¿Quién piensa en su vejez? Nosotres no. Me refiero a mis amigues y yo, pibxs de treinta que, mirando más allá, solo pensamos en MILFs o fingimos demencia. Un día, en plena abstracción (me suele pasar), miré nuestra conversación desde afuera. Hablábamos de una crisis cercana, contra la que estábamos prevenides de sobra. Asociábamos el éxito a los treinta, la calma a los cuarenta y el oficio de los sugar daddies a los cincuenta. Después, escena desaparecida y fin. Como si no supiéramos que Pepe Cibrián está viviendo, a sus 74, una pasión casi adolescente. Como si no hubiésemos alabado la última peli de Emma Thompson Buena suerte, Leo Grande. De pronto, nos faltaban imágenes para pensar en nuestras vejeces. “Lo único que no quiero es ser uno de esos fantasmas de Grindr”, dijo me dice alguien al pasar. ¿Será que, pasados los cincuenta, une se transforma en un perfil sin foto dentro de una app de citas? ¿Nos haremos invisibles cuando el reloj dé las doce en nuestro 51° cumpleaños? Suena a gualicho capitalista.

“Pero no es una idea errada. La sociedad nos piensa como consumidores de medicamentos y pañales. No nos reconoce como sujetos de goce. Ni hablar de que muches terminan volviendo al armario después de cierta edad”. La intervención corresponde a Luis Ángel Ávalos. Sonríe como el Gato de Cheshire; está chocho de abordar la cuestión. “Te digo más: yo empecé a sentirme vieja cuando fui perdiendo el interés de los demás en las apps de citas, en las situaciones sociales en general. No hay mucha gente joven que quiera acercarse a una marica vieja como yo, porque la edad les recuerda algo en lo que no quieren pensar”. Luis tiene 59 años y es psicólogo. Él se define como “activista marica independiente”. También brilla como drag queen; su Mimicha Pons es desopilante. Enseguida arremete: “La vejez está asociada con el deterioro, a partir de una falsa dicotomía que pone como contraste la vitalidad de la juventud. Lo cierto es que, todo el tiempo, una se cruza con juventudes deterioradas y vejeces vitales”.

Miguel Ángel Machinandiarena lo confirma. “Hace diez años, empecé a observar ciertas cosas que antes no encontraba en situaciones sociales y conversaciones. Ciertos temores, ciertos rodeos. A mí no me afectan tanto porque tengo una postura que siempre ha sido muy clara y contundente”. Miguel Ángel tiene 74 años. Tras activar en el COGAM de Madrid y la FALGBT de acá, sigue definiéndose como un “activista gay ad honorem”. “Todos los martes a las 18h, se reúnen en el COGAM personas de mi edad, a comentar más o menos los mismos problemas ¡desde hace años! Es decir, la situación de los gays mayores de 60 es más o menos la misma tanto allá como acá”.

Luis chasquea la lengua. “Por supuesto, está el problema de la belleza hegemónica. Cuanto más normativamente bello uno se siente en su juventud, peor es el impacto de envejecer. Yo nunca me sentí bello, por ende no sentí ese impacto. Lo que me asusta es el deterioro mental. Apuesto a seguir haciendo las cosas que me apasionan, porque ellas me sostienen”.

Luis Ángel Ávalos


Una perspectiva interseccional

Observo a Luis y a Miguel Ángel; su dinámica de viejos amigos no demuestra deterioro de ningún tipo. Señalan una diferencia entre ambos: Miguel está casado, Luis no. “¡Porque no quise! Igual tengo la preocupación de quién me va a cuidar cuando sea más grande. Me respondo: mis amigues. Tengo una red activa de amigues; la he ido construyendo con el correr de los años y sé que estamos les unes para les otres”.

“Por supuesto, esa red crecería si las personas mayores LGBTIQ+ estuviéramos mejor organizadas. ¿Dónde están nuestres congéneres? ¡Convoquémosles!”, se entusiasma Luis. “Claro que no se puede pensar en las vejeces LGBTIQ+ sin una perspectiva interseccional. Nosotros hablamos desde nuestra posición de varones blancos, universitarios y profesionales. Nuestra experiencia no es universal y debemos allanarle el camino a les que no lo tienen tan fácil”. 

La organización con la que sueña Luis ya es un hecho fuera de Buenos Aires. En el transcurso del último año, más de 400 personas realizaron el curso online que imparte la alianza constituida por Leswarmi, mujeres originarias lesbianas y bisexuales; Crisálida, biblioteca popular de género y diversidad afectivosexual; la Grupa Trans y Familias Diversas Tucumán. Desde 2018, estas asociaciones estudian las vivencias de las personas mayores LGBTIQ+ en los territorios que cubren. Durante la pandemia, hicieron contacto con Martín Krajcik de All Welcome Canada, un especialista en diseñar entrenamientos para las personas mayores LGBTIQ+, bajo cuya guía produjeron materiales para la promoción de espacios seguros e inclusivos. Puntos de encuentro.

El curso “Por los derechos de las personas mayores LGBTIQ”, además de la intersección entre vejez y diversidad, aborda el problema de la subrepresentación de las personas mayores dentro de nuestro colectivo. “Como comunidad no queremos hablar de nuestras vejeces. No nos vemos ahí. Somos cómplices de nuestra invisibilidad. Así como nos hicimos visibles para luchar por otros derechos, hoy necesitamos ser visibles para garantizarnos una vejez con bienestar y autonomía”, reflexiona Estela Fernández, una lesbiana de 73 años que participó recientemente en el curso. Estela vive algunos meses en Tucumán, otros en Córdoba y Santa Fe.

Estela Fernández


La vejez, una conquista

“Yo no tenía idea de la importancia de la interseccionalidad y de la enorme vulneración que viven las personas de mi edad, hasta que hice el curso de Leswarmi y Crisálida. Aprender eso me ayudó a entender muchas cosas, entre ellas mis privilegios”, reconoce Estela. Actualmente, ella comparte la vida con su pareja y sus hijas. “No todas las personas LGBT pueden seguir hasta donde yo llegué; a veces estás tan rota que tirás la toalla. Sin ir tan lejos, mi pareja estuvo en el closet durante 50 años. Hasta que enviudó de su marido y murieron su madre y padre, ella no se liberó”.

“Cuando asesinaron a Pepa Gaitán, pensé que todas las personas LGBT estábamos condenadas”, cuenta Estela. “Siempre soñé con armar una familia y vivir en pareja, pero pasé muchos años planteándome la vejez como una utopía, en parte debido a la falta de modelos. El día que cumplí 66 años, abracé a mis hijas y a mi mujer y lloré. Lloré por llegar a esa edad y por todas mis amigas que se murieron, algunas de tristeza y otras de soledad”.

Yohana Cancino comprende lo agridulce de esa conquista. Tiene 60 años y vive en San Miguel de Tucumán, “aunque crecí en el interior de la provincia, en una zona rural”. Yohana es una mujer trans que estudió enfermería y hoy se dedica al cuidado de personas mayores que ella. En su juventud, “no pensaba en los años futuros porque, cuando intentás sobrevivir, llegar al día siguiente es un logro”. “Muchas personas mayores LGBTIQ+ empezaron a replantearse cosas recién cuando llegaron a la vejez, porque hasta los 50 años vivían el día a día, como sobrevivientes. Este contexto de políticas sociales y llegar a la vejez hacen que una se replantee muchas cosas. Principalmente, el horror de vivir como vivíamos en los 70, 80 y 90”.

Datos que hablan

La firma de Yohana se lee entre las que rubrican el informe presentado por Crisálida y Leswarmi ante la ONU, con ocasión del 42° Examen Periódico Universal. Uno de los puntos más llamativos es el que expone los términos de algunos programas gubernamentales, que tienen “un límite de edad de hasta 65 años y están destinados a jubilados y pensionados. Las personas mayores LGBTI no ingresan ni en una ni en otra categoría. En la mayoría de los casos, son mayores de 65 años y no están jubiladas ni pensionadas (por diversas razones, no pudieron acceder a trabajos registrados en sus años anteriores; no pudieron formalizar vínculos o los mismos no fueron reconocidos; no pudieron acceder a completar pensiones no contributivas, etc)”. En este sentido, Yohana observa que “las políticas para las personas trans no son completamente reparatorias; están enfocadas en personas muy jóvenes y eso nos deja en la invisibilidad a las mayores de 50”.

Además, el informe permite inferir que “las personas mayores LGBTI tienen el doble de probabilidades de vivir solas. Un alto porcentaje de los estudios antes mencionados reportó falta de compañía; más del 50% informó sentirse en aislamiento de las demás personas. A menudo no pueden salir a realizar las tareas diarias. Debido a estas situaciones es que experimentan ansiedad y optan por invisibilizarse y quedarse en ‘el armario’”. En estos casos, no hay una red afectiva como esa a la que apuestan Luis y Miguel Ángel en la CABA. ¿Qué sucede, entonces, cuando la soledad se vuelve enemiga de la vejez?

“Muchas personas mayores LGBTIQ viven aislamiento y soledad; es un drama”, enfatiza Yohana. “Esta invisibilidad, en muchos casos, se construye durante años. Sobre todo, cuando no respondés al imaginario social que espera cuerpos hegemónicos y todos los accesorios de las masculinidades o femineidades. ¿Qué pasa cuando llegás apenas a comprar algo para comer y no accedés a lookearte para ser tan colorida, atlética o glitteriada? Hay un paralelismo entre el acceso a derechos y responder al imaginario social hegemónico; como respuesta surgió lo queer, pero hoy lo queer es marketinero”.

Estela aporta una luz sobre la cuestión. “Pienso que las generaciones actuales piensan más en sus edades futuras. Son las que impulsaron el matrimonio igualitario, las que hicieron frente a la soledad como destino y aprendieron a construir redes de apoyo. Ahí está la clave”.

Yohana Cancino


Cuatro miradas al futuro

Yohana observa que, en diez años, “cuando tenga 70, seguramente seguiré trabajando porque no hay espacios en el Estado ni programas que nos contemplen a esa edad. Por otro lado, estaré más alejada de algunas prácticas sexoafectivas. Cuando vas envejeciendo, en cambio descubrís o redescubrís otras, como la ternura en los vínculos”.

“Bueno, yo en diez años me imagino que no voy a estar”, dice Miguel Ángel con calma. “Pero la gente, ¡ustedes!, van a ser más libres. Nosotros, por religión, ¡por muchas cosas!, vivimos unas vidas muy culposas. Ahora la gente vive de otra manera, y el cambio recién empieza”.

Luis se ríe. “¡En diez años, seré una joven de 69! Me gusta pensar que voy por un camino hacia donde las cosas van a mejorar. ¿Mejorar o empeorar en relación con qué? Con la idea hegemónica de vejez, que es un horror. Ya no nos sirven esas imágenes; tenemos que estallarlas e inventar otras nuevas”. Me guiña un ojo. “Tal vez esta sea una forma de empezar: hablando al respecto”.

“En diez años, tendré 83”, reflexiona Estela. Tras una pausa, agrega: “Me imagino con mi compañera de vida, bailando temas de Leo Dan, riéndonos y disfrutando de nuestros nietas y nietos, que ya serán adolescentes”. Suspira. “Estaré más tranquila. Si alguna de las dos se enferma, ya no habrá que construir un relato para justificar nuestra unión y nuestro cuidado, como sucedía antes del 2010. Si me agreden, otras personas se van a indignar, porque nuestros derechos hoy son reconocidos por la sociedad más allá de cualquier ley. Y eso es un triunfo”.