En 2015, al conmemorarse el quinto centenario del fallecimiento de Aldo Manucio (1451-1515), el primer editor “moderno” del Renacimiento, se realizaron múltiples actividades de divulgación y celebración en las bibliotecas de varios países de Europa. Luego, se publicó la novela El impresor de Venecia, de Javier Azpeitia, y se renovaron los estudios y publicaciones en torno a Manucio y su época. Pese a ello, increíblemente, no se contaba con una traducción de sus cartas prologales, material fundamental sobre las actividades y relaciones humanísticas. Ahora, la editorial Ampersand, en su colección Territorio Postal, publica De re impressoria. Cartas prologales del primer editor, una selección con traducción y prólogo de Ana Mosqueda, y una introducción de Tiziana Plebani.
Aldo Manucio tiene como trasfondo histórico una Venecia que se destacó por ser una “capital del libro”, parte de poderosas corrientes económicas que la integraron a una “ruta de compra”, como señala Alessandro Marzo Magno en Los primeros editores. En la segunda mitad del siglo XV, había algunas libertades y aperturas en determinados círculos y sectores, la Iglesia no tenía poder para ejercer la censura –la Inquisición y las listas de libros prohibidos, su secuestro y quema, recién volverán en la segunda mitad del siglo XVI–. Es en ese marco favorable que desarrollará Manucio su genio inventivo: “el rey de los editores” lo llama Marzo Magno, quien también lo califica de “Miguel Ángel de los libros”. Detalla: “marcó un antes y un después en la historia de la edición. Aún hoy convivimos con sus intuiciones. Quizás el libro electrónico las difumine en el futuro. Piensen ustedes en el libro de bolsillo. Lo inventó Manuzio. ¿Y la cursiva (que no por casualidad en inglés se llama italic)? Obra de Manuzio. ¿Los best sellers? Manuzio fue el primero en imprimirlos. Logró que Petrarca (muerto un siglo y medio antes) vendiera la astronómica cantidad de 100.000 ejemplares (obviamente, no solo en su edición). Y además revoluciona el uso de la puntuación, convirtiéndose en el padre del punto y coma”.
Plebani destaca: “en sus prefacios, en sus textos, ya fuesen simples advertencias, notas o consejos, los lectores emergen y lo hacen concretamente, no en abstracto: Aldo se dirigía a ellos para responder a necesidades específicas, para apoyarlos mientras leían y no para empujarlos hacia una interpretación particular del texto; tanto, que también publicó autores paganos, como Lucrecio, justificando la elección por la capacidad de los lectores de decidir y evaluar por sí mismos”; así “establecía un pacto con los lectores, inaugurando un espacio franco de diálogo y ofreciéndoles el libro como amigo y no como una autoridad a la que someterse, en un terreno de compromiso mutuo”. Mosqueda, además de recordar la valoración de Roberto Calasso sobre el editor, destaca la autoreflexión de Manucio en torno a su profesión, y cómo lee ella el carácter de lo que seleccionó y tradujo: “los prólogos de Aldo surgen luminosos para mostrar un camino, para fundar un hacer y una forma de vida”; “son también fundantes de una representación del editor que llega hasta nuestros días, la de aquel atareado trabajador que no descansa de día ni de noche, que no quiere ser interrumpido por nada del mundo exterior, que no se da por vencido hasta lograr publicar la obra de la manera en que la ha soñado”.
En una carta de 1496 para unos tratados de gramática griega asegura, por la edición que presenta: “en este libro todo se vuelve fácil”. Y generaliza: “Muchas cosas agregué, muchísimas cambié”. Finalizando su presentación-diálogo, ante las erratas y omisiones, solicita: “no se irriten conmigo, la culpa es de las copias incorrectas, no mía; sean jueces justos de nuestros impresos, y bien dispuestos por el beneficio y no ingratos, y compadézcanse de nuestros esfuerzos. Adiós”.
Además del tono suelto y desenvuelto, con algo de desenfado, lo que manifiesta constantemente Manucio es convencimiento absoluto por su tarea, por los fines que eligió y se autoimpuso. Como en una carta de 1499, prologando a Dioscórides y a Nicandro de Colofón. Le asegura en la misiva a Girolamo Donato, patricio véneto: “si sobrevivo, no desistiré jamás de lo que he comenzado, hasta que no haya terminado lo que una vez establecí para mí. Y aunque hemos asumido asuntos mayores que nuestras fuerzas, pues en nuestra casa ha sido forjado en tipos lo que debe ser publicado en latín, griego y hebreo, con sumo afán y continuo trabajo, que esperemos sea admirado por todos, si Dios lo permite, y que todo se termine bien y de hermosa manera”. Y nuevamente sobre la siempre acechante errata, antes de despedirse: “Lo que más debe lamentarse, creo, es que algunos de los nombres sean incorrectos. De todos modos, cada uno que haya obtenido una copia más correcta, podrá corregirla. Nosotros dimos lo que pudimos. Adiós”. Publicando a Horacio, en 1501, anuncia una de sus innovaciones: “Cuando decidí publicar a todos los poetas más célebres compuestos en un formato muy pequeño, habiendo impreso las obras de Virgilio no hace mucho, enseguida nos acercamos a Horacio Flaco, para que, así como es fácilmente el segundo, luego de Virgilio, tanto en su elegancia como en su enseñanza, así segundo llegue a las manos de los hombres, hecho bajo nuestro cuidado en formato de bolsillo”. “Edición portable” también la llamó. Y publicando las Historias de Tucídides, en 1502, vuelve a jurar fidelidad a su causa: “si solamente me mantengo vivo, se publicará todo lo que sea digno de ser leído”.
Unos años antes de morir, prefaciando las Obras completas de Platón, Manucio escribe una “súplica” al Papa León X, en aras de la diplomacia y la cordialidad, y reafirma su deseo de que “los estudiosos” puedan tener entre sus manos obras al mismo tiempo “correctísimas y bellas”.
De re impressoria contiene también ilustraciones de hojas faccsimilares, tipografías y logos, además de un glosario de términos referidos a la edición y a la imprenta. Y una breve cronología, que da un detalle significativo de la misa del velatorio del editor: su féretro se encontraba rodeado de libros.