Desde Trelew
El avión de Aerolíneas Argentinas carretea despacio hasta el final de la pista después de un aterrizaje perfecto y desde las ventanillas se vuelve nítida la imagen: con un avión militar de fondo, detenido frente al aeropuerto de Trelew, una bandera fucsia le da pelea al viento sostenida por muchas manos. “Las guerrilleras son nuestras compañeras”, se lee en la consigna del Colectivo Ni Una Menos y dentro de la nave recién llegada alguien grita “¡gloria a los héroes de Trelew!”. La mayor parte del pasaje estalla a la vez en aplausos y en lágrimas.
Ese podría ser uno de los comienzos de los cuatro días de memoria, encuentro y debate por los 50 años pasados desde la Masacre de Trelew, cuando la Marina Argentina a cargo de la Base Almirante Zar y por orden del dictador Alejandro Agustín Lanusse ejecutó a 16 jóvenes militantes --tres más sobrevivieron incluso a los tiros de gracia-- apresades indefensxs luego de fugarse del penal de Rawson, el 22 de agosto de 1972.
Un hecho de sangre que marcó un antes y un después tanto en el modo en que empezaba a fraguarse la represión que se desataría cuatro años después como en la indignación popular que no sólo repudió el hecho sino que acuñó en las calles el canto que se repetiría frente a las cárceles el 25 de mayo de 1973 cuando después del triunfo electoral de Héctor Cámpora los presos y presas políticos fueron liberados: “Todos los guerrilleros son nuestros compañeros”.
Otro de los comienzos posibles para esta historia de cuatro días que le cambió la cara a la ciudad podrían ser los familiares de lxs militantes asesinados y de quienes sobrevivieron a ese hecho y fueron asesinades y desaparecides después de 1976 subiéndose al avión militar, justamente, para cantar dentro promesas de venganza “por los muertos de Trelew”. O para corear una canción hecha a propósito para este aniversario: “Pasaron 50 años/y no vamos a olvidar/ que en Trelew nos enseñaron/ que el camino es la unidad”.
Y es que la monumental fuga del penal de Rawson, donde en 1972 la dictadura de Lanusse había trasladado a casi 200 militantes populares, sindicalistas y de las organizaciones revolucionarias fue la única acción conjunta entre Montoneros (M), las Fuerzas Argentinas Revolucionarias (FAR) y el Ejercito Revolucionario del Pueblo (ERP) que sostenían diferencias políticas importantes sobre todo en torno a la figura de Perón, proscripto desde el año 1955, que para algunos --M y FAR-- era la promesa de ir hacia una patria socialista y para otres --ERP-- era más bien la garantía de la continuidad del capitalismo.
Aunque sea ingenuo pensar en la “unidad” de entonces para traspolarla al presente, algo de ese momento de espectacular atrevimiento, de desafío de cualquier límite de lo posible está impregnado en este valle patagónico donde el desierto parece inconmensurable, el viento empuja ahora los molinos eólicos y las carreteras eternas y desiertas hacen desear llegar a algún destino para ponerse a resguardo. En ese paisaje, en 1972, se planeó y se llevó casi hasta el final la fuga de 100 presos y presas políticas que tendrían que haber ocupado un avión que se desvió finalmente a Chile, pero con sólo seis de ellos, los seis hombres que eran la dirigencia de las tres organizaciones: Robi Santucho y Enrique Gorriarán Melo por el ERP, Fernando Vaca Narvaja y Roberto Quieto por Montoneros, Marcos Osatinsky y Domingo Mena por las FAR.
“Estamos acá para honrar a esa generación y a su lucha, una lucha coherente con su época, que se rebeló a los poderes establecidos como tenemos que rebelarnos ahora. Hay cosas que parecen imposibles, pero Trelew demuestra que lo imposible no puede ser un límite”, dice Susana Vega, una expresa política durante la última dictadura cívico militar de Neuquén que viajó para los homenajes del 50 aniversarios. Jorge Jure, a su lado, hijo de un preso político y con los ojos húmedos, insiste: “Por eso tenemos que saber de una vez quién mató a Santiago Maldonado, por eso tenemos que recuperar las tierras de Benetton y de tantos más, por eso estamos acá con alegría y con vida”. Y así subraya un hilo de continuidad de medio siglo y en el mismo territorio patagónico.
“Trelew es un antes y un después de las luchas, marca lo que va a venir después. Sale mal no sólo porque no se fueron todos, sino porque masacraron a 16. Pero a la vez, marca la necesidad de seguir en la lucha. Le da la oportunidad al movimiento popular de seguir luchando. Porque esa solidaridad que se armó en torno a quienes estaban detenides en Rawson generó lazos que a la vez fraguaron la unidad para la fuga. Un hecho audaz y poético, hecho desde la dignidad. Y ese fuego acá sigue encendido”, dice María Claro, una de las integrantes de Bordadoras en lucha, algunas ex presas políticas, alguna hija de desaparecides, otra nacida y criada en Trelew y con el recuerdo fresco de cómo el pueblo se organizó para ayudar a les familiares de quienes estaban presxs a miles de kilómetro de sus seres queridos.
Ese fuego, dicen las Bordadoras en Lucha que hicieron con sus manos una manta mil veces acariciada por agujas, hilos y dedos con las figuras de quienes fueron masacrados, sigue encendido en las luchas contra la mega minería y por la defensa de la tierra y el agua. “Si Menem quiso traer un basurero nuclear en los ’90 y no lo dejamos, no lo dejamos porque nos movilizamos. Igual que nos movilizamos en diciembre pasado en contra de la rezonificación para que sea posible la explotación minera a cielo abierto. Todo eso nace también de los lazos creados cuando el 11 de octubre de 1972, cuando se detuvo a las personas que eran apoderadas de los presos y las presas para poder entrarles comida y acompañarles en las visitas, todos los vecinos del valle nos juntamos en el Teatro España”, dice Adriana Cheín. Y lograron que fueran liberades, sostuvieron el derecho a la solidaridad.
Cien familiares y allegades a quienes fueron ejecutades en Trelew llegaron en el avión militar que se engalanó con la bandera de las guerrilleras, muchos más llegaron de diversas maneras, de otras ciudades patagónicas, en aviones de línea, también en micro. En el hall del aeropuerto hubo abrazos entre quienes no se veían desde hacía décadas y volvieron a encontrarse. Trelew se ve distinta con los grupos que se sacan fotos con los dedos en v y los puños en alto, se ven bastones y canas, se escucha sobre dolores de rodilla y se ven también a jóvenes con remeras que reivindican la lucha de quienes tuvieron miedo pero también audacia y desobediencia suficiente como para cruzar el desierto con toda en contra y tomar un avión para volver a incorporarse a la lucha.
Mario Santucho, el único hijo varón de Robi, hace cuentas en el auto que lo saca del aeropuerto. Cada treinta años, dice, una masacre marca la convicción del Estado por el exterminio de las fuerzas rebeldes: la Patagonia Rebelde, el bombardeo sobre plaza de mayo y los fusilamientos de José León Suárez, la masacre de Trelew, la de Puente Pueyrredón. Y en el medio, ríos de sangre que siguen reclamando justicia.
Este domingo, la cita será en el aeropuerto donde algunes guerrillerxs llegaron tarde y no subieron al avión que partió hacia Chile donde los cuadros de conducción consiguieron seguir hacia Cuba. Ahí donde un grupo de 19 jóvenes que no superaban los 30 años negociaron su entrega incondicional mostrándose enteros para que la tortura no pase inadvertida --porque la tortura era de rigor--, donde dijeron, sin que se les trabe ninguna palabra que “la vía violenta no la imponemos nosotros, la impone la dictadura”. Ahí estará Mariano Pujadas, no el asesinado sino su sobrino. Y Clarisa Lea Place, no la asesinada sino su sobrina. Y Mario Santucho, el hijo, no el desaparecido. No es repetición, es ese fuego que, dicen, está encendido en Trelew hace 50 años.