Hoy es el último día de la edición número 11 de Crack Bang Boom, la convención de historietas más importante del país. Y entre las atracciones previstas destaca la presentación que la editorial Comic.ar hará de los libros dedicados a Mikilo y Animal Urbano, dos de los mejores exponentes de la historieta argentina con origen en los años ’90. Cada una tiene una historia por contar, y en este sentido ofician los paneles previstos para las 16.15 y las 17.15 (Espacio CRACK del Galpón 11, Estévez Boero 980). En el primer caso, el guionista Rafael Curci y el dibujante y editor Tomás Coggiola repasarán vida y obra de Mikilo, con motivo de la presentación de Mikilo Integral Vol. 2 (2020) y Mikilo: El Último Malón (editado este año); acto seguido, Guillermo Grillo y Edu Molina, guionista y dibujante, harán lo propio a la par de la presentación del tercer y último volumen de Animal Urbano.
Referir estas historietas implica necesariamente el recupero de un panorama gris, terminal, en donde el arte de los cuadritos sufrió lo propio; durante la década de 1990, como ejemplo suficiente, la longeva editorial Columba daba su último suspiro. Fue el empecinamiento de los artistas el que hizo posible una continuidad, errática, en la forma de fanzines y de revistas, algunas mejor editadas (y distribuidas) que otras. Entre las historietas que tuvieron perpetuidad –acotada, saltando de formato en formato, al vaivén de una economía suicida– destacaron Animal Urbano y Mikilo.
Animal Urbano apareció entre 1993 y 2001, y el periplo editorial fue laberíntico; de hecho, la última de sus historias, inconclusa, sería luego recuperada completa por el sello Domus. Ésta y todas las peripecias del héroe grandote y villero están ahora reunidas en tres tomos, el último de los cuales se presenta esta tarde. El caso de Mikilo fue más breve, pero aún perdura; apareció entre 1999 y 2002, primero en formato libro, luego comic-book, y después otra vez en libro; para reaparecer años después en las páginas de la revista Comic.ar, entre 2009 y 2012. Dos lujosos volúmenes integran todo este material; al que se suma una nueva aventura en un único tomo: El Último Malón. Por si no se notó, las fechas de publicación de origen cifran el umbral traumático del 2001. Y las historias contadas tienen mucho que ver con aquello.
En primera instancia, es cierta la relación estética y epocal con los superhéroes. En los ’90, el filón local lo habían abierto Cazador –a la par del impacto suscitado por dibujantes como Simon Bisley con Lobo y Todd McFarlane con Spawn– y la publicación de los personajes DC por el sello Perfil. Pero lo mejor estuvo en cómo los héroes autóctonos encontraron identidad y vuelo propio; algo que los libros integrales permiten apreciar y en varios sentidos. Por un lado, se trata de historias en blanco y negro (si bien Mikilo va a incorporar el color, éste es posterior a su etapa primera), un rasgo estético (y económico) sobre el que se cimentó la denominada escuela de la historieta argentina.
En Animal Urbano se asiste al momento germinal, fundamental, de Edu Molina, discípulo de Alberto Breccia y uno de los dibujantes de relieve del panorama contemporáneo. Las primeras páginas, la narrativa abultada y luego más suelta, en donde los negros predominan y la influencia de Frank Miller se aprecia pero queda cada vez más distante, hablan de un artista expansivo, que delinea su trayectoria a la par de un personaje al que evidentemente quiere. Lo mismo para el caso de la dupla gráfica de Tomás Coggiola y Marcelo Basile en Mikilo; el primero en lápices y el segundo en tintas: la puesta de página es deslumbrante, legible a simple vista, puro disfrute. Vale destacar: Basile venía de dibujar la última etapa de Jackaroe en Columba. Además, a Mikilo se sumarían otros notables: el dibujante Sergio Ibáñez, con trayectoria en Columba y Récord; y Ariel Olivetti en las portadas, ni más ni menos. No serían los únicos nombres de relieve en aportar lo suyo: a Mikilo lo revisitaron talentos como Francisco Solano López, Rubén Meriggi, Quique Alcatena, entre otros.
Lo dicho, entonces, como constancia de esa cantera inagotable de dibujantes argentinos, a la par de unas historias de calibre grueso y sensibilidad distintiva. Porque es en la escuela de Héctor Oesterheld donde hay que situar las plumas de Guillermo Grillo y Rafael Curci. En Animal Urbano, Grillo aporta contexto y textura al personaje delineado en principio por Tato Dabat. Surgido del barro, marginado y villero, Animal Urbano es el grito terrible de la pobreza, entre techos de chapa, ginebra barata, y una roída “capa heroica”. Tiene el físico de un diablo de Jack Kirby, pero con los pies en la tierra. Y eso le hizo vivir aventuras extraordinarias, en las que Grillo plasmó la violencia social, la corrupción, el periodismo venal, a la luz de un menemismo que indultaba a los genocidas de la última dictadura. Es en este dolor de historia podrida de donde emerge el personaje, cuya furia no le impedirá trompear y hasta incluso matar policías. La historieta no se priva de citar entre líneas hechos verídicos, como el asesinato del estudiante y periodista Miguel Bru; y entre sus méritos destaca uno de los más sentidos homenajes en forma de historieta a Oesterheld con “La página suelta”, en donde el guionista de El Eternauta –uno de los 30.000 desaparecidos– comparte en su secuestro un breve diálogo con Juancho, el joven militante arrojado al Río de la Plata que emergerá reconvertido en Animal Urbano.
En Mikilo, el guionista Rafael Curci construye un mito autoconsciente, en la figura de este Mikilo que es “descubierto” como el hermano del narrador. Hay un pasado familiar de bruja y pacto con Mandinga que Adolfo resuelve en la figura de este Hellboy criollo. Rápidamente, Mikilo, la historieta, se convierte en una sucesión de casos sobrenaturales y autóctonos, que la dupla investiga con fruición. El desfile de monstruos y apariciones tienen raíz cierta, que cada tomo acompaña con detalle en apéndices que funcionan como bestiarios. Apelar a un personaje compañero para narrar al héroe, en este caso el hermano (a la sazón, antropólogo), es un claro recurso oesterheldiano; pero no sólo esto, sino la atención misma hacia las historias contadas, que perduran en la memoria colectiva del peonaje rural, en los pueblos del mal llamado “interior” y en la tradición oral de los pueblos originarios. La historieta, medio de comunicación popular, se inscribe con facilidad en este ámbito. Así, Mikilo funciona como un glosario que apela a la aventura, y éste es otro claro rasgo marcado por Oesterheld, cuya base histórica nutría a sus relatos. Con Mikilo, Curci logra una síntesis perfecta, en la que inevitablemente quisieron participar otros dibujantes, como lo demuestra el segundo gran arco de publicaciones que el personaje tuvo en la revista Comic.ar.
Puestos a elegir entre los mitos y monstruos que Mikilo revisita, más vale prestar atención al Yaguarón, que habita las profundidades del Paraná y provoca desmoronamientos. Por aquí, en Rosario, hubo algunos. Y Crack Bang Boom, a la vera del río, bien que hace en dedicar esta edición a la concientización ambiental, entre humedales incinerados y una clase política cómplice. Animal Urbano también tendría mucho para decir, sobre esto y tanto más.