La verborragia desaforada de Piquito, el personaje más extremo de la literatura argentina contemporánea, genera pasiones encontradas: se ama con devoción al “héroe de los pasos vacilantes” o se lo detesta sin medias tintas. En Piquito en las sombras (Alfaguara), el sociólogo y escritor Gustavo Ferreyra empuja la deriva del personaje hacia una diatriba alucinada en la que emergen el marxismo, la filosofía, la animalidad y el mesianismo. La primera parte de la novela, que tiene más de 600 páginas y transcurre de mayo a diciembre de 2008, abarca la crisis con el campo y el surgimiento de Carta Abierta. En esta zona se combina el monólogo interior de Piquito --sociólogo de militancia piquetera en el Polo Obrero-- en una cárcel de Marcos Paz, donde cumple condena por un asesinato, con un narrador en tercera persona que acompaña las peripecias de Daniel Guterman, un examigo que lo traiciona. En la segunda parte, que sucede en 2011, Piquito está internado en un psiquiátrico, luego de haberse escapado de la cárcel.

Ferreyra (Buenos Aires, 1963), docente en la universidad de Buenos Aires, cuenta en la entrevista con Página/12 que con el tiempo Piquito se fue convirtiendo “en el proyecto más radical de mi literatura”. Empezó con Piquito de oro (2009), continuó con Piquito a secas (2016) y se extendió hasta Los peregrinos del fin del mundo (2018), donde la protagonista es Bruna Yapolsky, discípula extraviada de Piquito, una humana perdida entre humanos. “Los que leen mis libros de Piquito se entusiasman (los más fervorosos) o se sienten expulsados; aun dentro de mis pocos lectores tengo un proyecto radical”, reconoce el autor de las novelas El amparo (1994), El desamparo (1999), Gineceo (2001), Vértice (2004; Primer Premio de Novela Édita de la Ciudad de Buenos Aires, bienio 2004-2005), El director (2005), Dóberman (2020; Premio Emecé de Novela), La familia (2014) y El sol (2020). Piquito en las sombras contiene dos partes o dos novelas (Que lo que sea, continue y Sin espalda) que Ferreyra quería publicar por separado. Pero Julieta Obedman, editora de Alfaguara, le sugirió que era preferible lanzar las dos novelas en un solo volumen, una propuesta editorial que el escritor define como “radical” por la extensión del libro.

El instante y los milenios

-¿Por qué una parte de “Piquito en las sombras” transcurre durante el conflicto con el campo y da cuenta también del surgimiento de Carta Abierta?

-Son marcas sociales (y personales) muy fuertes; fueron momentos de divisorias de aguas, de cortes históricos, yo estuve en Carta Abierta y fui del 2008 al 2015. Yo decía que era un “aplaudidor”; iba a escuchar, jamás hablé. Salía de dar clases en la UBA el sábado a la mañana y me iba a la Biblioteca Nacional para escuchar a Horacio González, que aparece en la novela. Esa parte está escrita desde el punto de vista del personaje, de Daniel. Me gustó poner a ese personaje en ese tiempo histórico, que es donde surge el kirchnerismo como un archipiélago más grande. Yo era un simpatizante, incluso voté a Néstor Kirchner y a Cristina. En el conflicto con los sojeros, recuerdo cuando Cristina habló de los “piquetes de la abundancia” y llamó a un acto en Plaza de Mayo; ahí hubo una especie de corte porque adherí muy fuertemente, incluso recuerdo que escribí un texto que decía por qué iba a esa Plaza de Mayo, una cosa muy breve, y se lo mandé a mis contactos de mail, con lo cual me jugaba frente a todo el mundo. Fue una época que se vivió con muchísima angustia y que movilizó las tripas de todos; era casi imposible no estar inmersos en lo que pasaba. La escena donde Daniel va a Plaza de Mayo y no sabe si están los “contra”, los ruralistas, o están los K fue algo que nos pasó con Estela (pareja de Gustavo). Cuando estábamos yendo no sabíamos, en esa confusión de los días de movilizaciones recíprocas, quiénes estaban en la Plaza. Nos íbamos acercando con ese temor, con esa inquietud, hasta que vimos pasar a un pibe con una bandera y le pregunté para que iba a la Plaza y me dijo que para defender la democracia. “Este es nuestro; vamos”, dije porque democracia era nuestra palabra y la de ellos era república. Nosotros estuvimos en la Plaza, pero el personaje en la novela, Daniel, no llega a la Plaza; se vuelve. Nosotros sí llegamos, no era una gran multitud… Parecía que caía el gobierno. De repente bajó Néstor Kirchner y se armó una batahola; todos lo siguieron y yo me entusiasmé y me prendí con esos grupos más eufóricos alrededor de Néstor y lo seguí en una especie de vuelta olímpica alrededor de la Plaza. Hay una foto de Página/12, en la tapa del día siguiente, en la que mi cara está pegada al brazo de Néstor Kirchner, en el grupo de entusiastas.

Néstor Kirchner en la Plaza, en 2008. Ferreyra es el que se ve pegado al brazo del ex presidente.

-En la novela se plantea lo deslumbrante que era escuchar a Horacio González, ¿no?

-Sí, tenía una capacidad de integración de lo que bulle en el día; llegaba a Carta Abierta a las 11, con los diarios leídos, y a su vez se remontaba a décadas, con esas largas perífrasis o aportaciones que iba haciendo. Cuando se fue de la Biblioteca, dijo algo que me impresionó mucho y que tiene que ver con Piquito y con mi forma de ver la historia y la vida hoy (y que se va viendo en mis novelas), que es llegar a unir el instante y los milenios. Lo dijo en su discurso de despedida y Horacio tenía esa capacidad; normalmente un sociólogo no pasa de las décadas o un siglo; pero él tenía una mirada más filosófica que podía integrar la cultura desde los milenios. En los últimos veinte años he leído mucha filosofía y casi nada de sociología.

-¿Cuáles fueron tus lecturas filosóficas más significativas?

-Leí mucho a (Friedrich) Nietzsche, (Arthur) Schopenhauer, un poco a (Baruch) Spinoza, que igual es muy metafísico; hay mucha teología hasta el quiebre del siglo XIX, incluso Hegel en La filosofía de la historia es un teólogo. De los más actuales he leído a (Gilles) Deleuze, con las dificultades que esto supone porque hay libros que son muy áridos, mitad incomprensibles.

-¿Estas lecturas incidieron en el mesianismo de Piquito?

-Sí, totalmente. Piquito es un profeta del retorno del sapiens, eso supone una cuestión metafísica, o sea la realidad histórica vista desde el punto de vista de lo milenario. Piquito habla del retorno al sapiens más bien como un retorno a una unidad de la especie, perdida en la dispersión racial y etnográfica. El humano es etnicista y religioso casi por su misma diferenciación. El retorno al sapiens es como el hombre capaz de no ser religioso ni etnicista, que él lo ve en los calmucos porque un biólogo del siglo XVIII había dicho que era el pueblo más feo del mundo; entonces él toma a los calmucos como el pueblo que es la continuación del sapiens y que no eran religiosos, aunque se hacen los budistas; aparentan una religión que no profesan. Todo eso es un milenarismo, un mesianismo, que tiene que ver más con raíces filosóficas, con Nietzsche y Schopenhauer.

Perdido en el mesianismo

-Piquito es un personaje bastante nietzscheano, ¿no?

-Sí, desde el vamos. Si tomás Piquito de oro, que es la primera novela de la serie, él está militando en el Polo Obrero, los piqueteros del Partido Obrero, pero cuando habla es mucho más nietzscheano que marxista. Si ves el arquetipo del militante trotskista, Piquito no lo es; nunca llega realmente a creer en su propio partido y después se burla del partido al cual pertenece entrecomillas. El marxismo es un ancla racional para él; en el comienzo de Sin espalda, la segunda novela o segunda parte, él le dice a un médico, tratando de demostrar que está bien: “he vuelto a la razón; vuelvo a ser marxista leninista”, como diciendo que no está loco (risas). La marginalidad del marxismo leninismo es la centralidad de lo humano para él. El pináculo de la racionalidad para Piquito es el marxismo y cuando quiere volver a un anclaje en lo real dice que es marxista leninista. Después se vuelve a perder en el mesianismo; no se puede sostener en la racionalidad.

-“Los años me hacen menos sabio y más apasionado”, dice en un momento de la novela. ¿La deriva de Piquito va de lo racional hacia lo irracional, hacia la pasión y el exceso?

-Sí, creo que hay esa deriva hacia un vitalismo irracionalista, el mesianismo, donde él se ve liberando sus pasiones y sus instintos. La razón siempre es un limitador, un freno a lo instintivo, a lo vital, si querés. Él lo deja surgir y dice que es más apasionado y menos sabio; en algún punto pongo en duda que la experiencia te da sabiduría. Yo creo que con la vida perdemos y ganamos y a veces reivindico el adolescente que fui, que quizá era más sabio. La moral social te va minando también esos saberes del cuerpo, que lo tienen los bebés y los chicos; hay una sabiduría del cuerpo que la perdemos y la desaprendemos con los años. Así se construye el viejo choto; uno lo ve todo el tiempo (risas). Piquito aprende la pasión, a perderse en los instintos, y la razón se va limitando; sería la deriva contraria de lo que en general se supone que pasa con casi todos nosotros, que vamos perdiendo las pasiones y los instintos y vamos hacia la razonabilidad de la edad. Piquito es un contraejemplo.

La vacilación del profeta

-¿Piquito sería “el héroe de los pasos vacilantes”, como se define él mismo en la novela?

-Sí, él se reconoce en la vacilación del profeta. Supongo que el profeta vacila todo el tiempo y se contradice. Uno lo ve si lee los textos bíblicos, sobre todo en el Nuevo Testamento en las contradicciones de Jesús; entonces uno se da cuenta de que él vacilaba; por momentos era tierno, por momentos estaba furioso, por momentos parece reivindicar la vieja moral judía; pero rompe ese molde cuando dice que viene a poner a la hija contra la madre y al hijo contra el padre. Un profeta tiene que ser vacilante, aunque después a futuro se construye artificialmente un camino recto, una suerte de recta moral.

-“Vacilo, luego existo”, se podría decir reescribiendo a Descartes

-Y sí... todos vacilamos todo el tiempo; en un profeta, que se supone que es la encarnación de algo que lo trasciende, en esa vacilación también está su fuerza, ¿no? La irracionalidad de la vida tiene esas paradojas, esas perplejidades, esas fuerzas en pugna, donde todo se alimenta. De la vacilación sale finalmente el estallido, eso hace un poco también a los fervores de Piquito. De las vacilaciones sale reafirmándose en sí mismo.

-¿Por qué te interesa trabajar con el exceso del lenguaje, algo que está presente desde el primer Piquito?

-En Piquito a secas hubo una ruptura en términos de contenido y en la forma. El exceso es la forma de Piquito como narrador, como voz literaria; por eso digo que es la radicalidad de mi proyecto literario. Los escritores somos escritores por exceso o por defecto o economía (la literatura norteamericana actúa más por economía). Proust sería el máximo símbolo del exceso. Como lector disfruto de las dos formas, pero como escritor siempre me he reconocido más en la línea más proustiana, más europea, del exceso, de cargar el lenguaje, de forzarlo, de no economizarlo. En Piquito se exacerba este verbalismo más desaforado. En la misma gauchesca, cuando José Hernández hace la voz de Martín Fierro, no es él en absoluto, sino que toma otra voz que lo arrastra y lo lleva. Y al fin Martín Fierro borra a Hernández porque Martín Fierro es una voz y Hernández es un medio para esa voz. Cuando escribo Piquito, soy como una especie de médium; no es que tengo una voz en la cabeza y estoy loco, sino que es una voz narrativa que me lleva a decir cosas que como narrador en tercera persona no podría escribir. Eso es lo que me ha gustado de la radicalidad de Piquito; como narrador en tercera llego hasta un límite que no puedo atravesar y que he atravesado con Piquito para bien o para mal. Hay quienes dicen que es un exceso, que se aburren con esto… qué se yo... El resultado puede gustar más o menos; pero me ha encantado estar en la voz de Piquito. Quizá porque no era yo mismo y uno está podrido de sí mismo.

El final de la saga

 

Gustavo Ferreyra anuncia que hay un cierre de la saga de Piquito. La novela ya la escribió y probablemente tendrá el título Piquito y los vientos. “Piquito se refugia en la Patagonia, cerca del Bolsón, donde va con la hija de Josefina y viven los dos en una cabaña medio pobretona que les presta una alemana, que creen que es medio nazi. Hasta esa cabaña va a ir Bruna, su discípula”, resume el escritor. En la segunda parte de Piquito en las sombras, Bruna cree que es la Virgen María la que en vida advierte del hiato entre Cristo y Jesús; el caer de los apóstoles en el viejo judaísmo y la consecuente traición a Jesús. “La Virgen María que reivindica Bruna es la vieja que murió en Bul-Bul (Ayasaluk, Turquía hoy) hedionda y en una pocilga. Esa vieja, supone, escribió un textito. Ella está segura de que va en ese sentido: la vieja María contra los apóstoles. Sería un arma para ese retorno al sapiens, cuya puerta, para Piquito y para Bruna, es la mujer”, explica Ferreyra, que en 2023 publicará por la editorial Godot la novela El mamífero que ríe.