Después no digan que nadie avisó. Este viernes y solamente éste viernes en dos únicas funciones –a las 15 y 18.30 horas- se podrá ver en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín un largometraje inédito hasta ahora en la Argentina de Pier Paolo Pasolini, en la apertura de un ciclo dedicado a celebrar el centenario del nacimiento del gran poeta y cineasta italiano. Se trata de Comizi d’amore (1964), un documental muy poco difundido de PPP que –gracias al Instituto Italiano de Cultura- llega especialmente desde Roma en una versión restaurada en 4K por la Cineteca di Bologna.

Incluida en la lista “100 film italiani da salvare” que en 2008 confeccionó el Festival de Venecia, Comizi d’amore es lo que se llamó en aquel momento un film-encuesta, donde Pasolini, micrófono en mano, se lanza a preguntarle a cientos de italianos de todo el país, de norte a sur, hombres y mujeres, niños y ancianos, qué piensan del amor, el sexo, las relaciones prematrimoniales, la infidelidad, la homosexualidad, la prostitución y el divorcio. Todos temas que hasta ese momento eran casi tabú en una sociedad dominada por la Iglesia Católica Apostólica Romana y en un país gobernado por la Democracia Cristiana.

De hecho, Pasolini venía de sufrir ataques virulentos y hasta un juicio penal por “vilipendio a la religión del Estado” a causa de su cortometraje La ricotta, incluido en el largometraje colectivo Ro.Go.Pa.G. (1963), y ya estaba buscando escenarios para su controvertida versión de El evangelio según San Mateo, estrenada no sin escándalo en la Mostra de Venecia de 1964. Pero como siempre en Pasolini, en Comizi d’amore no lo movía la voluntad de provocar sino de conocer, de saber de primera mano, de la voz del pueblo y también de la pequeña burguesía, qué opinaban de temas de los que nunca se hablaba de manera pública, frente a una cámara y un micrófono. Y eventualmente también, poner en cuestión esas opiniones forjadas y consolidadas a lo largo de siglos y que la supuesta modernidad del “milagro económico” de la Italia de esos años decía venir a desterrar. Una modernidad, por cierto, que sus dos primeros largometrajes Accattone (1961) y Mamma Roma (1962) desmentían de manera rotunda.

La película comienza sus “mítines sobre el amor” (en italiano “comizio” es una reunión pública de carácter político) de la manera más alegre y descontracturada, con el propio Pasolini que se acerca feliz a un remolino de niños que se agitan en una piazza de Palermo delante de los muros centenarios de una iglesia y dice: "Escuchemos qué tienen para decir estos malandrines…” Y les pregunta si saben cómo nacieron. Dudan, se ríen avergonzados y algunos arriesgan: “De un repollo” grita uno. “Me trajo la cigüeña” afirma otro. “Dios nos pone en una canasta”, asegura un tercero. Hasta que uno más pícaro, masculla entre dientes: “Salí de debajo de las sábanas”.

Ese es apenas el prólogo de un film que a lo largo de sus 92 minutos tendrá siempre la misma frescura y espontaneidad, porque Pasolini se integra a esos mítines que él mismo provoca con su cámara con una soltura extraordinaria, como si él fuera uno más de los entrevistados y no el entrevistador. El título del primer capítulo de su encuesta –“Gran fritura mixta a la italiana”- también es revelador del humor con que el director enfrenta su tema, salvo los tres o cuatro breves interludios en los que entre un segmento y otro Pasolini se permite cambiar impresiones con su amigo el novelista Alberto Moravia y el psicoanalista Cesare Musatti, que se muestran incapaces de hacer una reflexión a la altura de aquello que el film pone de manifiesto por sí mismo: las diferencias abisales entre el norte y el sur, entre la burguesía ilustrada y el campesinado analfabeto, entre las grandes urbes fabriles y los pequeños pueblos de la Sicilia ancestral.

El gran logro del film de Pasolini es que lucha contra los prejuicios y la ignorancia a través de –en sus propias palabras- “un diálogo sencillo, sin adornos y fraternal”. Se diría que su método es mayéutico: de una pregunta saca otra y otra hasta que el interlocutor interpelado va descubriendo las verdades por sí mismo. O se reafirma en sus convicciones más acendradas, como sucede en Calabria o en Sicilia, donde casi no consigue entrevistar mujeres, porque allí quienes hablan son solamente los hombres. Que entre bromas y carcajadas soeces –en algunos momentos incluso desaparece el sonido y brota en la pantalla un cartel que anuncia en mayúsculas “AUTOCENSURA”- reivindican el poder de los celos y hasta llegan a preferir el asesinato al divorcio, porque “si me divorcio voy a ser toda la vida un cornudo”, como dice un muchacho que ni siquiera ha llegado a casarse todavía.

Sin embargo, es claro que la empatía de Pasolini está con ellos y no con los estudiantes universitarios de Bolonia. “El sur es viejo, pero está intacto”, reflexiona en off. “Son leyes de gente pobre, pero real”. 

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