El video anda dando vueltas por las redes. Grabado hace unas semanas en una pizzería chic de Palermo improvisada por una noche como club de rock, sus imágenes muestran a un cantante feliz al frente de una banda, interpretando una canción de esas que parecen saberse de toda la vida. El cantante es el zaragozano Ricardo Vicente, la banda son los oriundos de la pampa bonaerense Cabeza Flotante, y la canción fue el punto de partida de una de las leyendas musicales más entrañables del rock español reciente, una banda llamada La Costa Brava, un portento que en sus comienzos casi con el nuevo siglo llegó a editar cinco discos en apenas tres años. “Déjese querer por una loca” es el título del tema y del debut de aquel grupo del que supo formar parte Vicente, que luego de su separación comenzó una carrera solista que ya lleva tres discos llenos de canciones que aspiran a ser tan perfectas como aquellas, o al menos añoran por siempre esos verdes pastos donde aprendieron a corretear.
“Es muy emocionante volver a tocar esas canciones”, dice Ricardo, evocando su improvisado debut solista porteño, para el que mezcló temas propios con los clásicos de aquel grupo que también fue su grupo, liderado por Francisco Nixon y Sergio Algora, y que dejó de existir hace ya una década y media, luego de la prematura muerte con apenas 39 años de Algora, un duende musical al que le salen fanáticos en los lugares menos pensados. “Esta clase de cosas son las que todo el tiempo nos sucedían con La Costa Brava”, se resigna un fascinado Vicente, que dice haber encontrado en Ameghino un pueblo como el que aparecía en un capítulo de la serie Northern exposure, donde un pequeño paraje perdido en medio de Alaska resultaba estar habitado por fanáticos de Tolstoi. “Bueno, de allí parece que son todos los fans locales de La Costa Brava”, asegura el agradecido cantautor, cuya efímera visita porteña obedeció a cuestiones familiares –está casado con una argentina– pero terminó propiciando el encuentro con un grupo que se sabía todas sus canciones como los indies Cabeza Flotante, que el año pasado sacaron su cuarto disco por el sello platense Laptra. Son de Ameghino, por supuesto.
Uno de los mejores exponentes de la canción con raíces rockeras de la última década en España, Ricardo Vicente comenzó su carrera como parte del efímero grupo Pulmón, aún en plena explosión del indie de los ‘90. Una escena extraña, que se caracterizó por cantar en inglés en un país donde el doblaje es religión, y de la que emergieron Los Planetas, justamente uno de los pocos que cantaban en castellano. Lo mismo sucedía con El Niño Gusano, liderado por un pequeño genio llamado Sergio Algora, que propició una explosión lisérgica desde Zaragoza. Todo ante los ojos del joven Vicente, que sin embargo dejó el rock para estudiar filosofía, y cuando regresó Algora había formado La Costa Brava con Francisco Nixon –ex integrante de Australian Blonde, el más exitoso de aquellos indies que cantaban en inglés– mientras otra parte de los gusanos habían gestado Tachenko. El joven filósofo se sumó a ambos grupos, disfrutando en primera fila de la que considera una época única, que se cerró con la muerte de Algora en 2008. “Sabíamos que no estaba bien”, revela ahora. “Su corazón estaba débil, y en algunos shows ni siquiera se sumaba al grupo. Pero igual fue un golpe para todos”.
De las crisis se sale creando, y Vicente se terminó destacando como cantautor. Arrancó con una canción –"Banderas rojas"– en el debut solista de Francisco Nixon, Perfecta (2006), editado cuando aún existía La Costa Brava. En el último disco del grupo, Velocidad de crucero (2007), ya colaboraba en algunos temas con su entonces vecino Algora, sumando además un par en solitario. Pero la consagración llegó en un EP firmado a dúo con Nixon, Gloria y la belleza sureña (2010), donde sorprendió al estelarizarlo con el hermoso y babasónico “San Fernando”. Después llegó el disco propiamente dicho, a trío con el agregado de The New Raemon, El problema de los tres cuerpos (2011), y sus temas se volvieron a robar toda la atención. “Aquello para mí fue una competencia, ya que ellos dos ya tenían su carrera pero yo sentía que tenía que ganarme el lugar. Y me lo tomé de esa manera”, recuerda Vicente, que aún hoy canta en vivo aquellas gemas. Se han convertido en clásicos de su repertorio, con títulos como “Todos tus caballos de carreras”, “El milagro de Milán” y “El palacio de los gansos”, cuyo estribillo anuncia: “El que esté más triste gana/ hay que llegar al final”.
Desde entonces, Vicente se ha dedicado a enseñar filosofía, y a encerrarse a componer discos para luego presentarlos. “No hay ni una canción que haya compuesto que no fue publicada, yo escribo para los discos”, explica. “Es que la única forma de dedicarse a esto de verdad es comportarse como un adicto: entregándolo todo”. El último, sin embargo, quedó trunco: A lo mejor yo te gusto (2019) fue publicado justo antes de la pandemia, así que salió y se quedó en eso. “Algún día alguien escribirá la historia de todas las obras perdidas por la llegada del Covid”, se ríe, y confiesa que aun no sabe si retomar ese ciclo y salir a presentar esos temas, o comenzar otro con un nuevo disco. Lo que sí sabe es que el año próximo se juntará con los sobrevivientes de La Costa Brava, para recordar al grupo y a Algora a quince años de su fallecimiento con una gira pequeña, de la que por ahora apenas se han anunciado un par de fechas. Y después de haber probado el gustito de un show porteño junto a los Cabeza Flotante, se imagina volviendo con alguno de sus amigos para reincidir. “No creo que se hayan dado cuenta, pero una de las cosas fascinantes de ustedes como público es que les importan las letras”, se sorprende Vicente. “No sucede en todas partes”, agrega el filósofo, cantautor y habitante ocasional del porteñísimo Palacio de los Gansos, que efectivamente bautiza el tema en cuestión. “Ahí vive la madre de mi mujer, que se cruzó con Charly García cuando buscó refugio allí”. Y agrega, con una sonrisa: “Yo a lo más que llegué estando de visita fue a encontrarme con Vicentico”.