Así como el universo aún está en expansión, nada está fijo ni permanece inalterable. La propia historia se modifica, según el punto del tiempo en que se la analice. Pero lo que sí puede quedar son los valores, sobre todo los expresados a través del arte. Probablemente, algo de eso esté ocurriendo, cincuenta años después, con un pequeño festival que produje en aquel helado y triste invierno de 1972. Por entonces, la Argentina estaba azotada por los militares, con censuras, persecución y prohibiciones que hoy nos perecerían inadmisibles. En aquel clima, de noche y represión (corría mucha sangre), surgió el Acusticazo. Y justamente, por la magia del arte, esa reunión de músicos con su público temeroso y aterido, da cuenta hoy de la impronta y del tesón de un grupo de jóvenes, pero por sobre todo, de su voluntad. Medio siglo después, aquellos tiempos fundacionales parecen un relicario de dulces recuerdos. Sin embargo, en realidad fue una lucha, probablemente
idealista, pero perfectamente certera para documentar el transcurrir real de la vida. ¿Qué otro objetivo puede tener el arte sino ese? En este caso, ese fin plasmó y cuajó desde la música, desde la lírica y desde un público –por entonces muy joven pero ya lúcido—que no quería bajar los brazos ni su ambición de libertades. Todo eso, quizás sin que estuviera claro ni escrito, se reunía como pulsión en el Acusticazo. Por supuesto que el concierto también representa hitos innumerables: fue el primer disco unplugged de Iberoamérica, el primer álbum grabado en vivo y fue el festival que `descubrió` a los hoy `próceres` León Gieco, David Lebón o Raúl Porchetto. El tiempo, el público y el periodismo (el posterior, no el de la época) se encargaron de sostenerlo a través de los años como un icono histórico del Rock Nacional. Personalmente, me siento más gratificado ahora por haberlo generado, que en la vorágine creativa de su propio momento. Porque el tiempo, y en este caso después de tres generaciones, ha dado eso que se llama “el veredicto de la historia”. Ese mismo veredicto, es el que finalmente determinó, luego de mucha lucha, acusaciones e incomprensión, que el rock argentino pudiera ser considerado profundamente nacional. Y que, por esa misma razón, se haya podido conformar como parte de la identidad cultural de este país: en poco más de 200 años de historia, cincuenta años (nada menos que una cuarta parte) han transcurrido con la banda sonora de este movimiento artístico, social y cultural.
En ese proceso, el Acusticazo tiene también el peregrino mérito de haber reunido una camada de músicos y público que, estando interesados y atraídos por las novedades de la música planetaria, también quisieron profundizar en las raíces de su propia tierra, con sus voces, su mezcla de lenguas, sus giros y sus sonidos. Esa fue también fue mi intención al proponer desenchufar los instrumentos y escucharnos en otros registros; íntimos, profundos y fuera de las modas del marketing global acaparante. Por fortuna, hoy veo en muchos músicos actuales que se ha consolidado aquella premisa, tan característica de la impronta del rock nacional, que surge clara al confrontarla con la música popular de otros países.
Pero como todo cambia, este Acusticazo de hoy con la misma sed de entonces, no puede ser una estalactita de reiteraciones. La propuesta dinámica es rescatar aquellos valores y homenajear a los músicos que resisten, pero también alentar a los nuevos, con su sonido, sus ideas y sus percepciones de la actualidad. Y quizás también, cómo no, porque se ha hecho carne aquello que dijera un reconocido poeta, filósofo y músico argentino: `Aunque me fuercen yo nunca voy a decir que todo el tiempo por pasado fue mejor, mañana es mejor. En eso estamos.”
*Periodista y editor. Histórico director de la revista Pelo.