Entre el registro de la autoficción y la recuperación de lecturas sobre el consumo problemático de alcohol en la literatura, Sofía Balbuena entabla en Doce pasos hacia mí (Vinilo) un diálogo entre la confesión, la recuperación y la búsqueda del camino literario con una prosa lúcida que interpela.
"Se podría pensar el acto de escribir como una intoxicación y a la abstinencia como un bloqueo, pero también podríamos pensarlo al revés y encontraríamos maneras de justificarlo. No me gusta la idea de romantizar los consumos, de disfrazarlos, atribuirles propiedades místicas o curativas. Por muchas razones pero sobre todo porque no necesariamente las tienen", advierte Balbuena, que nació en Salto, es licenciada en Ciencia Política y tiene dos másteres en Literatura.
Instalada en los Estados Unidos, a donde viajó para empezar a cursar la semana que viene el Programa Internacional de Escritura de la Universidad de Iowa, Balbuena espera poder terminar una novela en la que trabaja hace años. "También ver la nieve caer desde la ventana, leer mucho, tener conversaciones interesantes con las compañeras y los compañeros. Volver un poco a todos los genios alcohólicos que estuvieron por acá. Cosas así de ñoñas", cuenta.
La autora, que trabajó desde 2019 como librera en la sede madrileña de Lata Peinada, advierte que el oficio tiene cuestiones muy físicas y cuenta que tanto el ejercicio trabajoso de cargar y acomodar libros como el saber hacer administrativo, de alguna forma u otra, se traslada.
"Viene con una y siempre sirve. Para organizar la propia vida y también la escritura. Como el poema de Casas que abre la novela de Zambra: ´Una técnica que te sirve para escribir te tiene que servir también para vivir´", cuenta y da detalles de cómo algo de eso se trasladó de España a Estados Unidos: "Llegué a Iowa y lo primero que hice fue ir a las bibliotecas, salir a comprar libros usados, armarme de un stock para leer y consultar. No tenía ni casa y ya había pedido más de diez libros a las bibliotecas que luego se sumó a las valijas y las cosas que tenía que mover de un lugar a otro. Los libros son poco prácticos para las mudanzas. Me he mudado mil veces y siempre estoy amontonando libros que en algún momento voy a tener que abandonar. Hay algo ahí de compulsión pero también de necesitar tener cerca el medio por el que viajan los mensajes que me interesan. Lo más importante del oficio que acabo de abandonar, además del equipo y las cosas buenas que hicimos, es la fijación con el objeto".
-¿Cómo encaraste el proceso de escritura del texto y cuándo sentiste que era momento de editarlo?
-Fue de un tirón. En un solo día, tipo exorcismo. Estaba viajando con una amiga y ella me dijo: deberías escribir un ensayo sobre el alcoholismo. Por esos días también empecé y terminé uno de los libros que inspiró el mío, The Recovering: Intoxication And It´S Aftermath, de Leslie Jamison, (traducido por Anagrama como La huella de los días). Y se me juntó todo dentro y yo sin mi computadora paseando por Italia. Esos días cada vez que parábamos a comer o descansar, a tomar un café, registraba en mi cuaderno algunas imágenes, ideas y frases que robaba de otros libros. Cuando volví a mi casa me senté a escribir y hasta que no terminé un primer borrador, no me levanté. En general soy desordenada, anoto cosas a las que nunca vuelvo, no tengo el hábito de registrar; pero escribiendo sentí que había tomado notas mentales por años en mi cabeza y que la escritura las ordenaba o les daba claridad.
-¿Conocías los hipervínculos entre escritores y el alcohol que trazás en el texto? ¿O surgieron de un trabajo de investigación?
-No fue un trabajo de investigación formal, pero sí quizás un proceso de documentación aunque algo errático. Leer tiene aquello de que un libro te lleva a otro, una escritora te presenta a la que sigue, de algún modo extraño, cuando encontrás un tema que te convoca, las lecturas asociadas a eso que te llama, empiezan a florecer por todos lados. No creo que haya forma de escribir sin el hábito de la lectura y para mí es en la lectura donde está el corazón del asunto. Traer a colación a Cheever o Laing funciona como una especie de respaldo a dos aguas; por un lado es no cometer la impertinencia de decir voy a decir algo nuevo. Por otro, si algo me empuja a querer escribir, incluso sabiendo que todo se ha dicho y todo se ha hecho, es la lectura. Sobre todas las cosas Doce pasos es un registro de mis lecturas sobre el consumo problemático de alcohol en la literatura.- Si tuvieras que vincular las etapas de consumo y de abstinencia con la escritura ¿Qué arriesgarías sobre cómo se vinculan?
-Creo que se pueden establecer paralelos sobre ciertos aspectos de un hábito y el otro. Hay algo del rush del consumo, la sensación de estar entrando en la borrachera, que se parece a la sensación que encuentro a veces escribiendo algo que siento que funciona. Cierto entusiasmo inicial en la escritura se asemeja a la pérdida de vergüenza que te da la ingesta de alcohol. Pero ese paralelo se puede atar también a otros hábitos o actividades: subir una montaña o los primeros meses de enamoramiento. Hay algo intenso en beber y en escribir pero también en el amor y en todo lo que requiere de un compromiso y una constancia que, cuando se destraba, se siente como un pequeño triunfo. Se podría pensar el acto de escribir como una intoxicación y a la abstinencia como un bloqueo, pero también podríamos pensarlo al revés y encontraríamos maneras de justificarlo. No me gusta la idea de romantizar los consumos, de disfrazarlos, atribuirles propiedades místicas o curativas. Por muchas razones pero sobre todo porque no necesariamente las tiene. Eso es algo que se puede hacer en la literatura o en la generación de narrativas asociadas a la bebida. Pero no siento que haya nada mágico en ser alcohólica. Lo que puedo decir sobre el tema es que yo escribí Doce pasos a pesar de mi alcoholismo y no gracias a él.- ¿Ser mujer y alcohólica es más complejo?
- No me gusta hablar de adicción, me parece estigmatizante y es un término que señala una forma muy particular de consumo y protege a todas las otras formas igual de patológicas pero quizás menos ruidosas o trágicas. Yo no soy alcohólica de la misma manera pero igual soy alcohólica. No creo, además, que podamos seguir hablando de adicción en el marco de la funcionalidad que le imprime el consumo de alcohol a nuestras vidas en este mundo. Emborracharse, en la mayoría de las culturas y sociedades que consumen alcohol bajo un manto de normalidad, es una válvula de escape que permite la carga de una vida. No siempre, no en todos los casos. Pero qué es sino la institución del happy hour los viernes en los bares del centro de Buenos Aires, después de terminar con la semana de trabajo. Algo se purga ahí, se sublima y eso genera alivio. Me gusta o prefiero hablar de "consumos problemáticos".- En el libro citás Black Out de María Moreno como una referencia y mencionás la "cuestión de género" vinculada a esta adicción.
- Sobre la cuestión de género y el consumo, me cuesta mucho encontrar libros escritos por mujeres en español en donde el consumo de alcohol se aborde de forma central. Black Out es una biblia, pero yo no he encontrado otro con esa ambición, de esas características, en lengua española, siglo XXI. De reciente publicación en España está Otra, de Natalia Carrero, editado por Tránsito. Acaba de salir también un libro de Rosa Montero que se llama El peligro de estar cuerda que no he leído aún pero sé que toma el asunto. Estoy todo el tiempo buscando y si alguien tiene recomendaciones que por favor me cuente. En nuestra lengua es menos frecuente que en inglés o francés. Esto ya puede leerse como un síntoma que Jamison tiene la lucidez de poner en palabras: una mujer alcohólica de inmediato es estigmatizada porque está fallando en su responsabilidad principal que es el cuidado y la preservación de una familia. No hay mística asociada, una mujer alcohólica es una paria. No es fácil ser mujer y hablar de ciertas cosas, ser directa y abierta con ciertos temas. El alcoholismo es uno de esos espacios en donde callar es más fácil. Porque mientras la escritura masculina alcohólica se protege y aplaude, a las mujeres se las señala y se las castiga. No que no haya mujeres hablando sobre esto, pero me parece triste que el calificativo más frecuente para estas escrituras sea que son valientes. Cuando una mujer escribe de su experiencia el prisma se vuelca hacia ella y su vida, y en ese ejercicio, muchas veces se anula la dimensión literaria. Nadie lee las autoficciones masculinas tiernas y autobiográficas como ejercicios de sanación sino que como obras que merecen ser tratadas con respeto.
* Agencia Télam