Boca no juega bien. Pero siempre da que hablar. Y partido a partido ratifica su impresionante poder de instalación mediática. La semana pasada, primero la contratación como nuevo arquero de Sergio "Chiquito" Romero y luego, la fractura de Exequiel Zeballos en el partido ante Agropecuario por la Copa Argentina ocuparon horas y horas de radio y televisión y fueron tendencia predominante en las redes sociales. Desde la noche del domingo, otro tema acapara un interés excluyente: la pelea entre Darío Benedetto y Carlos Zambrano en el entretiempo del clásico con Racing.

El hecho en si no tiene nada de extraordinario. La historia del fútbol mundial está repleta de combates a puño limpio en los vestuarios y en los entrenamientos que rara vez trascienden o se saben sólo cuando el paso del tiempo habilita las confesiones. Pero en Boca, las crisis estallan sin disimulo a la vista de todos.  Y hasta los episodios privados, los que suceden alejados del ojo invasor de las cámaras, cobran rápida e inusitada trascendencia. No hay cultura de la discreción. Todo se ve, todo se escucha y todo se sabe. Mucho más cuando los resultados no se dan. 

No siempre son amigos los que entran a una cancha para defender los mismos colores. Muchas veces, incluso, se trata de enemigos íntimos que, circunstancialmente, tienen una tarea en común: tratar de ganarle al equipo que está enfrente. El tema es cuando esas divergencias, en cierto modo inevitables dentro del hervidero de egos que suelen ser los vestuarios de cualquier equipo (y mucho más de uno gigantesco como Boca) afectan el rendimiento colectivo y toman estado público. Y eso es lo que parece estar sucediendo.

El puñetazo de Benedetto a Zambrano es la última batalla de la guerra que Boca atraviesa desde que fue eliminado de la Copa Libertadores. Una nueva evidencia de que hay temas de la relación y la convivencia del plantel que se han escapado de las manos de los propios futbolistas y que merecerían ser tratados con mayor seriedad y mucho menos escándalo. En este contexto y mas allá de su cargo, no parece el técnico Hugo Ibarra tener la autoridad necesaria para encarrilar la situación.

Ni siquiera en sus tiempos de enfrentamiento más agudo, de 2007 a 2011, Juan Román Riquelme y Martín Palermo dejaron de respetar ciertos códigos dentro y fuera de la cancha. Todos sabían que no se soportaban. Pero la mala onda que mutuamente se profesaban jamás desbordó ciertos marcos elementales. No se dirigían la palabra ni se miraban. Pero tampoco se agarraban a las trompadas ni se insultaban en medio de los partidos. En el caso de Benedetto y Zambrano, el deterioro es tan grande que eso no ha sido posible.

El aire se ha tornado irrespirable en el vestuario de Boca. Y algo pronto habrá que hacer para ventilarlo y restablecer los lazos afectivos que se han roto. Si no para jugar mejor y ganar más seguido, al menos para que la pelea entre ambos jugadores sea el último episodio de una guerra en la que hasta ahora, todos salen perdiendo.