El “maldito” Michel Houellebecq vuelve recargado, como un Balzac distópico del siglo XXI, que explora las contradicciones del capitalismo y el colapso de las sociedades occidentales. “Le parecía evidente que el conjunto del sistema se derrumbaría en un colapso gigantesco cuya fecha y modalidades no se podían prever todavía, pero la fecha podría acortarse y sus modalidades serían virulentas.
De modo que se encontraba en la extraña situación de trabajar con constancia, y a hasta con cierta abnegación, para el mantenimiento de un sistema social que él sabía irremediablemente condenado, y probablemente no a muy largo plazo”, dice el narrador de Aniquilación (Anagrama), novela de poco más de 600 páginas que transcurre en 2027. El ganador de la elección presidencial en Francia podría ser una estrella de la televisión. El hombre fuerte detrás de esa candidatura es el actual ministro de Economía, Bruno Juge, para quien trabaja como asesor Paul Raison, el protagonista de la novela, un hombre descreído, taciturno y con un matrimonio en declive.
Aniquilar el mundo moderno
Houellebecq indaga en el problema acuciante de las fake news y la relación con la verdad. En la novela, por ejemplo, aparecen en Internet imágenes inquietantes en las que se decapita al ministro Bruno Juge con una guillotina. La simulación es tan perfecta que parece una decapitación real. Un accidente cerebrovascular deja inmovilizado al padre de Paul, un exespía jubilado que vive en un pueblo de la región vinícola del Beaujolais. En la casa de su padre, Paul descubrirá unos enigmáticos documentos con indicios sobre la autoría de los atentados contra un buque de contenedores frente a la costa de la A Coruña, contra un banco de esperma en Dinamarca y contra un barco de migrantes en las costas de las islas de Pitiusas. Las pistas conducen hacia los anarcoprimitivistas o ecofascistas con influencias satánicas. “Lo peor era que no podía discrepar con los terroristas si su objetivo era aniquilar el mundo tal como él lo conocía, aniquilar el mundo moderno”, plantea Paul en una parte de Aniquilación.
Ningún otro escritor contemporáneo logra captar “el pulso del tiempo” desde la ficción. Nihilista, romántico y provocador son calificaciones o acusaciones, según quien las pronuncie, que merodean el asunto principal por el cual es amado y odiado, en una “grieta” literaria que no admite medias tintas. Houellebecq desmonta las contradicciones del progresismo poniendo el dedo en la llaga de un ecologismo que parece colisionar con un consumo desaforado. Los dardos envenenados están dirigidos, como siempre, hacia el comportamiento humano. “Le gustaba decir que internet solo servía para dos cosas: para descargarse porno y para insultar al prójimo sin riesgos; en realidad, solo una minoría de personas especialmente resentidas y vulgares se expresaban en la red”, desliza este narrador que expone muchos de los tópicos que obsesionan al autor de las novelas Ampliación del campo de batalla (1994), Las partículas elementales (1998), Lanzarote (2000), Plataforma (2001), La posibilidad de una isla (2005), El mapa y el territorio (2010) --con la que obtuvo el Premio Goncourt, el máximo galardón de las letras francesas--; y las más recientes Sumisión (2015) y Serotonina (2019).
Vejez y eutanasia
El tema central de Aniquilación es la enfermedad, la vejez y la muerte. El escritor cuestiona el menosprecio hacia los ancianos. “Yo he sido muy pronto sensible al hecho de que nuestra sociedad tiene un problema con la vejez; y que era un problema grave que podría conducirla a la autodestrucción”, advierte uno de los personajes, él mismo que a continuación agrega: “La verdadera razón de la eutanasia es que ya no los soportamos (a los ancianos), ni siquiera queremos saber que existen, por eso los aparcamos en lugares especializados, fuera de la vista de los demás seres humanos. La cuasi totalidad de la gente hoy día considera que la valía de una persona disminuye a media que su edad aumenta; que la vida de un joven, y más aún de un niño, vale mucho más que la de un anciano”. Hay una “mutación antropológica”, postulada en la novela, que enlaza con el nihilismo. “Devaluar el pasado y el presente en beneficio del futuro, devaluar lo real para preferir una virtualidad situada en un futuro incierto, son síntomas del nihilismo europeo mucho más decisivos que todo los que Nietzsche pudo detectar”.
Cécile, la hermana de Paul Raison, es católica y simpatizante de la ultraderecha. El interés por el cristianismo ya estaba presente en Sumisión y también en Serotonina. “No soy cristiano; tengo incluso tendencia a pensar que comenzó con el cristianismo esta propensión a aceptar resignados el mundo actual, por insoportable que sea, a la espera de un salvador y un porvenir hipotético; el pecado original del cristianismo, a mi entender, es la esperanza”, propone uno de los personajes de Aniquilación. Pero la “entonación” cristiana acaso se diluye ante un escepticismo mordaz. “Siempre había visto el mundo como un lugar donde él no debería haber estado, pero que no tenía prisa en abandonar, simplemente porque no conocía otro”. Con Paul enfermo de cáncer, las frases de Houellebecq se afilan: “Los momentos acontecen o no, modifican la vida de la gente y a veces la destruyen, ¿y qué podemos decir? ¿Qué podemos hacer? Sin duda, nada”.
¿La última novela?
En la travesía final Paul no está solo; Prudence, su esposa, lo acompaña. “La muerte llegaría pronto, ya no cabía la menor duda, pero él tenía la sensación de que seguía sin poder acercarse a ella, no más allá de cierto límite. Era como si caminase continuamente por la orilla de un precipicio y de cuando en cuando perdiera el equilibro”, describe el narrador. Hay una puerta abierta a una experiencia del amor desde la perspectiva del cuidado y de esas “mentiras maravillosas” que habrían necesitado para cambiar la vida compartida. En los agradecimientos finales del libro, vinculados con la ciencia médica, menciona a distintos profesionales y médicos, y en el último párrafo desliza una especie de “anuncio”, que algunos traducen como una despedida de la escritura. “En el fondo, los escritores franceses no deberían dudar en documentarse más; muchas personas aman su oficio y les agrada explicarlo a los profanos. Por azar, acabo de llegar a una conclusión positiva: es hora de que pare”, concluye Houellebecq.