Depredador: La Presa

(Prey)

EE.UU., 2022

Dirección: Dan Trachtenberg.

Guión: Patrick Aison, Dan Trachtenberg.

Música: Sarah Schachner.

Montaje: Claudia Castello, Angela Catanzaro.

Fotografía: Jeff Cutter.

Intérpretes: Amber Midthunder, Dakota Beavers, Dane DiLiegro, Stormee Kipp, Michelle Thrush, Julian Black Antelope.

Duración: 99 minutos.

Disponible en Star+

8 (ocho) puntos

Con seguridad, Predator es una de las creaciones visuales más notables del cine contemporáneo. Está cerca, casi, de Alien. No casualmente, hubo un cruce entre ambas franquicias, en aventuras que la historieta vislumbró antes que el cine. Como sea, el diseño del “Depredador” estuvo a la altura de ese otro cuerpo escultórico y de éxito que todavía de alguna manera es Arnold Schwarzenegger. La película de 1987 es una joya y no es la única de su director, John McTiernan, el mismo de Duro de matar. Predator concitó varios miedos, en una selva de cariz vietnamita, entre soldados superados por un único adversario, de aspecto salvaje y que venía de otro planeta (ese “otro planeta” que bien puede ser cualquiera pero siempre cercano a los miedos norteamericanos).

El juego del gato y el ratón entre Schwarzenegger y el alienígena cautivó y no tardó en generar una secuela, que trasladó el ambiente selvático al de la ciudad (así como Johnny Weissmüller hizo lo propio con Tarzan's New York Adventure, de las mejores de aquella serie), que vale lo suyo y, según dicen, no tuvo el éxito esperado por dos cuestiones que son una: no estuvo Schwarzenegger y en su lugar fungió Danny Glover, un gran actor que, aquí la cuestión, es negro. El estereotipo racial (y físico) de la época no le habría permitido a la estrella de Arma mortal ser el héroe que el público quería. Tamaña estupidez.

Como sea, Predator tuvo más suerte en los cómics que en el cine, pero esa es otra historia. Ahora hay una nueva y buena secuela, que en verdad es la ¡sexta! y lleva la firma del director Dan Trachtenberg, entre cuyos laureles figura otra de “monstruos”: Avenida Cloverfield 10. Prey reúne varias singularidades, aun cuando la historia sea, como debe ser, la misma; esto es, volver a los orígenes, al enfrentamiento entre la presa y la víctima, y cuándo y cómo éstas alternan sus lugares. Pero acá hay algo diferente y que oficia como retrocontinuidad, habida cuenta de la localización de la historia, desplazada a comienzos del siglo XVIII y entre indios comanches.

Entre ellos, sobresale Naru (Amber Midthunder), ansiosa por probarse en la caza, costumbre destinada a los hombres y en donde todo indica habrá de brillar su hermano. Pero ella es más perspicaz, sabe además leer las huellas y conoce de ungüentos y medicinas. Y es esa sabiduría la que vibra alarmada cuando algunas de las señales del entorno no se condicen con lo habitual. Pero Naru tendrá que sortear, primero, los límites impuestos por la tribu y la propia madre. Hay un camino sinuoso que enfrentar para poder salirse del lugar previamente asignado. Una vez logrado, podrá entonces la película abocarse a lo que se espera: al combate para el que nadie estaba preparado.

Y está muy bien que la película lo aborde de esta manera, porque Naru tendrá que abrirse paso a los golpes y a la fuerza, entre hombres que parece no conocen otro lenguaje. Vale, por eso, ver cómo el film construye el periplo de su protagonista, hasta ponerla frente a frente con el “salvaje” alienígena, este monstruo del espacio exterior que viene a probar fuerzas y destrezas con los habitantes del planeta.

Aquí, varias consideraciones. Por un lado, las observaciones que Naru despliega a lo largo del argumento, que la conducen a implementar soluciones y reacciones en medio del combate. Todo está explicado visualmente y se resuelve en estos términos; por ende, se trata de una construcción causal inteligente y nada gratuita (no se trata sólo de piñas y efectos gore, que también están, dicho sea de paso, y se disfrutan). Por otro, el rediseño del Predator, aquí más cavernario, con la tecnología habitual pero con máscara de hueso. Es el mastodonte de siempre, pero acorde con la manera diferencial que propone la película.

Naru se abre paso entre los hombres antes de llegar al alienígena.

En este sentido y sobre todo, sobresale el punto de anclaje del film, a través de su protagonista: mujer y comanche; y entre las virtudes de la película destaca la de estar hablada en la lengua del pueblo originario. En relación al idioma, se va a escuchar también otro, presagio a su vez de un enemigo distinto, sobre el cual la figura del Predator metaforiza. Hay que leer en este sentido el desenlace del film, con la andanada de naves que los créditos predican, naves que podrían ser espaciales pero también, como históricamente sucedió, marítimas. De esta manera, las matanzas que el Predator ejecuta palidecen ante el paisaje de bisontes despellejados por obra y gracia de otras manos. Es un planteo inteligente, eficaz. No le hace falta “bajar línea” sino poner a sus personajes en movimiento, en acción, algo de lo que el cine norteamericano sabe y mucho.

Si se quiere, hay ciertas licencias en el despliegue de las destrezas y el manejo de las armas; pero es lo que se espera, estas “libertades” están desde siempre en el cine y obedecen a algo que le es sustancial, el verosímil, algo que cambia con las épocas. Es por esto que Prey debe medirse a su vez con las películas de acción del momento, cuyo vértigo ya olvidó su razón de ser con el relato, al que excede de maneras ridículas. Lo ejemplifica a su favor la secuencia de sonido “apagado” que vivencia Naru, suscitada por uno de los momentos trágicos de la historia, todo un hallazgo. Es por esto que a diferencia de mucho cine de acción, Prey propone una articulación narrativa precisa, de pocos personajes, en un ámbito ideal y con una protagonista que, a la manera clásica, crece tras la experiencia que enfrenta. Por eso, puede mirar el entorno de otra manera y hacerles ver y entender a los demás, a su grupo, sobre un peligro próximo y todavía mayor.