“Me gusta pensar la escritura como un proceso de sedimentación. Estas notas siguen esa lógica y fueron escritas como parte de una búsqueda silenciosa y fundamental. Una búsqueda que brota en el reverso de otra escritura: la escritura de ficción. La figura de las notas, en ese sentido, condensa, creo, muy bien ese formato de investigación, de rastreo, de boceto”, escribe Hernán Ronsino, a modo de prólogo, en Notas de campo, un libro que reúne poco más de una docena de artículos, crónicas y ensayos dividido en tres partes, Huellas, donde lo autobiográfico tiene toda la fuerza de la experiencia previa a la escritura pero no a las historias ajenas (“Yo por entonces no sólo estaba bien lejos de la literatura sino que vivía una vida que, vista desde hoy, parece la vida de un extraño”; Lecturas y la tercera, Tensiones, donde aborda un texto que dialoga en términos críticos con algunos elementos de la literatura contemporánea. “En ese sentido, los textos tienen un origen disperso porque fueron escritos para revistas, diarios o congresos literarios pero, creo, más allá de esa dispersión de origen mantienen ciertas obsesiones que me permitieron incluirlos, después, como libro. Y eso se dio cuando encontré los tres ejes centrales que lo ordenan: la experiencia personal, la experiencia literaria y, finalmente, la apuesta por la escritura”, afirma Hernán Ronsino.
En La escritura imposible hablás de tu imposibilidad para escribir poesía. Al mismo tiempo esa imposibilidad va decantando a partir de una cuestión interesante: el texto inconcluso. Digo esto para ligarlo a un escritor al que también te referís, Cesare Pavese.
–Sí, justamente, La casa y el violín gira en torno a la imposibilidad de escribir y a los textos que quedan, por distintos motivos, generalmente son la enfermedad o el suicidio, inconclusos. Hay una referencia ahí a dos textos, de dos autores que podrían encarnar el comienzo y el fin del siglo XX, me refiero a Lugones y a Saer: la Historia de Roca es la gran obsesión de Lugones que no termina y La grande es la novela inconclusa de Saer con esa línea final que es un poema condensado ¿no? Pavese, por otro lado, es una figura que aparece también en el libro, referido en distintas notas. Ahí aparece más bien ligado a ese mundo de la infancia que se recupera a través de la memoria, con el regreso como sucede, en especial, en La luna y las fogatas que es una de mis novelas preferidas de Pavese. Pero también, y lo pienso ahora a partir de tu pregunta, podría incorporar, sin dudas, a Pavese dentro de esa secuencia de autores que dejan textos inconclusos: en este caso, como en Lugones, arrasados por el suicidio.
Hay un modelo de escritor relacionado con la experiencia de vida que reivindicás especialmente.
–Yo diría que hay un merodeo en torno a dos formas de la experiencia que, en general, siempre aparecen como contrapuestas pero que me parecen absolutamente complementarias,¿no? Por un lado, el modelo de experiencia que encarna Hemingway, con esa idea, más bien clásica, de que hay que vivir intensamente para después poder contar algo. Y, por otro lado, el modelo que plantea a la literatura como una verdadera experiencia en sí misma. Piglia, por ejemplo, y el modelo de El último lector, en donde allí se lee y después se sale al mundo a vivir y a aproximarse a esos modelos ideales que se incorporaron en la lectura. En algún sentido, en el libro, hay un merodeo en torno a esos dos grandes modelos.
Es muy interesante cómo se teje en los distintos textos la idea de tradición y herencia literaria.
–Los autores que aparecen en los distintos ensayos,sin dudas,son autores que me interesan mucho y que han dejado una huella. Cada vez que sucede eso, esa conmoción que provoca descubrir un autor, me pongo a escribir, me pongo a estudiar y a pensar esa obra. Pero no se escribe solamente desde los autores que te marcaron. Hay muchas variables que hacen posible la escritura. Y, en ese sentido, no lo reduciría a una tradición solamente literaria y mucho menos argentina, ¿no? También se escribe para poder desprenderse de esas influencias y para ir afinando una voz.
¿ Entonces la lectura no necesariamente tiene una afinidad directa con la propia escritura?
–Hay un ensayo muy interesante de Edith Wharton que marca la diferencia, un poco esquemática es cierto, entre dos modelos de lectores. Ella habla del lector nato, por un lado, que sería ese lector apasionado que está leyendo todo el tiempo y no sólo en los libros. Que lee constantemente la realidad y que tiene una relación con los libros de disfrute, de placer. Y que si hay que dejar un libro no va a sentir culpa. Porque los libros se dejan si aburren ¿no? En cambio, Wharton plantea la figura del lector mecánico. Ese lector que se siente obligado a leer. Que en lugar de poner primero el placer de la lectura, pone la exigencia de tener que estar leyendo lo que hay que leer en el presente. Estar al día. Para escribir tiene que prevalecer el lector apasionado, el que lee todo el tiempo y en todos lados, no sólo en los libros. Por eso creo que las influencias o los estímulos de escritura vienen sin dudas de la lectura pero en esa idea amplia de lectura.
En el último ensayo dedicado a Internet ¿ya no existiría más esa tradición?
–En ese texto hay un diálogo crítico con cierta tendencia en la literatura contemporánea que pone a Internet en el lugar de la renovación literaria. Pero el tema, creo, que me interesaba resaltar en ese ensayo es el impacto que tiene en nuestra vida cotidiana la presencia de las tecnologías – el lugar de centralidad que, por un lado, favorece, agiliza y facilita algunas cosas pero que, a su vez, es un gran Aleph que demanda, controla y disciplina. La pregunta o el problema que se discute es cómo toda esa red tecnológica impacta en la literatura. Algunos plantean una renovación literaria que pase por lo que arrojan los algoritmos transformando así al escritor en un programador técnico. Yo creo que ahí, más que el eco de las tradiciones, se estaría perdiendo la dimensión y la encarnadura humana que resuena en toda palabra.
Ese ensayo también surge de una imposibilidad de escribir, a partir de un encargo. Hay una historia con esto último relacionada con los viajes y una beca.
–A lo largo de un mes estuve en una residencia de escritores, en el norte de Francia. Fue una experiencia increíble. Éramos tres escritores en el medio del campo. Viviendo en condiciones fabulosas. Sólo teníamos que preocuparnos por escribir. Prácticamente, eran las condiciones ideales de escritura para un ideal romántico, claramente: el campo, el aislamiento, el silencio. Pero no pude escribir nada. Sólo me traje la escena final de la novela que estoy trabajando ahora. La escena final la percibí con mucha fuerza. Recién pude ponerme a trabajar intensamente en la novela cuando volví. Es decir, algo de las condiciones de producción que necesito incorporan la figura de lo doméstico, del caos doméstico, con sus distracciones, sus interrupciones, con la biblioteca propia. La escritura sucede ahí en ese mundo íntimo y genuino.