Corría el año 1905 y cuando lo propuso, fue una revolución. En tan sólo 46 páginas de textos y fórmulas matemáticas escritas a mano, el físico alemán Albert Einstein cambiaba el mundo. El tiempo y el espacio, demostró, no son independientes sino que conforman un tejido indisociable. Bajo el influjo de esa mirada orgánica, el arquitecto Nicolás Fernández Sanz y el artista Jorge Macchi construyeron dándole cuerpo a esa idea en la instalación Díptico, donde hacen del tiempo, un espacio.
Ruth Benzacar, la galería ubicada en un subsuelo de la calle Florida se convirtió durante tres décadas en uno de los epicentros del arte contemporáneo de la Argentina. El año pasado la galería, ahora dirigida por Orly Benzacar, se mudó al barrio de Villa Crespo.
Fernández Sanz, responsable de la nueva versión, cuenta en la página web de su estudio cómo pensó el proyecto: “Se desarrolla en un galpón construido a mediados del siglo pasado, ubicado sobre la calle Ramírez de Velasco, entre Darwin y el cruce ferroviario de la línea San Martín. Su fachada anodina no anuncia el enorme espacio que crece hacia el interior de la manzana, una gran nave industrial cargada de aire y luz, utilizada durante muchos años para el almacenamiento de repuestos industriales... El proyecto es en esencia una intervención, interesada en aprovechar lo existente sin imponer forzosamente un ideal por sobre lo concreto. Se respetó todo aquello que se encontraba en buen estado de funcionamiento, permitiéndole al galpón sugerir su propia distribución y recorrido...”
Intervención que luego será intervenida nuevamente, sin pelarse con la diferencia abismal entre las ubicaciones y las formas de la galería en el subsuelo y la galería en el galpón buscando, en Díptico incluirse, continuarse, haciendo de las asimetrías, en pequeños momentos, incomodidad o interrupción.
Es en la nueva intervención donde entra en escena el artista Jorge Macchi, experto en jugar con nuestra percepción y confundirnos hasta el mareo con preguntas y quien decide a su vez intervenir el espacio diseñado por Fernández Sánz, para armar juntos la instalación, montaje realizado en madera, de la vieja galería dentro de la nueva. Las generosas claraboyas del galpón son bloqueadas por los paneles de madera que hacen de techo de la instalación, generando una iluminación potente, artificial, juego teatral que permite que caminemos como actores por un escenario.
Fue en cinco días: Macchi y Fernández Sanz metamorfosearon el espacio, haciendo del galpón blanco una galería subterránea de madera. Suena a catacumba, pero no es la única sensación que prevalece. Aunque un halo fantasmagórico, tal como cuenta Mariana Enriquez en el texto que acompaña la muestra, está presente en el lugar, tiene también la belleza de las líneas puras y visualmente cierta afinidad con un enorme sauna danés, así como la austeridad quirúrgica y el silencio propio de los santuarios en los que se han transformado hoy las galerías contemporáneas.
La magia de Díptico es que el tiempo transcurre con la intensidad del movimiento de cada espectador, provocando la pregunta sobre los espacios como construcciones arbitrarias, como ficción: qué son los lugares que habitamos, por qué los elegimos, para qué fueron pensados y en qué nos transformamos dentro. Si bien la instalación no es una reproducción fiel (¿Acaso eso es posible? ¿Es la última mamushka –la muñeca más pequeña– igual, en algún sentido a la primera?) es una maqueta escala 1.1 de la galería original que impone una experiencia tan concreta y tan inasible como la música, registro al que Macchi recurre en su obra una y otra vez. Se recorre, se percibe, se huele, está presente pero no es real. Como el amor, como la pasión, como la belleza, el parpadeo que dura el viaje fuerza un dejá vu que no está exento de humor y cierta ironía. ¿Fernández Sanz y Macchi están haciendo rituales simulando conceptos? Tal vez sea el juego borgeano entre los doble que a fuerza de paradojas termina siendo circular (lo primero y lo segundo, el original y la copia, lo real y la ficción, la ciencia y la magia.) Pero hay algo en esta obra de traducción, de pasaje, en la que Macchi y Fernández Sanz elevan la categoría de espectador a la de trance, y que carga con la paradoja de ser una enorme instalación con más poder literario que visual.
Díptico es una invitación a caminar por el fragmento de un cuento. Esa es la sensación mientras se camina por la instalación. Masa igual energía: el espacio resulta un artificio –conmemoración histórica, interpretación hermenéutica, capricho artístico– pero sobre todo, termina siendo un regalo para transitar en el propio cuerpo la certeza de la arbitrariedad (y las posibilidades casi infinitas) de toda construcción.u
Díptico se puede visitar en Ruth Benzacar, J. Ramírez de Velasco 1287, de martes a sábado de 14 a 19. Hasta el 15 de julio.