La Directiva N° 1 de Difusión al Exterior fue una operación clave para la última dictadura cívico-militar. A diferencia de otras prácticas del aparato represivo, con ella no desaparecían personas. Lo que desaparecía era la verdad, reemplazada por información prefabricada con la cual el Ministerio de Relaciones Exteriores -manejado por la Marina- contrarrestaba lo que llamaba Campaña Antiargentina. El 15 de agosto de 1977 cayó lunes. Igual que en 2022 cuando se cumplen 45 años de aquel documento secreto del régimen genocida que hoy está desclasificado. En él se explica al Mundial ’78 como eje vertebrador de una política para desviar la atención mientras se violaban de modo sistémico los derechos humanos. Aquel lunes, Jorge Rafael Videla recibió al secretario adjunto para Asuntos Interamericanos de Estados Unidos, Terence Todman, en la Casa Rosada. El mismo que durante el gobierno de Carlos Menem fue embajador en Buenos Aires e inauguró el período de relaciones carnales entre los dos países. La directiva N° 1 se conoció cuando la Cancillería abrió su archivo a consulta pública en 2015. Había un antecedente que la precedía: el decreto 960 – también secreto – del 17 de junio de 1976 para “contrarrestar la acción psicológica emprendida por intereses y grupos extranacionales” que se había lanzado contra el Estado.
La orden del canciller Oscar Montes, un marino condenado por delitos de lesa humanidad fallecido en 2012, fue firmada y enviada a las diferentes embajadas por el capitán de fragata Roberto Pérez Froio. En agosto del ’77 era el director general de Prensa y Difusión del Ministerio. En enero de 2013 falleció con casi 90 años en un country de Derqui, juzgado pero sin sentencia en la megacausa ESMA por 48 hechos de torturas, 177 de privación ilegal de la libertad agravada y dos de tormentos seguidos de muerte como partícipe necesario. El documento desclasificado de nueve carillas que se conoció en 2015 lo había mandado a la sede diplomática en Bonn -Alemania Occidental por entonces-, al embajador Enrique Ruiz Guiñazú.
Del texto se desprende la misión de ejecutar una operación para “explotar todos los eventos” que pudieran presentarse. El primero que menciona es el Mundial ’78 seguido por “congresos, actos culturales” y un inabarcable “etcétera”. Las tareas que se planteaba el represor Pérez Froio siempre contenían una mención al campo deportivo como “buscar espacios en cines, clubes, restaurantes y hoteles…” para aprovechar “en especial el evento del Mundial ’78 con los medios que serán previstos oportunamente”.
La mirada también estaba puesta en los periodistas y las publicaciones donde trabajaban y se apelaba a contactar “agencias noticiosas multinacionales y nacionales, revistas importantes en general, incluyendo deportivas, a los efectos de permitir la publicación de notas y transmitir las informaciones favorables de tipo económico, deportivo, social y turístico”. El fútbol con su Mundial ‘78 era la temática que más obsesionaba a la dictadura. La editorial Atlántida de la familia Vigil fue prolífica como usina de noticias falsas o laudatorias para el régimen. La revista deportiva El Gráfico, Gente y Somos tomaron como propias las políticas de la junta militar. El 30 de junio del ’78 Somos publicó en su tapa a Videla gritando un gol con los brazos en alto, una volanta que decía “los argentinos y el Mundial” y el título “Un país que cambió”.
El primer llamado al boicot del torneo de la FIFA – presidida por el brasileño Joao Havelange, cómplice del régimen – recién se produjo en octubre de 1977 en las páginas del diario francés Le Monde. Los represores, adelantándose a la campaña que definieron como “antiargentina”, prepararon la defensa de la dictadura a piacere, con cuantiosos recursos económicos y el personal suficiente aportado por las patotas del almirante Eduardo Emilio Massera. El Ministerio a cargo de Montes, como antes de otro marino, el vicealmirante César Augusto Guzzetti, y después, el brigadier y cuñado de Videla, Carlos Washington Pastor, fue el centro de operaciones como lo resume la Directiva N° 1 de Difusión al Exterior.
En la introducción del documento se lee: “La República Argentina es objeto de una intensa campaña de desprestigio a nivel internacional instrumentada por bandas terroristas que actuaron en nuestro país y que, actualmente, se encuentran operando en el exterior”. Para contrarrestar las denuncias de los organismos de DD.HH, exiliados y organizaciones políticas en general, la Marina creó el Centro Piloto de París, una embajada paralela por la que pasaron agentes para todo servicio. Desde ahí se seguían los pasos de quienes integraban el Comité de Boicot a la Organización del Mundial de Fútbol en la Argentina (COBA). Jóvenes franceses de una izquierda variopinta que se preguntaban: “¿El Mundial, previsto en la Argentina para junio de 1978, tendrá lugar entre campos de concentración?”.
El Centro controlado por los esbirros de Massera se proponía “explotar para toda Europa los medios relacionados con el Mundial ‘78”, el buque insignia del régimen para aventar las denuncias incómodas. En el punto 12 del vademécum represivo para interactuar con la prensa se proponía: “Los términos que se deben emplear cuando se hace referencia a la subversión, deberán ser bandas terroristas, sin mencionar subversión marxista u otros términos que lleven a confusión en el exterior”.
Esta dialéctica cuasi macartista hizo efecto relativo porque el COBA con más ingenio que recursos publicaba L’Equipe –se llamaba igual a la célebre revista deportiva francesa– que vendía unos 120 mil ejemplares en los meses previos al Mundial ’78.
La operación montada por la dictadura a expensas del Mundial partía de una premisa negativa. “La imposibilidad de penetración directa en los medios de comunicación masiva en el exterior, particularmente EE.UU y Europa…” Las embajadas debían sacarle el jugo a la Copa del Mundo y en especial el Centro Piloto de París con “el apoyo de la base de comunicaciones de Ginebra (Suiza) como receptora”.
Esta producción de sentido apuntaba a divulgar un torneo ajeno al genocidio que se estaba cometiendo. Incluía visitas de deportistas célebres a la Argentina, la redacción de un boletín diario de la Cancillería, la cooperación en la acción cultural realizada por las embajadas y la dedicación exclusiva de un funcionario en cada sede diplomática para difundir la prensa propia. En el caso de que no fuera posible esto último por falta de personal, debería dársele “prioridad”.
Esta especie de manual de procedimiento aparece subrayado en el texto original de la Cancillería desclasificado. Es uno de los documentos más emblemáticos sobre cómo debía interpretarse y aprovechar la realización del Mundial ’78. La prueba irrefutable de cómo hace 45 años se lanzó una campaña que continuaría con el aporte de la consultora estadounidense Burson-Marsteller. Con ella se firmó un contrato el 11 de enero de 1978 para promover inversiones en la Argentina y las exportaciones con la bendición de José Alfredo Martínez de Hoz. Se colocaban los pilares de una deuda externa de 45.100 millones de dólares – aumentó un 363 % entre 1976 y 1983 - que se siente hasta nuestros días. De esa suma, según cifras oficiales, 521.494.931 de dólares le costó al país el Mundial.