"Lo que está sucediendo no entra en lo que podemos definir como un verano normal". Es la advertencia del presidente de la AEMET, Miguel Ángel López González, en una entrevista concedida a Público. No ha sido el único experto en poner foco en el verano atípico. "Probablemente sea el más fresco de lo que nos quede de vida", lamentó el ecólogo del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Fernando Valladares, en una entrevista para RTVE el pasado 19 de julio. Al mismo tiempo, las redes sociales se llenan de imágenes casi apocalípticas en las que los ríos y lagos más míticos de Europa aparecen secos.
Los británicos se preguntan dónde está el Támesis; Países Bajos declaró en junio la "escasez nacional de agua"; el río Po italiano afronta su nivel más alto de sequía severa; el Rin, sin apenas caudal y superando los 25 grados, saca a la luz restos arqueológicos de construcciones romanas y en Las Vegas, el Lago Mead, con una disminución de 30 centímetros de volumen por semana, ya no cubre los cadáveres (antes ocultos) que alguien quiso hacer desaparecer en un momento determinado.
El 75% de España se encuentra en alerta de desertificación
El 60% de la superficie de la Unión Europea (UE) se encuentra en riesgo de sequía, siendo España una de las zonas más afectadas. La Península Ibérica en su totalidad se encuentra en alerta de desertificación, según el informe Sequía en Europa, publicado por la Comisión Europea. En concreto, el 75% de España, nueve millones de hectáreas, corre un riesgo muy alto de perder por completo la humedad de su tierra, según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF).
El mundo se está calentando más rápidamente que en cualquier otro momento de la historia registrada, alterando los patrones de eventos climáticos. "Las emisiones de gases de efecto invernadero debidas a la actividad humana están causando extremos climáticos que afectan nuestras condiciones de vida", explica Steven Pawson, jefe de la Oficina de Modelado y Asimilación Global en el Centro de Vuelo Espacial Goddard de la NASA.
Por su parte, Valérie Masson-Delmotte, copresidenta del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, incide en que "esta es de las cuestiones más sólidas de la ciencia climática: las olas de calor en zonas terrestres y en el mar son consecuencia directa del calentamiento planetario, y por cada aumento suplementario de este calentamiento, se espera que se vuelvan más frecuentes, más intensas y más duraderas".
El ritmo hiperacelerado de la productividad es el principal responsable de esta coyuntura, que acecha y pone en peligro la habitabilidad del planeta. Así, el mar Mediterráneo ya supera los 30 grados. Mientras, el hielo marino antártico alcanza la extensión más baja registrada por un satélite en su historial, según el Centro Nacional de Datos del Hielo.
La sequía prolongada empeoraría la crisis económica
Este verano, las olas de calor han azotado a todo el globo, desde el Extremo Oriente hasta el Sáhara meridional. El pasado julio fue el tercero más cálido a nivel mundial y el sexto en Europa, con temperaturas por encima de los 38 grados en lugares insólitos como Reino Unido. En sur del continente europeo, el bochorno vino acompañado de una sobrecogedora ola incendios que quemó decenas de miles de hectáreas. "Las estadísticas muestran que desde 2017, tenemos los incendios forestales más intensos jamás vistos en Europa", afirma el comisario de la UE, Maros Sefcovic.
Tras una primavera "atípica", la sequía en gran parte de Europa es "grave", según datos del Observatorio Europeo de la Sequía (OES). El desarrollo económico, la salud humana y los ecosistemas están inseparablemente vinculados a la disponibilidad suficiente de agua dulce. Por eso, los datos analizados preocupan. En ellos se resalta que este año el nivel de precipitaciones no llegó ni al 80% del promedio registrado entre 1991-2020 en la UE y el Reino Unido.
El déficit pluviométrico ha supuesto una reducción del contenido de agua del suelo, afectando a la vegetación y la biodiversidad. Las zonas que más preocupan son las tierras bajas de Italia, en el sur, centro y oeste de Francia, en el centro de Alemania y el este de Hungría, Portugal y el norte de España; países que ya han tomado medidas para controlar el consumo y resistir al estrés hídrico.
Si no se aplica una nueva legislación sobre el uso del agua, siguiendo el Pacto Verde Europeo, —alertan desde Ecologistas en Acción— y se genera un nuevo marco productivo, España, Portugal, Italia, Francia y Rumanía podrían ver reducida su productividad, tanto a nivel industrial, como humano y energético, empeorando la crisis económica. Otros cinco países como Alemania, Polonia, Hungría, Eslovenia y Croacia también corren el riesgo de verse afectados a largo plazo, señala el OES. Además, recalca que en España la reserva hidráulica y otros reservorios de agua se encuentran en niveles que suponen el 69% de la media de los últimos diez años.
El principal problema de la sequía es el modelo productivo
Los embalses en España cerraron julio con el volumen de agua para consumo al 37,9%, su nivel más bajo en una década, según el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. En el conjunto de la UE, los volúmenes no alcanzan el 60%, según el Centro Conjunto de Investigación de la CE. Sin embargo, de acuerdo con Santiago Martín Barajas, coordinador del área de Agua de Ecologistas en Acción, el problema no giraría sólo en torno a una alteración en el ciclo de las precipitaciones, sino a un mal uso de este bien cada vez más preciado.
Este año el nivel de precipitaciones no llegó ni al 80% del promedio registrado entre 1991-2020 en la UE y el Reino Unido.
El activista cuenta que, si bien el pasado otoño "llovió un 17% por debajo de la media y el invierno fue bastante seco", también es verdad que durante la pasada primavera llovió un 12% por encima de la media. La explicación que ofrece ante esta paradójica tesitura es que "más que a la falta de lluvias, lo que ocurre es que existe un exceso de consumo generado por el cultivo de regadío". Actualmente, este modelo agrícola supone entre el 85% y el 93% del consumo total de agua del país, que se deriva al regadío conforme llega a los embalses. Algo que impide hacerse con reservas para subsanar las carencias de los periodos secos.
Una política agrícola que aumenta los beneficios económicos para unos pocos, aproximadamente el 75% de la producción hortofrutícola se destina a la exportación, pero genera grandes perjuicios para la mayoría. De hecho, algunos gobiernos autonómicos como es el caso de la Junta de Andalucía incentiva estas práctica. El propio Juan Manuel Moreno hace unos meses anunció que pretendía legalizar 1.600 hectáreas de regadíos en el entorno del Parque Nacional de Doñana.
La crisis climática, un problema para la supervivencia
Los científicos llevan más de 30 años avisando del aumento del impacto de la crisis climática pero parece que hasta que no han sido graves y sentenciosas las evidencias no se han empezado a tomar algunas, aunque pocas, medidas. Más allá de los embalses vacíos, algo que ha conmocionado a la sociedad han sido el sorprendente número de muertes que ha dejado el calor estival.
En Italia, las sofocantes temperaturas contribuyeron al colapso de una parte del glaciar de la Marmolada en los montes Dolomitas el 3 de julio. La avalancha de nieve, hielo y roca mató a 11 excursionistas. En China, el calor arqueó carreteras, derritiendo el alquitrán y reventando los tejados, provocando casi un centenar de fallecimientos. No ayudaron la alta humedad y los elevados puntos de condensación. Mientras en España se han contabilizado en torno a 2.124 muertes, entre golpes de calor, lipotimias, bajadas de tensión y condiciones laborales cuestionables.
La pesadilla veraniega que no parece tener fin. Es más, este mismo jueves se ha vuelto a declarar la alerta roja por altas temperaturas en Inglaterra y Gales, tal y como ha informado la Oficina de Meteorología inglesa. Revertir este contexto es a estas alturas verdaderamente complicado. Ponerle freno, no obstante, es una necesidad.