¿Estamos en el corazón de Palermo, en el Delta del Tigre o a la deriva en ultramar? La niebla nos impide distinguir si vamos por el camino correcto. Entre sueños, confusión y melancolía el remero Esteban Rawson (Mariano González) y el carpintero devenido en remero Boris Gorchunoff (Hernán Melazzi) se lanzan a ganar una regata clandestina para revivir la gloria de lo que supo ser el Gallo Fiambre Boat Club ante los Canottieri Italiani, sin saber que serán víctimas de la venganza de Poseidón que los ha confundido con Ulises y sus remeros. Agua, agua y más agua. Animales salvajes, selva y luego un frío aniquilador. Su desventura es nuestra aventura, ya más que testigos de la representación en un teatro que ante nuestros ojos parece corroído o milenario y donde la clásica Odisea es apenas una parte del universo evocado para dar lugar a uno mucho más íntimo exponiendo los avatares de la vida de cada personaje y de sus ancestros inmigrantes, donde el espacio-tiempo se confunde y donde entre el afuera y el adentro media un fino límite: a la bastedad del mar se contrapone el reducido espacio de un bote y el extraño encuentro con un esquimal llamado Anuk (Gustavo Sacconi, quien también interpreta a Poseidón) hará cuestionarse la vida misma.
La cabeza de este delirio tragicómico denominado Remar (un destino impropio) es el prolífico Mariano Saba, en esta ocasión dramaturgo y director. Actualmente se desempeña como docente de actuación y dramaturgia en el mítico Sportivo Teatral y es Doctor en Letras (UBA) e investigador del Conicet. Su teatro es político y parte de ese sello fue producto de los textos a cuatro manos con su colega y amigo Andrés Binetti con quien se ha destacado, entre otras creaciones, con la Trilogía Argentina Amateur compuesta por La patria fría, Después del aire y Al servicio de la comunidad. Pese a ser reconocido constantemente por sus trabajos como dramaturgo –recientemente Remar ha sido ganadora de la 5º edición del Premio ARTEI a la producción teatral independiente y cuenta con el apoyo de INT y Proteatro e incluso su precuela, Odisea doble par (farsa del Imperio) obtuvo una mención en el Premio Literario Casa de las Américas 2016– su humildad se destaca como así también su pasión por el teatro construido desde el margen, a base de la prueba y el error y de una técnica que da centralidad a la actuación y a la escena, que para él “es la única que detenta la verdad”.
Ya pasaron más de dos meses del estreno y resulta inevitable repensar el proceso desde la gestación del texto y la conformación del equipo de trabajo. A los actores, a quienes conoce de compartir clases y entrenamientos en el Sportivo Teatral y de los tiempos en que fue asistente de dirección de Ricardo Bartís en La máquina idiota, obra que revolucionó la escena independiente y conquistó festivales internacionales y con quien se ha formado, se sumó Mariela Selicki a la asistencia de dirección, quien entrenó también en el espacio. Saba destaca que en el circuito del off “los acuerdos de construcción de proyecto son artesanales, con alianzas de afecto y confianza, como me sucede ahora” y agrega que cuando cesaron con las funciones de La máquina le surgieron ganas de dirigir una obra centrada en el universo de estos remeros cruzado con la Odisea y allí el apoyo de Bartís fue fundamental: “tuvimos la posibilidad de crear en un espacio donde fundamos un territorio a base de ideas y pruebas de actuación sin las presiones del teatro comercial. Los ensayos estuvieron centrados en una primera propuesta mía que devino en precuela –Odisea, doble par. Farsa del imperio–, a su vez González aportó información ya que tiene experiencia en remo y yo intenté leer esa épica desde la actualidad porque considero que lo épico se ha vuelto trágico. Finalmente, fue pasar los dos ejes por el tamiz de ‘lo argentino’, sobre lo que suelo ser recurrente, y donde apareció una relación con el universo borgeano”.
La corporalidad tiene una gran centralidad en Remar, ¿se relaciona con tu metodología de trabajo con los actores?
–La actuación es protagónica en el teatro y en la construcción de proyectos debería serlo siempre, sujeta a la funcionalidad del que pone el cuerpo como debería pasar en lo social donde se ven circular cantidad de discursos políticos y mediáticos que tienden a manipular la realidad cuando el que pone el cuerpo realmente es el laburante. Sería muy injusto que el texto presionara a la actuación pero todo tiene que tener precisión técnica.
La ambigüedad del lenguaje es otro de los recursos que se explotan en escena donde aparece la pugna entre clases sociales o jerarquías que se quieren sostener…
–El lenguaje siempre aporta teatralidad en el equívoco que lo constituye. La idea de que lo argentino siempre empuja a una interpretación sesgada, a una cierta latencia del engaño en expresiones como: “¿No me van a cagar, no?” En esa porosidad es que parece muy teatral la necesidad del traducir. Como cuando escuchamos: “Se dijo que después de las elecciones el ajuste será mayor…” y uno tiene que traducirlo como la posibilidad de un apocalipsis.
A esa ambigüedad se suma la potencialidad del extrañamiento que introduce el esquimal, Anuk, y con él el humor…
–El humor salva cuando no se expone como tal sino que se desprende de una situación. Lo más redentor es el humor y tiene que ver con el afecto. En la literatura por ejemplo Martín Fierro es por un lado una gran épica–trágica o de ese borde marginal fundador de lo argentino y el guiño siempre irónico de Vizcacha sino sería una melancolía insoportable y en Remar gracias a las pruebas de actuación inteligentes ambas conviven. A través de Boris, por ejemplo —personaje con el que el público manifiesta mayor empatía— aparece la emoción introducida por historias como las de su abuelo preso en Siberia pero también en el supuesto origen de los clubes de remo y la dificultad de sostenerlos como herencia en la actualidad. También está el esquimal al que llaman “bolita” cuando la crisis estalla dentro del bote y ello remite a un pasado nacional con hambres, utopías y lenguas muy diversas, como un pasado caleidoscópico que no afirma nada. Muy propio de la genealogía de lo grotesco dentro de la teatralidad, no sólo desde Discépolo sino reactualizándolo con otras formas.
La obra pese a su texto con reflexiones autocríticas de nuestra argentinidad resulta esperanzadora…
–Sí, porque hay que pensar positivamente en la capacidad trasformadora que tiene la gente de este país para salir adelante. La teatralidad, como decía Badiou, es la máquina más propicia para absorber las contradicciones de su sociedad. Soy un esperanzado pero también en la poética del conflicto hay una forma de expresarse.
¿Cómo ves al teatro independiente local y regional hoy?
–El teatro en Latinoamérica está en un momento de crecimiento. Más que nada conozco el de la ciudad de Buenos Aires donde hay una efervescencia de producción inenarrable y que se debe a la constitución de acuerdos grupales que resisten muchos embates y siguen entendiendo el teatro como un espacio de resistencia discursiva, ideológica o estética con poéticas muy enriquecedoras y disímiles aunque en la variedad hay productos a los que le falta tiempo o pulido. Además, las generaciones más jóvenes están produciendo de un modo experimental interesante. No todos pensamos igual y creo que es un buen momento para optar por construir en el margen con las condiciones discursivas que esto posibilita para repensar el proceso del lenguaje poético.
LA ESCRITURA ES CON LOS OTROS
Tanto en la prolífica trayectoria junto a Andrés Binetti como en los talleres o seminarios que dicta actualmente, Mariano destaca que intenta ayudar a que los asistentes encuentren un lugar de seguridad para entrar al juego de lo teatral y reivindica el derecho a equivocarse. “Lo aprendí en la vida”, afirma y agrega: “probé mucho y me acompañaron mis maestros, no sólo en el teatro también en la investigación académica ya que la mayor parte horaria de mi vida la dedico a la investigación donde descubrí que las hipótesis pueden llevar a callejones sin salida por lo que no debe perderse la búsqueda placentera”. Alberto Laiseca una vez dijo que él era un ladrón de tiempos y Saba parece ser otro de ellos. “Un periodo muy prolífico fue cuando nació mi primer hijo, cuando estaba aprendiendo a dormir, entre la una y las cuatro de la mañana. Luego, me levantaba temprano para la tesis del doctorado. De día escribía sobre hispanismo para el Conicet y de noche escribía teatro, además estaba terminando la Emad”. De esa época son Madrijo, que ganó el Premio Germán Rozenmacher de Nueva Dramaturgia 2011, El vuelo de la mosca que obtuvo el 1º Premio del Primer Concurso Universitario de Dramaturgia Roberto Arlt y hoy sigue en cartel en su segunda temporada en La Lunares actuada y dirigida por alumnos suyos del Sportivo, Lógica del naufragio, galardonada con 1º Premio del Concurso Nacional de Obras de Teatro (30 Años de Malvinas) en 2012 y la lista sigue. Después tuvo una época donde escribía durante las mañanas y últimamente sólo lo hace para proyectos que lo “convocan o apelan”. Reconoce que “al recorte hay que entrenarlo ya que es la zona menos placentera de la escritura. Como decía Perec, a quien evocó una vez Luis Cano en la Emad: ‘La mano que verdaderamente escribe es la que corrige’”.
¿Cómo es ver tus guiones en escena dirigidos por otros colegas?
–Para mí el texto es una herramienta para la actuación y yo le pongo todo. Hay una afinidad con ciertos proyectos pero puedo entender una poética distinta a la mía y que se llegue a algo inimaginado. Con Remar estoy más afín porque estuve en todo el proceso pero siempre me parece cierta aventura darle un texto mío a alguien que aprecio y saber que provocará algo, una chispa. Me pasa cuando estoy en busca de nuevos materiales o cuando comienzo a escribir algo; compartir las ideas con otros es maravilloso.
¿Qué disfrutás más: la dramaturgia o la dirección?
–Ambas, aunque la dirección es un lugar que puedo sostener porque me siento acompañado en el acuerdo del grupo y en la mirada responsable. Y, respecto a la interioridad subjetiva, ésta no se va nunca pero no impide que haya acuerdo entre los actores y los personajes. Me gusta hablar de “juego”, no del pavote sino como en el fútbol: se juega con todo, las reglas son rígidas, la técnica es dura y el partido es el mundo. Entonces, el actor tiene que atravesar su emocionalidad.
Para Saba queda claro que lo importante más allá del texto está en la escena: “Es el único lugar en donde sí puedo llegar a confrontar. No me importa si hay que cambiar algo del texto, del espacio, la escenografía o ceder. La escena es la que detenta la verdad”. Sus textos seguirán enriqueciéndose de otras miradas producto de su fructífera y generosa pluma.
Remar (Un destino impropio) se puede ver los domingos, a las 20, en Sportivo Teatral, Thames 1426. Entradas: $200. Estudiantes: $150.