Parecía ser un día como cualquier otro: había terminado de almorzar y estaba por salir hacia la mezquita para la oración de los viernes, cuando me enteré de la noticia espantosa de que el escritor Salman Rushdie había sido apuñalado mientras participaba en una conferencia. Me di cuenta inmediatamente, sin saber más detalles sobre el ataque o sobre el agresor, de que es primordial como musulmán expresar la condena absoluta a esta atrocidad.
De hecho, Salman Rushdie es conocido por su polémica novela Los versos satánicos, publicada en 1988, en la que ficcionaba al profeta Muhammad, fundador del islam. Su libro fue considerado por sectores del mundo musulmán como un acto de provocación y algunos países no solo lo prohibieron, sino que lo declararon un acto blasfemo. Por ello, algunos líderes religiosos de ese momento, como Ayatullah Khomeni, emitieron además la “Fatwa” (un pronunciamiento legal islámico) en la que exigían la pena capital para el autor. Pero no es solo Salman Rushdie, sino también, los periodistas de la revista Charly Hebdo, la mujer cristiana paquistaní Asia Bibi y así se puede continuar con una larga lista de personas que son condenadas por “blasfemia”. Incluso, el mismo viernes a la mañana, un musulmán Ahmadi (miembro del movimiento del que formo parte) fue asesinado en Pakistán a plena luz del día en una calle llena de peatones. Su único “crimen” era que él pertenecía a la Comunidad Ahmadia, que es constitucionalmente perseguida en Pakistán por blasfemia.
En resumen, el término “blasfemia” es un problema central que rodea a los seguidores musulmanes y es muchas veces utilizado como una licencia abierta para eliminar y censurar cualquier opinión diferente, crítica o considerada inconveniente.
No obstante, como musulmán, lo más preocupante y doloroso para mí es que algunos grupos justifican la violencia en nombre de Dios, aunque en nuestra religión no existe ningún castigo por blasfemia. No hay un solo versículo del Corán, ni un solo incidente en toda la vida del Profeta Muhammad donde él hubiera mostrado alguna reacción violenta o hubiera castigado a alguien debido a sus actos blasfemos. Al contrario, el profeta era un modelo a la hora de garantizar la libertad religiosa y de respetar la libertad de opinión. El profeta con su propio ejemplo nos demostró cómo hay que responder a la maldad con bondad, al odio con paz y a los insultos con paciencia. No hay ningún permiso, ni justificación para que un musulmán tome la ley en su mano y responda violentamente, incluso a provocaciones o actos blasfemos. “Islam” literalmente significa “paz” y el Sagrado Corán enseña a respetar la dignidad de cada vida, sin distinción de religión o de etnia, y aclara que quien mata a un ser humano es como si hubiera matado a toda la humanidad.
En síntesis, una “Fatwa”, como la erigida en el caso de Salman Rushdie, que contradice a las propias fuentes islámicas, carece de autenticidad y debe ser repudiada por los fieles. Creo firmemente que corresponde a cada devoto, que afirma amar al islam, seguir sus nobles enseñanzas en vez de justificar o permitir la violencia ejercida falsamente en su nombre.
Marwan Sarwar Gill es Imam (teólogo islámico) y presidente de la Comunidad Musulmana Ahmadía en Argentina.