Si de rock en la universidad hablamos, podríamos decir que ninguna facultad debe quedarse afuera: el fenómeno de masas más importante para la juventud de la segunda mitad del siglo pasado, es tan complejo, poliédrico y contradictorio que cualquier tentativa de análisis que no se predisponga a correrse de las lecturas metodológicas tradicionales será condenada al más triste de los reduccionismos.
Desde las letras hasta la economía, pasando por la historia y la arquitectura, el rock se resiste a convertirse en un “objeto de estudio” y se escurre por entre las pinzas de la momificación académica, exigiendo de investigadores e investigadoras -“rockeros antes que universitarios”, según su propia definición– observaciones audaces que, lejos de estrechar sus límites ontológicos, los tensionen cada vez más.
Con un creciente arco de producciones de fondo, el Seminario Permanente de Estudios sobre Rock Argentino Contemporáneo (SPERAC), radicado en la Universidad de Buenos Aires (UBA), organizará para los próximos 18 y 19 de noviembre el Primer Encuentro de Investigadorxs sobre Rock Argentino y Latinoamericano Contemporáneos, una instancia de debate y discusión sobre la actualidad del género.
Un Frankenstein epistemológico
La molécula del rock es compleja; intervienen en el fenómeno elementos diversos y las líneas de investigación se definen según cuál sea entendida como predominante, aunque, claro está, el todo es más que la suma de las partes. “Hay una dimensión estética, otra musical, cultural, tecnológica, política”. La lista sigue, pero Julián Delgado investigador del CONICET, con dependencia en la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales (IDAES), hace una pausa en la enumeración y subraya otra vertiente: “lo económico y lo comercial están poco estudiados”.
El extenso inventario de facetas desde donde abordarlo se ajusta a la definición de “objeto semiótico complejo”, a través de la cual el doctor en Letras por la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), Claudio Díaz, piensa al rock. “Está hecho de varios lenguajes simultáneamente. Hay tres elementos claves para entender cómo produce sentido: lo sonoro, las letras y la perfomance”, explica.
Tanto Delgado, con el marco teórico de la historia, como Díaz, que hace pie en las ciencias discursivas, celebran el espacio que el rock empieza a ganar en las distintas casas de estudio, inexistente durante sus experiencias de formación. Ambos valoran la importancia de los trabajos pioneros de Pablo Vila, Pablo Alabarces, Sergio Pujol y Valeria Manzano pero reconocen que se mantuvieron en soledad durante muchos años.
Al rock le costó entrar en las universidades. “Con las músicas populares siempre anda girando el problema de su supuesta falta de valor como objeto de estudio”, comenta Díaz, a quien en su juventud le rebotaron un proyecto de investigación sobre rock en la carrera de Letras de la universidad y tuvo que presentarlo en la de Comunicación. Para el investigador, especializado en música popular, a partir del nuevo milenio el panorama comienza a expandirse.
“El rock empieza a tener un poco más de atención que otras músicas, porque se ha legitimado y se ha construido un canon que atrae la atención de los investigadores”, detalla Díaz. En su mirada, la histórica posición de resistencia expresada por el rock frente a las dictaduras y los autoritarismos es lo que, a partir de la transición hacia la democracia, impulsó su reconocimiento como institución de la cultura popular y la cristalización de una ficción de origen muy poderosa.
Por su parte, Delgado aclara que, a pesar de ese proceso de valorización, el relato reaccionario sigue funcionando y su potencia discursiva empapa un poco las investigaciones. Por eso, considera que algunas caras más comerciales del rock, que van en contra de las lecturas románticas y heroicas, mantienen aún su espacio.
Autor de “Tu tiempo es hoy. Una historia sobre Almendra”, entre otros libros, el historiador analiza uno de los objetivos de las actuales indagaciones. En un contexto en que se ha decretado la muerte del género y también su eternidad -el debate sigue abierto-, la idea es “mostrar que lo que hoy puede hacer es muy distinto a lo que podía lograr en los setenta u ochenta”. En un mercado dominado por nuevas expresiones urbanas, como el hip hop o el trap, Delgado rescata las conexiones que estas mantienen con el rock: un discurso sobre lo auténtico y una electrificación del sonido, herencias del boom rockero del siglo pasado.
Hace poco más de veinte años, las autoridades miraban raro los ensayos sobre el género pero eso no detuvo a Díaz. No sólo perseveró sino que amplió el campo de estudio. Hoy dirige un equipo de investigación en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC, que se dedica a analizar el rock, el cuarteto y la cumbia. “Son expresiones muy significativas porque alrededor de ellas se construyen identidades, modos de pensar, de amar y de vivir”, expresa el docente.
El salto en la cantidad y calidad de las publicaciones, tanto en revistas como en editoriales, da cuenta de un interés exponencial por el tema. “Son proyectos que no tienen que ver con aportar respuestas definitivas, sino con abrir nuevos interrogantes. Cuanto más uno intenta definirlo, en más problemas se mete”, resume Delgado.
Un pie adentro y otro afuera
Hasta llegar a conformar el SPERAC, Emiliano Scaricaciottoli trazó una extensa trayectoria, en la que los cruces y colisiones entre la carrera de Letras y el Rock y el Heavy Metal desembocaron en varios proyectos. La fundación del Grupo de Investigación Interdisciplinario sobre Heavy Metal Argentino (GHIMA) y la publicación, junto a su colega Oscar Blanco, de “Las letras de rock en la Argentina: de la caída de la dictadura a la crisis de la democracia (1983-2001)” son algunos de los mojones que ha dejado en su andar, motivado por el desencanto frente al abordaje cientificista de estos géneros por parte del periodismo especializado y de las ciencias sociales.
Ni él, ni muchos de sus compañeros en este recorrido, se sienten representados por la forma en que el rock se ha leído dentro de la universidad o la academia, que lo ha “convertido en un fenómeno wikipediado”. El enfoque de Scaricaciottoli es literario y ensayístico, sin hacer equivalentes a la letra y la poesía, ontológicamente diferenciadas; entiende al rock como un estatuto ficcional y, por lo tanto, plausible de ser atravesado y puesto en discusión con otros estatutos ficcionales, como el psicoanálisis, el esoterismo y, sin duda, la crítica literaria.
El SPERAC y sus producciones reflejan una postura comprometida, alejada de la búsqueda del “paper, del logro académico, de la profesionalización de la investigación desde un lugar inofensivo, descriptivista y con efecto de cientificidad”, describe el docente e investigador, identificado antes que nada como “rockero y metalero”.
Es una actitud que hereda la contundencia y la heterodoxia del crítico y escritor David Viñas, uno de los referentes del Instituto de Literatura Argentina Ricardo Rojas, dentro del cual se inscribe el SPERAC. El seminario también es auspiciado por el Área de Investigaciones en Artes del Espectáculo y Judeidad de la UBA, el Departamento de Literatura del Centro Cultural de la Cooperación (CCC) y el Bachillerato Popular N° 20 de Flores. A pesar de estos contactos con la institucionalidad, la filiación del Seminario con la UBA no es total: “Tenemos un pie adentro y otro afuera de la universidad; lo que se ha hecho desde este campo es poner una distancia, una neutralidad, entre la escena y su estudio, que hace que desaparezca el pathos (uso de recursos destinados a emocionar al espectador), el apasionamiento, la discusión, la intervención”, expone Scaricaciottoli.
El Primer Encuentro de Investigadorxs sobre Rock Argentino y Latinoamericano Contemporáneos persigue el objetivo de recuperar esos intercambios como herramientas para abordar el tema. Sus dos jornadas se desarrollarán en el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini y abren un espacio para manifestarse “contra el vaciamiento enciclopedista” y buscar alternativas “desde abajo”, aunque estallen en sus contradicciones.
Letra y piedra
A Ana Sánchez Trolliet también la miraban con desconfianza sus conocidos cuando les contaba para qué lugar se estaban yendo sus investigaciones; ¿Mezclar rock con Arquitectura, desde la Sociología? El resultado del cóctel de la investigadora del CONICET con sede en el IDAES acaba de ver la luz editorial: Te devora la ciudad. Itinerarios urbanos y figuraciones espaciales en el rock de Buenos Aires. La publicación, editada por la Universidad Nacional de Quilmes, será presentada el viernes 19 de noviembre como parte de la exhibición “Los 80. El Rock en la calle” del Museo Histórico Nacional.
Trolliet discute los fundamentos de la institución “rock nacional” y piensa el género como un fenómeno más bien urbano, radicado en las grandes urbes. Su aporte vincula música y ciudad con el propósito de pensar cuáles son los imaginarios de Buenos Aires que se construyeron a través del rock durante casi medio siglo. En esa clave, identifica tres modos de relacionarse con el espacio por parte de los jóvenes rockeros.
“Hay un primer momento que propone una imagen muy crítica de la ciudad, atravesada por los cuestionamientos a la represión y a los mandatos sociales hegemónicos. Se identifica a la ciudad con la sociedad y se utilizan metáforas modernistas que describen una ciudad rutinaria, gris, aburrida (A estos hombres tristes, puede servir de ejemplo). En contraposición, esos jóvenes rockeros promueven una utopía pastoral”, explica la investigadora.
Luego, la apertura democrática transforma este modo de habitar lo urbano y comienzan a aparecer visiones más optimistas que hablan de la recuperación del espacio público (Bailando en la vereda, de Porchetto; Ir a más, de Los Abuelos de la Nada). Sin embargo, aún perdura la visión de la calle teñida de una atmósfera ominosa (la paranoia de Hipercandome), que sitúa a la seguridad dentro de los espacios cerrados; Yendo de la cama al living, de Charly García, sería el resumen de esa percepción.
Estas tres representaciones conviven hasta que las debacles económicas de finales de los 80 y principios de los 90 resquebrajan el imaginario de una metrópoli cultural focalizada en Capital Federal. Toma fuerza, entonces, el rock del conurbano, que expresa la decadencia económica y critica la falta de infraestructura del AMBA, figurando un Gran Buenos Aires dominado por la carencia.“Cuando yo comencé mi tesis había tres o cuatro trabajos importantes sobre el tema. Recuerdo los de Sergio Pujol, Pablo Vila y uno de Valeria Manzano. Actualmente el campo se está ampliando, se empieza a pensar al rock desde lo político y hasta desde la vestimenta. Sin embargo, es un mundo muy hegemonizado por los hombres. Se repite en la academia lo que sucede en la escena”, relata Trolliet.
Contracultural en los inicios, oficializado por momentos y dado por muerto por algunas visiones, el rock plantea no pocas encrucijadas a quienes se le acerquen críticamente. A pesar del corrimiento del lugar de referencia central para la juventud que tuvo en su momento, según Díaz, sería “un sinsentido” no seguir abordándolo desde muchas disciplinas. Delgado, en tanto, propone superar el encandilamiento de las grandes figuras e indagar en los actores sociales menos valorados del fenómeno: productores comerciales y mediadores sociales.
“Hay que entender al rock como el aglutinador de un grupo social, como una vía para pensar la sociedad”, formula Troillet, por su parte.
Scaricaciottoli, mientras tanto, pugna por evitar la clausura de la discusión y la digestión que la universidad puede hacer del fenómeno, transformándolo en un “adorno”. “A mí el relevamiento, la acumulación de datos no me provoca nada”, finaliza.