En algún momento de su vida a la artista Mildred Burton le pareció buena idea crear una lista de sus amantes. Como quien anota lo que hay que comprar en el mercado, empezó a escribir el nombre de cada uno de los hombres con los que tenía sexo. Los nombres se iban apilando en las hojas de un cuaderno escolar, como los Rivadavia. Con el correr del tiempo, al lado de algunos de esos nombres empezaron a aparecer cruces: indicaban cuáles eran los amantes que se habían muerto. Y cuando Mildred Burton se enteraba que alguno de los hombres con los que había acostado había fallecido, se persignaba.
Supuestamente, Mildred Burton nació en Paraná en 1942. Sin embargo, hay versiones periodísticas, rumores, recuerdos familiares y documentos que dicen que nació en: 1923 o 1931 o 1936 o 1941. La confusión sobre cuándo nació –o cuántos años tenía al morir– se trasladó a su intimidad porque también había diferentes versiones sobre cómo era su vida, quién era o quién dejaba de ser. Incluso ella misma inventaba fábulas sobre sí misma una y otra vez. Por ejemplo: un día se sentó en la pizzeria Banchero envuelta en un turbante y le dijo a un amigo que había tenido un aneurisma cerebral, que para operarla le habían tenido que sacar los ojos, que los pusieron en una fuente y que por culpa de eso tuvo que ver su propia operación de cerebro. Mildred en verdad se había hecho un lifting.
Entrada la década del 80, conoció a Federico Klemm y en ese momento se forjó una relación de amistad, con algunos momentos tensos, que duró hasta que el artista murió en 2002. Llegó a existir un mito que decía que estuvieron a punto de casarse, que Federico la invitó a un crucero en Río de Janeiro y que ella accedió en plan locura.
De esa relación de profundo amor y profunda desconfianza nacieron una serie de obras: fotos de la casa de Klemm intervenidas por Burton, retratos de ella, retratos de él y una gran pintura para techo. La producción de esta dupla ahora está en El cisne en llamas, una exhibición curada por Guadalupe Chirotarrab, Feda Baeza y Santiago Villanueva en la Fundación Klemm. Se trata de una muestra donde la fantasía de Mildred se mezcla con la de Federico para dar origen a una serie de imágenes llenas de color, humor, oscuridad y hombres desnudos.
1. El punto en el que estos dos artistas se encuentran es en la deformación de los cuerpos. Mientras que Klemm pone a Sansón –representado por un taxi boy– en el espacio levantando una columna griega, Mildred le pone piel de lagarto a una copia de la Mona Lisa extraída de una enciclopedia. Esta fantasía corporal es el lugar en el que ellos crean imágenes que conversan entre sí.
La obra que le da título a esta exhibición es un retrato que Federico hizo de Mildred. En la imagen se la ve a ella en medio de un lago, con el cuerpo hundido en el agua hasta la cintura. Pero ese lago está flotando en la mitad de la galaxia. De fondo la Tierra. Burton hace levitar una esfera con su mano derecha, como si se tratara de una hechicera. Al lado suyo nada un cisne y por encima de su cabeza hay otro suspendido en el aire, prendido fuego.
Klemm retrató a su amiga como si fuera un ser sobrenatural, capaz de hacer flotar cosas y con la habilidad de respirar en el espacio. Lo que en principio parecería ser una imagen bizarra –una señora con unos patos prendidos fuegos en la cabeza–, en verdad es una expresión de una amistad unida por la imaginación, por cuerpos superpoderosos, por la oscuridad de la noche y el brillo de la magia.
En El cisne en llamas también aparecen retratos que Burton hizo de Klemm. Fiel a su estilo, Mildred convirtió la angelical cara de un joven Federico en una imagen más perversa. El niño no está rodeado de hermosos cisnes blancos, sino de insectos. Es la otra cara de una misma moneda: uno pone esferas brillantes y la otra bichos. Juntos arman un lenguaje donde todo convive.
El otro punto en donde Klemm y Burton se encuentran es que son dos artistas que fueron respetados –o rescatados– por la historia. No fueron completamente entendidos mientras estuvieron vivos y ahora parecerían ser de culto.
En una entrevista a Alberto Passolini, incluída en una publicación que acompaña la muestra, el artista dice: “La mirada que se tiene ahora, que hay marco teórico para leer a Federico, no existía. Y él era un personaje muy incómodo. Hoy por hoy me doy cuenta que Federico era un genio, pero en ese momento, me parecía un cachivache, no me parecía nada bien”. Y de Burton comenta: “Ella había tenido prestigio en los 70, pero ya a finales de los 80 era como cafona. Era hasta mamarrachesca en algunas cosas, no tenía ese halo de artista que tenían los más jóvenes, o mismo los artistas de su generación que tenían un compromiso muy claro frente a la política”.
Sin embargo, las reglas del juego cambiaron y ahora la producción de estos artistas se puede pensar en relación con temáticas, discusiones y hasta estéticas contemporáneas. Lo que supo ser una grasada hace algunos años, ahora es tendencia.
2. En la imagen hay un living. Tres sillones acomodados alrededor de una mesa ratona llena de adornos. Obras colgadas en paredes con molduras y unas cortinas pesadas de fondo. Pequeños objetos distribuidos por todo el lugar y desde la ventana aparece una especie de serpiente dragón gigante que atraviesa todo el espacio. El living era el de la casa de Federico Klemm. Y la serpiente dragón la sumó Mildred Burton.
En esta obra, titulada “Invasión II”, la artista intervino una fotografía de la casa de su amigo. Incluyó en una situación doméstica a un animal mitológico. Las escamas de este ser son parecidas a las que tiene la obra de Burton ya mencionada, en la que se ve una imagen de la Mona Lisa con piel de lagarto. A “Invasión II” se suman otras dos obras donde Mildred intervino con estos seres exóticos otros espacios de la casa –en una de ellas se ve un placard que también está exhibido en la sala–.
El cisne en llamas es una exhibición que hace entrar la esfera de lo doméstico al mundo de estos artistas. Incluso, una parte de la sala parecería ser un gran vestidor: tres paredes cubiertas de espejos en las que Klemm podría haberse reflejado con alguno de sus trajes animal print simil serpiente, antes de salir de fiesta. Todo el piso está cubierto de una alfombra de un color rojo intenso, como si se tratara de una habitación –de telo–.
Con estas imágenes intervenidas, Burton se mete en la intimidad de Klemm para agregar su cuota fantástica. Es como un gesto profano. Ella introduce sus seres imaginarios en una casa de la clase alta. Sin embargo, hay un aspecto de ese mundo doméstico que Burton no se animó a corromper: la madre de Federico. En la muestra hay un retrato que la artista hizo de Rosa Klemm, pero a diferencia del de su amigo, en este no puso bichos, ni lagartos, ni nada grotesco, sino un collar de perlas y un poco de rouge. Todo tiene un límite y una buena amiga sabe cuándo detenerse.
3. El cisne en llamas es un ensayo sobre la amistad. Lo que propusieron Chirotarrab, Baeza y Villanueva no es únicamente un diálogo estético entre las obras de dos artistas, sino una manera de pensar a la amistad. La pregunta que aparece todo el tiempo es de qué manera el encuentro con otra persona puede ser una experiencia transformadora. La muestra pone en evidencia que una amistad es algo capaz de hacer coincidir lenguajes que podrían ser completamente diferentes uno del otro.
Así, la amistad aparece como una potencia creativa. Es decir, es el espacio en el que Klemm y Burton pueden encontrarse para crear nuevas imágenes e incluso realizar obras que tal vez no habrían hecho por separado, como la gran pintura para techo. Se trata de mostrar a la amistad como una forma de amor intensa, que puede tener tensiones, pero que es firme y constante –tal vez la única forma de amor capaz de ser firme y constante–.
El cisne en llamas es el registro de una relación a través de los años, de encuentros y desencuentros. Cuenta Passolini en la entrevista ya citada: “Fuimos con Mildred juntos al velorio de Fede. Estaba mal y no quería dar el brazo a torcer, era evidente que estaba triste por su partida. Y me dice: ‘Yo vine porque si no lo veía no iba a creer que se había muerto’. Era como la incredulidad de Santo Tomás, necesitaba verlo muerto. Porque ella mantuvo hasta último momento una relación tensa de amigo-enemigo”.
Pero más allá de esa tensión que siempre estuvo por lo bajo, el fruto de esta amistad dio origen a la necesidad de intervenir el mundo real con la imaginación. Uno transformó a un taxiboy de la calle Marcelo T. en un guerrero, en un performer. La otra convirtió un departamento en el hábitat de distintos seres mitológicos. Es que Mildred y Federico tenían el mismo problema: no eran capaces de aceptar las imágenes de la realidad tal cual eran.
El cisne en llamas, con curaduría de Guadalupe Chirotarrab, Feda Baeza y Santiago Villanueva. La muestra se puede visitar durante el mes de agosto en la Fundación Klemm (Marcelo Torcuato de Alvear 628, Buenos Aires) de lunes a viernes de 11 a 19. Todas las imágenes gentileza de la Fundación Klemm.