Los precios de los alimentos pegaron un salto en lo que va de agosto superior a lo que había ocurrido a esta altura en julio, mes caótico a partir de la renuncia de Martín Guzmán el día 2. La suba del rubro más sensible del índice de inflación se ubica en 6,5 por ciento pasada la mitad de mes. Si en las próximas dos semanas la intensidad de los aumentos no cede, la escalada superará el 7 por ciento.
De eso también depende que el IPC de agosto empiece con 6, como suponen en el gabinete económico, o se estire a 7, lo que interpretan que sería un problema grave por la dificultad creciente para detener la inercia inflacionaria. Aunque 6 y algo no sería para celebrar ni mucho menos, mientras más demore la caída, mayor es el riesgo de que se cristalice la alta inflación como la nueva normalidad.
La última vez que la inflación empezó con 2 fue en noviembre del año pasado. En el verano se ubicó entre 3 y 4, mientras que desde el otoño y hasta junio fue de entre 5 y 6. El gobierno debe evitar que la cuenta siga en ascenso y empezar a encontrar respuestas para que baje, aun en un escenario delicado a nivel internacional y con duros oponentes internos que trabajan para la desestabilización.
Error repetido
La llegada de Sergio Massa al Palacio de Hacienda logró recomponer la imagen de autoridad de la conducción económica en comparación con lo que venía sucediendo desde hacía meses con Guzmán, cuestionado dentro del Frente de Todos y con la credibilidad dañada tanto por los obstáculos que encontraba para la gestión como por la imposibilidad de superar desafíos importantes, como el de la inflación.
Sin embargo, el reemplazo de ministro no produjo la superación de una de las falencias más evidentes en el manejo de la economía: el anticipo de medidas que tardan en aplicarse y generan costos innecesarios. Es lo que ocurre otra vez en materia de precios.
El enésimo anuncio de una próxima convocatoria a empresarios y sindicatos para el diálogo social tuvo como respuesta, igual que en ocasiones anteriores, una ráfaga de aumentos, en especial de alimentos, liderados por las principales empresas del país.
En un escenario de puja distributiva que tiende al rojo vivo, los formadores de precios aplican la doctrina Braun, dueño de supermercados La Anónima, de remarcar todos los días antes de que los sienten a una mesa de negociación o, peor para sus intereses, les impongan medidas regulatorias como congelamiento de precios o restricciones para los incrementos. Estas últimas opciones, de todos modos, no figuran en el menú oficial.
La etapa de coordinación de expectativas con aumentos convenidos, como ocurría al comienzo de la gestión Guzmán, con Paula Español en la secretaría de Comercio Interior, quedó sepultada. Cuando Roberto Feletti ocupó ese cargo, la figura del ministro ya había empezado su declive y los intentos de ordenamiento de precios chocaban con una debilidad política del Gobierno cada vez más evidente.
Ahora que Massa tomó el control de Economía y se centralizó la toma de decisiones, el llamado a un pacto de precios y salarios demora tanto en hacerse efectivo que corre el riesgo de concretarse cuando la inflación ya se disparó.
Coordinación a medias
Una situación similar se registra en el funcionamiento del equipo económico. En este punto, nuevamente, hubo avances respecto de la experiencia anterior con Guzmán, dado que Massa es uno de los pilares del Frente de Todos y hasta ahora no recibió las recriminaciones que eran habituales en aquel caso por las medidas de ajuste -ahora mucho más potentes- o la quita de subsidios a las tarifas de agua, luz y gas.
Pero la falta de coordinación en las políticas sigue estando presente. Es lo que se aprecia con el llamado dólar soja, que mientras una parte del gobierno intenta hacer que funcione, otros funcionarios, como el secretario de Agricultura, Juan José Bahillo, sostienen que no sirve y hay que cambiarlo. El resultado de los tironeos es que el instrumento no termina de producir el ingreso de divisas que se había proyectado.
Las idas y vueltas en torno a la designación del viceministro de Economía opera en la misma línea. Ya pasaron dos semanas desde que quedó en suspenso el nombramiento de Gabriel Rubinstein, un economista impasable para buena parte del kirchnerismo, y al equipo de Massa le sigue faltando su número dos. Las últimas versiones reflotan la posibilidad de que Rubinstein llegue al Palacio de Hacienda, con fuerte desgaste si así fuera antes de arrancar.
Reservas
La clave principal para el combate a la inflación sigue siendo la acumulación de reservas del Banco Central. Mientras persistan las dudas sobre la fortaleza de la autoridad monetaria para sostener el valor de la moneda, las maniobras especulativas o de cobertura en materia de precios seguirán a la orden del día.
El gabinete económico destaca que en las últimas seis jornadas el BCRA logró sumar divisas, 145 millones de dólares, que si bien admite que es una cifra escasa por lo menos se detuvo la sangría de hasta 150 millones diarios de hace dos semanas. "Al ritmo que veníamos no podíamos seguir. Ahora hay que empezar a acelerar las compras porque es la única forma de imponerse antes los que presionan por una devaluación", afirman.
Otras dos señales que el Gobierno considera positivas son la suba de tasas de interés, para estabilizar medianamente el mercado cambiario -aunque la brecha no bajó como preveían los funcionarios-, y la aceptación social a la segmentación de tarifas. Por ahora, indican, antes de que lleguen las nuevas facturas con los aumentos, el argumento de que había un derroche de subsidios fue bien recibido por la mayoría.
En cambio, otras señales que envió Massa para ordenar la cuestión cambiaria, como la llegada de créditos trabados de organismos internacionales, las líneas Repo y la prefinanciación de exportaciones avanzan a un ritmo más lento del esperado. En relación a los préstamos de entidades como el BID, el gobierno confía en que podrán desbloquearse en los viajes de Alberto Fernández y Massa a Estados Unidos durante septiembre.
Mientras se lucha por sumar reservas, que es la prioridad, el diálogo social podría ser un instrumento para regenerar expectativas y detener el ritmo desenfrenado de aumento de precios. Para eso se necesita que la convocatoria sea realidad, porque de lo contrario se vuelve un boomerang, como ocurre en estos días.