En un momento dado era la nueva estrella. Nueva York, Madrid o San Pablo le dedicaban programas de más de una semana consagrados a su música, recibía encargos del Festival de Tanglewood, de la Metropolitan Opera House o de la Fundación Bach, componía la música de los films de Francis Ford Coppola, sus obras eran estrenadas por Yo-Yo Ma, el Kronos Quartet o la cantante Dawn Upshaw, aparecía en las tapas de revistas como la británica Gramophone y la Deutsche Grammophon publicaba los discos con sus composiciones. Y, de repente, se dejó de hablar de Osvaldo Golijov. “Estuve bastante callado. Desaparecí”, dice el músico con inusual franqueza en su charla con PáginaI12. En Buenos Aires para presenciar un concierto dedicado a obras suyas que se realizará hoy en el Centro Cultural Kirchner, el compositor nacido en La Plata y radicado en los Estados Unidos, cuenta su retorno después de haber atravesado una traumática experiencia afectiva.
“Me llamó Gustavo Mozzi, que de alguna manera consiguió mi teléfono, y me dijo que quería programar mi música en el Centro Cultural Kirchner, que él dirige –relata– y charlando surgió este programa”. Con dirección de Annunziata Tomaro y la soprano Miriam Khalil, el acordeonista Michael Ward-Bergeman y el cellista Eduardo Vassallo como solistas, junto con un ensamble de 50 músicos conformado para la ocasión, se interpretará Ayre, un ciclo de canciones que relee la tradición sefaradí y que fue dedicado a la gran cantante Dawn Upshaw; y Azul, el concierto para cello que escribió para Yo-Yo Ma. “Vasallo fue quien estrenó el concierto en Inglaterra. Lo admiro y lo quiero muchísimo y le tengo gratitud eterna porque la primera vez que hice una obra con orquesta, en el Teatro Argentino de La Plata, tenía también un cello solista y él llegó como suplente de alguien que se había enfermado a último momento y lo tocó espectacular, con un compromiso extraordinario y una gran generosidad de espíritu y casi sin ensayo. También sugerí a Khalil. La escuché en Canadá hace un par de años y me encantó. Ella es de origen sirio, y maneja el lenguaje de Ayre a la perfección. Y es, en realidad, una de las pocas que la puede hacer. Upshaw era una intérprete única y lo que ella hacía, con esta obra, lo hemos tenido que repartir entre dos cantantes. Por suerte con Khalil eso no es necesario.”
Golijov habla de “una crisis total” que alcanzó también su música y se planteó con la forma de grandes dudas a la hora de componer. Y señala “que fue una experiencia enriquecedora. Salí distinto y me gusto más ahora que antes; veo al mundo más real y la música que estoy haciendo me parece que también tiene otras dimensiones. Estoy contento de estar en el lugar creativo en el que estoy”. Define sus búsquedas actuales como “un desarrollo de lo que estaba presentado en Azul. Creo que encontré allí una especie de melancolía cósmica que me gusta. O, para ser más preciso, que siento que puedo explorar. De las obras que hice es la única en la que todavía encuentro cosas que me intrigan como para seguir explorando. Ahora, justamente, estoy componiendo algo que no sé como definir. No sé si es una clase de ópera de cámara o larguísimo ciclo de canciones para dos cantantes y el ensamble de Yo-Yo Ma, el Silkroad. Está basada en una novela de David Grossman, el escritor israelí, que es algo así como Kindertotenlieder (Canciones a los niños muertos, de Gustav Mahler sobre poemas de Friedrich Rückert) en versión israelí. A él le mataron un hijo que era soldado y esta obra no es acerca de la muerte de su propio hijo sino algo más colectivo. Y de una pérdida que no tiene nombre. Quien ha perdido a sus padres es huérfano y quien ha perdido a su pareja es viudo o viuda. Pero la pérdida del hijo es tan innombrable que no hay palabra para ella. Esta composición se plantea también en relación con el mito de Orfeo. “Componer para el Silkroad (el Ensamble del camino de la seda) que Yo-Yo Ma fundó con instrumentistas –e instrumentos– de distintas partes de Oriente y un cuarteto de cuerdas neoyorquino es, para él, “como volver a casa”. “Es una definición del presente musical”, dice, refiriéndose a las características explícitamente fronterizas de la música del ensamble –característica que, por otra parte, comparte con muchas de las obras del propio Golijov–. “En este momento todos los graduados de la Julliard, por ejemplo, están metiéndose en otro tipos de cosas. Los más virtuosos hacen canciones, o se meten a tocar jazz, o rock. Ya no es suficiente ser virtuosos de la música occidental. Hay un sentimiento de época, una necesidad. El futuro dirá pero cuando las cosas son verdaderas, trascienden la dificultad inicial.”