-1995) tenía un problema serio con su izquierda lo arreglaba con un viaje o un gesto centrado en América Latina. A veces eran gestos puramente oportunistas, otras, en cambio, decisiones que cambiaron la historia como cuando, junto a México, Mitterrand pidió en la ONU que el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional sea tratado como un interlocutor político pleno y no como un mero grupo guerrillero porque constituye “una fuerza política representativa” (agosto de 1981). Aunque parezca poco, en aquellos años cruentos de las guerras en América Central y del reaganismo naciente en Estados Unidos el gesto franco-mexicano desempeñó un papel importante en lo que ocurriría después (Acuerdos de Paz).
Ecologistas y socialdemócratas desconcertados
Hoy, pese a la progresión espectacular del progresismo en América Latina, el consumo de los imaginarios es paradójico: las izquierdas latinoamericanas se emanciparon de la mirada europea y siguieron sus propios caminos mientras que las izquierdas francesas, exceptuando la de Jean-Luc Mélenchon, solo se miran el ombligo y los fracasos. A los simpatizantes de la izquierda francesa les emociona la evolución de sus hermanas latinoamericanas, a las dirigencias no les importa. Los ecologistas ni siquiera le dedican tiempo a observar (Chile, Colombia) el cómo y el porqué de dos victorias con la que ni ellos sueñan en Francia. Los socialistas ya han traicionado hasta los recuerdos y pese a ello, en lo que atañe a Chile, celebraron la existencia de una “izquierda renovada”. Durante la última campaña electoral, la candidata a la presidencia del PS y actual Intendenta de París, Anne Hidalgo, dijo “cuando se es de izquierda una parte de nuestro corazón está en América Latina”.
Muy poco para tantas pasiones pasadas. Y sin embargo, allí donde se mire, no hay, hoy, otro ejemplo semejante al de las izquierdas latinoamericanas. A las europeas nos les interesa mirar muy de cerca. Es muy probable que en esos éxitos vean las aguas oscuras de sus propios y permanentes fracasos y traiciones. Jean-Claude Dupont, un militante de Francia Insumisa en los barrios difíciles del Norte de París, admite que,” fuera de Mélenchon, socialistas y ecologistas me han decepcionado. La dirigencia socialista da ganas de llorar. Está lejos de nosotros y de sus militantes. No hay vuelta posible, cuando se es de izquierda siempre se tiene un Che Guevara grabado en el corazón”.
El camino latinoamericano
Como en casi todos los demás medios de Europa, las victorias de las izquierdas latinoamericanas dieron lugar a editoriales moralistas, llenos de consejos paternalistas, de advertencias y plagados de horizontes tapados. La derecha, a su vez, perdió su referente: ya no puede decir que la izquierda latinoamericana es chavista. Y los socialistas tampoco pueden ya exponer ese argumento para restar influencia a su ala izquierda.
Sólo Jean-Luc Mélenchon ha mantenido viva la llama de una relación y de una articulación entre las dos izquierdas. Los éxitos que Francia Insumisa obtuvo en Francia se tejieron según el modelo latinoamericano. De Argentina hasta México, las izquierdas de América Latina tienen mucho más para decir y mostrar a las de Francia que estas a ellas. La relación se ha invertido y en ese cambio los ecologistas y los socialdemócratas se quedaron mudos.