Esta semana comencé a ver Intimidad, una serie española muy interesante. La historia está centrada en dos mujeres muy distintas, con vidas completamente diferentes. Una de ellas es una persona pública con una candidatura política a un cargo muy importante; la otra, una mujer de barrio, obrera de una fábrica con una vida común y corriente, anónima. ¿Qué tienen en común ellas? Las dos sufrieron violencia digital. Este es el conflicto que proyecta esta serie. Lo interesante es que el planteo está hecho con una perspectiva de género hacia la víctima.
El primer recuerdo que tengo sobre este tema está anclado en los años 90. Me refiero al video sexual casero de Pamela Anderson y Tommy Lee divulgado luego de un robo. Ese caso fue un emblema porque descubrimos el alcance de Internet y lo que podía provocar. Hasta ese momento, para muchxs era una palabra lejana de la que apenas habían escuchado hablar. No éramos conscientes del poder que iba a tener la web, ese espacio que cruzaba las fronteras sin pasaporte y sin pedir permiso, donde las reglas no existían. El video de Pamela se viralizó y todxs querían ver a esta bomba sexual de Bay Wach que corría por las playas de Santa Bárbara en un traje de baño rojo. Su personaje era un objeto de consumo erótico y ahora había material nuevo con el que entretenerse. Nadie pensó en Pamela persona, Pamela en la intimidad de su vida. En la televisión americana se burlaban de ella.
En Argentina hubo diferentes casos de violencia digital, muchos involucraron a figuras públicas. Seguro recuerdan los incidentes con Florencia Peña, Fátima Flores, Silvina Luna, Wanda Nara, entre otras. Algo que siempre me llamó la atención es ¿cuál es el verdadero regocijo de ver estos videos? Me acuerdo en alguna ocasión de haber entrado en un lugar y descubrir a un grupo de personas agolpadas frente a un celular tratando de ver algo que hacemos todxs en la intimidad. No cabe discusión acerca del daño que produce compartir estas imágenes. Si se acepta que quien las filtra debe recibir castigo por parte de la justicia, ¿por qué no se reconoce que todos aquellxs que las reenvían a sus contactos o que las comparten públicamente también están cometiendo un delito?
Por otro lado, como bien señala la serie, el fenómeno no solo ocurre con personas de la esfera pública. Cualquiera puede ser víctima de violencia digital y no es tan difícil que material privado termine en manos de alguien que, por despecho, lo viralice. La exposición forzada de la intimidad de un otrx parece ser la nueva forma de castigo de estos tiempos. Este fue el caso de Eliana Sotelo, ocurrido en la provincia de Tucumán, que trascendió luego de que ella comenzara una campaña nacional junto con otras mujeres de todo el país con experiencias similares, luego de que la justicia le diera la espalda.
Es que este tipo de denuncias muchas veces ni siquiera son tomadas. En otros casos, como el de Flor Vill de la provincia de Santa Fe cuyo caso fue desestimado por no tipificar como delito. Además, no es gratuito animarse a denunciar: sabemos que cuando van a las comisarías, muchas mujeres son revictimizadas: policías hombres les solicitan ver el material, se burlan o les preguntan para qué se sacan esas fotos o por qué aceptan participar en este tipo de videos sabiendo que se pueden volver virales. La pregunta es ¿por qué siempre el foco se pone sobre la víctima y no sobre el agresor? ¿Por qué no hay tantos casos públicos en que sean hombres quienes manifiesten los traumas por lo que las mujeres expuestas pasan? Da la sensación de que todavía seguimos con el casete de que el hombre que se muestra teniendo sexo se vuelve más viril ante la mirada ajena, mientras que la mujer, como una prostituta. Es decir, seguimos hablando de violencia de género, solo que ejercida virtualmente.
Creo que para modificar este orden de cosas se requiere un trabajo de reeducación muy fuerte sobre actitudes que se remontan al machismo y sobre la violencia en general. No alcanza solo con cambio en la mentalidad de la sociedad, también es necesario que el Estado acompañe con medidas. Frente a esta desprotección, Eliana Sotelo armó una red nacional para luchar por la Ley Olimpia, una ley creada en México. Su propulsora es Olimpia Coral Melo, que también fue víctima y que logró un fallo que se utiliza ya en veinticinco estados este país.
Los proyectos de Eliana son dos: la Ley Olimpia y Ley Belén. Ambos están basados en la Ley Olimpia de México. La última recibe su nombre por Belén San Román, una chica de Bragado que habría sido instigada al suicidio luego de la difusión de material íntimo de ella. Sabemos que el mundo avanza de manera acelerada. Las sociedades cambian: ¿no es hora de que la justicia se aggiorne? La justicia debería ir de la mano de los cambios culturales de cada nación: no podemos esperar otro cambio de milenio para que eso suceda. Es momento de que el tema entre en agenda y de que nuestros representantes empiecen a trabajar sobre esto. ¡Que se haga justicia para cada una de las víctimas!