En un frío 25 de junio de 1806, miles de soldados británicos al mando del General Beresford desembarcaron en las costas de Quilmes y avanzaron sobre la ciudad de Buenos Aires con la intención de conquistar el territorio. Dos días más tarde, y sin encontrar demasiada oposición por parte de las autoridades virreinales, lograron su objetivo y la bandera inglesa comenzó a flamear en la Plaza Mayor, actual Plaza de Mayo. Aunque el Virrey Sobremonte había huido con las arcas del Tesoro Real hacia Córdoba, dejando a la población desprotegida, la dominación extranjera sintió de inmediato la fuerte resistencia rioplatense. Y así fue que, casi un mes más tarde, el 12 de agosto, la población del Río de la Plata terminó por expulsar a los ingleses (en masculino porque, efectivamente, eran todos hombres) en una acción gloriosa porque, hay que decirlo: los británicos no se convirtieron hoy en potencia militar.
Este suceso, que luego se conocería como Primera Invasión Inglesa (sí, al año siguiente los británicos volvieron a invadir y también fueron expulsados), ha sido de gran interés para la historiografía argentina debido a su rol fundamental como antecedente de los acontecimientos de Mayo de 1810. Por un lado, porque para la defensa de la ciudad se crearon rápidamente milicias urbanas conformadas por civiles que, junto con la agitación popular, lograron derrotar a una potencia militar como Inglaterra, lo cual daría la pauta de que era posible resistir a la dominación imperial. Por otro lado, porque luego de recuperada la ciudad, los rioplatenses recurrieron al mecanismo del Cabildo Abierto para destituir de su cargo al Virrey Sobremonte y nombrar en su lugar al comandante de las milicias, Santiago de Liniers, héroe indiscutido de la Reconquista; es decir que, por primera vez, no fue el monarca español el que designó a su representante en el Virreinato, sino que fue el pueblo de Buenos Aires.
Ahora bien, es preciso hacer un parate en este punto y decir que, cuando nos referimos a la población rioplatense, también estamos hablando de las mujeres. En este sentido, aunque es difícil rastrear en las fuentes la participación femenina, sabemos por un poema de Manuel Pardo de Andrade, publicado casi en el mismo momento de los hechos, que “...ni el delicado sexo se eximía y al aumento de fuerzas concurría…” (es verdad, se refiere a las mujeres como “el delicado sexo”, pero tampoco le podemos pedir tanto a un hombre de principios del siglo XIX si todavía en la actualidad hay quienes siguen usando metáforas similares).
Posteriormente, en un poema publicado en La Lira Argentina en 1824, Vicente López y Planes volvió a ratificar la importancia de la participación de las mujeres en la defensa de la ciudad frente a la invasión de los ingleses: “Así a otras también, cual torbellino, el varonil ejemplo las rebata y de farda marcial con muy prolijo cuidado se ornan, y después de armadas, abandonan su hogar para seguirlos (…)”.
En este punto, el célebre creador de nuestro Himno Nacional nos trae un aspecto importante a considerar en el análisis: con las invasiones inglesas, el rol tradicionalmente asignado a las mujeres (el hogar y el convento si eran pudientes, la limpieza y la esclavitud para aquellas pertenecientes a sectores populares, el rol reproductivo en ambos casos), entró en tensión. Entonces, lo importante de esta cuestión es que, desde mi punto de vista, las invasiones inglesas no solo fueron fundamentales antecedentes de la Revolución de Independencia sino que también inauguraron la participación de las mujeres en el escenario político-militar.
No obstante, debemos evitar recaer en la idea de las mujeres como un homogéneo. Por ejemplo, Mariquita Sánchez, una mujer que sí ha pasado a la Historia por prestar su casa para las tertulias en las cuales nació el Himno, inicialmente exclamó su beneplácito hacia los ingleses y en favor del virrey abandónico. Aunque luego se arrepentiría de su comportamiento, Mariquita y la gran mayoría de las mujeres de su círculo no salieron a combatir con las armas. Sí, como decíamos, lo hicieron otras mujeres de las cuales poco se sabe por las fuentes oficiales.
En este sentido, si las pocas fuentes que existen nos dan cuenta de que las mujeres tuvieron un rol activo en la expulsión de los invasores, mi pregunta es: ¿por qué no hay mujeres en la Historia oficial argentina? Aventuro una respuesta: la ausencia de documentos es un problema, pero, teniendo en cuenta que la Historia de las naciones es una construcción, estaríamos ante una operación consciente de invisibilizar el papel femenino en los sucesos históricos. Y sino, ¿por qué no hay ningún feriado en conmemoración de una mujer?
Recientemente se anunció la emisión de billetes con figuras femeninas (María Remedios del Valle y Juana Azurduy) pero es necesario seguir reviendo el panteón de los ídolos nacionales. Como un primer paso, podemos empezar por dar entidad real a Manuela Pedraza, primera militar de profesión en nuestro territorio. Por el mismo poema de Manuel Pardo de Andrade mencionado anteriormente, sabemos que Pedraza hirió de muerte al inglés “más valiente y obstinado” con un fusil que luego le presentó a Liniers como trofeo.
A su vez, en el parte oficial dirigido al rey de España luego del combate, el Virrey Liniers mencionó que no debía omitirse el nombre de “una mujer de un cabo de Asamblea, llamada Manuela la Tucumanesa, quien combatió al lado de su marido, y mató a un soldado inglés, del que me presentó el fusil”. En respuesta a ello, el 24 de febrero de 1807, el rey dio a Pedraza el grado de subteniente de Infantería y se le otorgó el sueldo correspondiente.
Manuela Pedraza fue una mujer de la cual sabemos su historia porque quedaron documentos, pero hubo muchas más que participaron de la expulsión de los ingleses. La historia escolar nos dijo que las mujeres tiraron agua hirviendo y piedras desde los balcones. Hoy reafirmamos este accionar y sumamos que también agarraron el fusil.
* Historiadora, autora del libro Primeras.