¿Quién me dará un crédito, mi Señor?,

solo sé sonreír”.

Charly García, Confesiones de invierno.

Sabrá usted, queridísime lectóribus, de la irremediable (y, si hubiera remedio, sería carísimo) desorientación con tendencia a la ansiedad, angustia en aumento y alta probabilidad de chaparrones de miedos diversos que me aqueja, me acucia, me apremia, me apabulla, y eso por solo nombrar verbos iniciados con a.

Sabrá usted también que, hablando de A., el licenciado que hace honor a dicha letra y que vendría a ser el chef de mi ensalada mental no ha podido encontrar aún el aderezo que endulce mis amarguras socioeconomicoantropológicas.

También será de su conocimiento, eso espero y estimo, que he intentado entablar comunicación con el Ministerio de Psiconomía, pero dicho ministerio ha cambiado de director técnico un par de veces, aunque mantiene las mismas jugadas que suelen confundir al equipo, pues amagan un pase a la izquierda pero tiran un centro a la derecha. Esta táctica solo complica al equipo de los buenos, porque los otros se creen y saben dueños de la pelota, por lo cual ésta suele terminar donde ellos determinen, y, si no, hacen como que no existe, ponen otra y explican que la que estaba fue incautada por Putin, o se jubiló, o algo de eso.

Tendrá usted registrado que le pedí ayuda a un sobrino milenial, quien me convocó a hacerme cargo de mi propia obsolescencia, ante mi reclamo de cierta salud mental en tiempos donde las palabras son más hipócritas que promo de cadena de hamburguesas, más inciertas que albóndiga de medianoche, más truchas que avatar de página de levantes.

Quizás desconozca usted que también recurrí a mi ex media mandarina (no llegó a naranja, pero estuvo cerca), la Lic. A., quien me explico que, paradójicamente, mi desconcierto me ubicaba dentro de la campana de Gauss, y le pedí que por favor me dijera cómo salir de ahí. Sonrió y me dijo que lo que me había querido decir (pero que, por algún motivo sociológico, no me dijo) era que yo estaba en el percentil 80 de la conciencia política. Le dije que la última vez me había dicho que estaba en el percentil 60. Sí, pero todo aumenta, me dijo, con una nueva sonrisa que alguna vez pude pensar que era para mí, pero no: era para Gauss.

Sigo preguntándome por qué se cambia de ministro de Psiconomía sin cambiar un ápice de programa económico. Por qué se cree que es posible reactivar la economía con, por ejemplo, tasas de interés tan elevadas que, si al ahorrista le dan un peso más por su plazo fijo, que va a usar para comprar jamón cocido, al que necesite un crédito para elaborar ese mismo jamón cocido le van a cobrar intereses más altos, lo que va a derivar directamente en un aumento del precio del jamón que pensaba comprar el ahorrista.

¿O alguien cree que son los bancos los que se hacen cargo del costo de las tasas? Nooo, nyet, pas, oji, never, nein, jamais dos jamaises.

La oposición, por su parte, está tan segura de ganar en el 2023 que se dedica a pelearse por un “quítame de allí esas fake news”, ya que confía en la memoria popular... y en su propia habilidad, y la de sus medios enfermónicos, para manipular recuerdos y olvidos.

El Poder Judicial, mientras, entrena tupido para el Mundial 22, el Lawfare Forever, siempre a la pesca de nuevos negoleadores, de esos capaces de hacerte un gol sin la pelota, y que el referí lo valide igual.

Mientras tanto, en Europa del Este, sigue aumentando el precio de la electricidad y el gas.

En Estados Unidos empiezan a sospechar que quizás su primer mandatario no tenga claro a qué país había que mandarle la ayuda económica y a cuál había que bombardear, pero obviamente se trata de un problema menor, ya que muchas veces se trata del mismo país.

Pero el desorientado soy yo.

Sospecho que hay muchas argentinos y muchos argentinas tan perdidas y perdidos como yo mismo. Es más, debo estar entre ellos. Si me ven, avísenme.

Sugiero acompañar esta columna con el video “La vacuna Evita” de RS+ (Rudy-Sanz):