En ¡Nop! lo shyamalanesco no quita lo peeleiano. Porque si bien es cierto que en su entramado de ciencia ficción, devenida fantasía aventurera desbocada, pueden rastrearse elementos presentes en varios títulos del director de Señales, el tercer largometraje de Jordan Peele exuda sustancias que el indio-americano no suele ofrecer ni siquiera bajo presión: ironía y un sentido lúdico de la autoconsciencia. En realidad, ¡Nop! (particular pero en el fondo fiel traducción del original Nope) abreva en decenas y decenas de relatos sci-fi en el cual la llegada de seres de otro planeta amenaza con extinguir la vida humana, ya sea la de un puñado de personajes o bien de la humanidad toda. Esas fuentes van de la novela seminal La guerra de los mundos a los encuentros cercanos del tipo que fueren, pasando también por toda la bibliografía ufológica y sus mitos fundantes. En el comienzo, sin embargo, cuando ¡Nop! abre sus cortinados, no hay enanitos verdes ni platillos voladores, sino un mono. Un chimpancé que parece el ser amo y señor de un estudio de televisión. Un par de cosas llaman la atención: los brazos ensangrentados del animal y las piernas extendidas e inmóviles de una mujer, tirada en el piso del set. Algo malo, muy malo, acaba de ocurrir durante la grabación de un show, pero la película recién enlazará el presente de uno de los personajes con ese terrible pasado muchos minutos después. Hay otros animales en el film de Peele, sobre todo caballos, esos animales nobles que le han aportado al western (en otras palabras, a Hollywood) varios ladrillos indispensables para su construcción. Filmada en formato analógico de gran anchura –como gustan hacer Quentin Tarantino y Christopher Nolan, entre otros amantes incondicionales del celuloide–, ¡Nop! llega a las salas de cine el próximo jueves 25 de agosto, una nueva incursión (que también es reinvención y relectura) en el cine de género surgida de la mente del director de ¡Huye! y Nosotros. En este caso el horror, más allá de estar presente en algunas escenas, le cede el sitial de honor a la ciencia ficción y la aventura, y el británico Daniel Kaluuya, inolvidable protagonista de la ópera prima de Jordan Peele, vuelve a ponerse a las órdenes del cineasta para encarnar a un domador de caballos dedicado al show business y enfrentado a un depredador tan insospechado como vehemente en la persecución de sus instintos.
En el segundo prólogo de la película, O.J. Haywood (Kaluuya) lleva a cabo las típicas faenas que rodean la crianza de caballos junto a su padre, un legendario entrenador equino, fundador de una pequeña pero rendidora compañía dedicada a alquilar animales en el negocio del espectáculo. El quiebre de la normalidad es súbito y espectacular: nubes extrañas, un veloz objeto que se mueve entre ellas, gritos ¿humanos? recorriendo el cielo (el sonido envolvente es indispensable en la experiencia del último Peele) y, de pronto, una lluvia de objetos de metal que cae sobre los campos del rancho familiar, ubicado en el sur de California, en el Valle de Santa Clarita. Con tanta mala suerte que uno de esos proyectiles, una llave común y silvestre, lastima a uno de los caballos estrella, Fantasma, y otro aún más contundente atraviesa el rostro de papá Haywood, hiriéndolo mortalmente. El trauma de la muerte atraviesa a los personajes de ¡Nop!; muertes absurdas, imposibles, ideales para un programa de tevé del tipo Aunque usted no lo crea. El evento sobrenatural, que más tarde se revelará como eructo intergaláctico, da pie al centro narrativo, que gira alrededor de la orfandad de dos adultos: la de O.J. (por cierto que hay un chiste dedicado a esas siglas) y la de su hermana menor, Emerald (Keke Palmer), nuevos responsables a la fuerza de la empresa. El set moderno que aparece en pantalla incluye una de esas ubicuas pantallas verdes de chroma y, antes del comienzo del rodaje, la presentación de Emerald –todo un pitch empresarial encubierto– regresa a la prehistoria del cine, a la invención del inglés Eadweard Muybridge, el zoopraxiscopio. Y a su primer registro de imágenes en movimiento: un jinete cabalgando sobre un caballo de carrera, corolario científico de una apuesta entre dos prominentes personalidades de la política y los negocios americanos del siglo XIX. Los hechos destacables, más allá de la anécdota en sí misma, son el color negro de la piel del jinete (dato real, histórico) y su filiación directa con la familia Haywood (pura invención del guion). A pesar de ese detalle, y a diferencia de ¡Huye! y Nosotros, ¡Nop! no hará de las tensiones raciales un eje central de la historia, una primera vez en la carrera de Peele como cineasta.
“¡Nop! se fue convirtiendo en un meta relato muy rápidamente”. La autoconsciencia de su última película es evidente desde el vamos, pero las palabras del realizador en una entrevista publicada por la agencia Associated Press lo deja aún más claro. “Hacer una película es básicamente perseguir lo imposible, tratar de embotellar algo que no existe. Me inspiraron films como King Kong y Jurassic Park, que tratan sobre la adicción humana al espectáculo, y también su presentación pública y monetización. La parte ‘meta’ tiene que ver con el hecho de estar comentando esa noción y, al mismo tiempo, utilizarla, tratando de crear algo que la gente no pueda dejar de mirar”. La mirada es esencial a la forma en la cual Peele construye la trama: el caballo se ve a sí mismo reflejado en un espejo y se desboca, soltando una coz de peligrosa potencia; la estrella infantil se oculta bajo la mirada de la entrañable mascota convertida en bestia salvaje; los humanos observan con los ojos desnudos y otros tipos de instrumentos ópticos lo que escapa a su comprensión; hacia el final, los protagonistas advierten que su mirada no debe cruzarse con la de aquello que parecía indescriptible, innombrable. El deseo de registrar para la posteridad una imagen que escapa a la lógica, a la realidad conocida, pone en acción otros aparatos inventados por el hombre, y la caída de la ayuda electrónica –otro de los abecés de la ufología– termina desviando el esfuerzo hacia el terreno de lo analógico. La cámara IMAX original, que con sus 65mm de altísima definición es transmutada en la más engorrosa de las Bolex, pura energía manual impulsando los engranajes, pone a su vez un espejo delante de la propia hechura de la película, que irónicamente es exhibida en casi todas las salas de cine del mundo en formato digital. En las notas de producción, dentro del apartado personal y bajo la forma de una carta de intenciones, Jordan Peele escribe que su idea era “hacer una gran película estadounidense de ovnis, una película de horror sobre platillos voladores. Tratando de ir más allá, lograr quizás la quintaesencia del género, algo que es laborioso y difícil, porque tiene un lienzo enorme que debe tenerse en cuenta: el cielo. Encuentros cercanos del tercer tipo fue una gran influencia, por su alcance y visión, pero sobre todo por la capacidad de Steven Spielberg de hacernos sentir que estamos en presencia de algo de otro mundo. Esa experiencia inmersiva era algo que también quería lograr, desesperadamente. Sin embargo, en ese género, se le suelen aplicar todas esas maravillosas cualidades a alguna civilización alienígena avanzada. Pero ¿y si la verdad es mucho más simple y oscura de lo que podríamos imaginar?”.
“Y echaré suciedad sobre ti; te cubriré de deshonra y haré de ti un espectáculo”. La cita bíblica, perteneciente al Antiguo Testamento, abre ¡Nop! con una monición que, juzgada desde esa perspectiva, adquiere dimensiones casi apocalípticas. Al menos para los habitantes de la despoblada zona donde viven los hermanos Haywood y su vecino Ricky (el coreano-americano Steven Yeun, protagonista del film estadounidense Minari y la genial Burning, del director coreano Lee Chang-dong). Otrora joven estrella de una serie de tevé, Ricky ha creado un parque temático del Lejano Oeste llamado Jupiter's Claim, con calles polvorientas, saloons y una fuente de los deseos que hace las veces de cámara fotográfica para imprimir recuerdos. En un sector semi vedado de su oficina, el hombre esconde souvenirs de aquel hecho traumático del pasado, cuando ese chimpancé que acompañaba a los actores, la verdadera estrella de una popular sitcom, dejó de lado las enseñanzas del domador y fue dominado por los impulsos naturales (Ricky tiene otro secreto, en tiempo presente, pero eso no debe describirse aquí, so pena de ser maldecido con una maldición más injuriosa que la mencionada al comienzo de este párrafo). El flashback es claro: si se desea sobrevivir, no hay que ser visto. Hay que esconderse, o al menos no mirar directamente a los ojos de quien tiene todo el poder de destrucción en su poder. “El ADN de la película tiene esa gran pregunta sobre la adicción humana al espectáculo”, repite Peele en la presentación de su último proyecto, “y lo que sucede cuando entra en juego el dinero. Allí es cuando se produce una explotación masiva de algo que debería ser puro y natural”. De nuevo King Kong; de nuevo Jurassic Park. Mejor dejar ciertas cosas en su lugar, que todo siga su curso normal, nunca intentar domar a esas criaturas que no se dejan someter fácilmente.
“¡Nop! es también una exploración y una crítica del cine y de la propia industria cinematográfica”, continúa reflexionando Peele. “Me propuse diseñar algo que criticara lo que hacemos y que lo honrara por igual, poniendo en evidencia la vida de los artistas especializados que trabajan entre bastidores –los entrenadores de animales, los directores de fotografía, los expertos en tecnología– que crean las imágenes imborrables que vemos en la pantalla, pero a los que nunca vemos. Además de los actores que han sido desechados, especialmente los niños actores, abandonados por la industria una vez que dejan de ser adorables activos taquilleros”. A la cosa hay que registrarla, filmarla, fotografiarla. Si no, ¿cómo se demuestra fehacientemente su existencia? Entre el miedo a lo desconocido, la fascinación y el deseo de fama y dinero, los personajes de ¡Nop! –los hermanos, el vecino, el especialista en electrónica, el director de fotografía aventurero– salen a la caza visual de aquello que a su vez quiere cazarlos literalmente. Es entonces cuando el film de Peele muestra sus mejores armas, avanzando sobre el terreno del cine de aventuras y, por lógica tópica y genérica, el western. Y si en el camino pierde algo (bastante) de la acidez social, de esa afilada arista satírica que hacía de Nosotros y, sobre todo, de ¡Huye! dos ejemplos rotundos de los terrores fantásticos como reflejos de algunos males de la sociedad, al mismo tiempo le permite poner un freno a las obviedades alegóricas del guion de la remake de Candyman, dirigida por Nia DaCosta el año pasado. A veces es necesario pisar el freno, mirar y vigilar el cielo, y dejarse llevar por deseos más viscerales, pero no por ello menos intensos.