Después de convertirse en la estrella más joven e inesperada, Lorde se retrajo como una bailarina antes del próximo movimiento. Se la vio por aquí y por allí, abrazada a celebridades, sonriendo mucho, sonriendo nada, la pose compuesta o del todo natural: el tallo de una imborrable cara cubista. La chica de Nueva Zelanda que conquistó el mundo con su debut de 2013, Pure Heroine, pop lúcido y pulcro, sin un beat de más ni una inflexión de menos, esa voz de sensualidad recién despierta. Frescura incuestionable y una elegancia inaudita. Algo imposible de discriminar por edad. “Como escuchar el mañana”, dijo David Bowie. Sus ubicados excesos –la melena, los fuertes labiales, los toscos movimientos al cantar– eran rayos de adolescencia que la hacían ver real y no parecer una mujer precozmente segura, impenetrable. Pero su integridad de dama antigua y tener lejos el hogar  la protegieron de que se la comieran viva a los 17 años. 

Por supuesto Lorde no iba a lanzar otro disco antes de cumplir los 20, la habría nivelado demasiado. El cambio de década es anecdótico y un marco para mostrarse distinta, volverse a presentar. Y vivir estos años le dio material de trabajo, el tiempo personal que hace falta para poder transmitir algo honesto. En un principio fantaseó con hacer un disco conceptual que narrara la llegada de aliens a la tierra. Una metáfora de sí misma, de repente famosa y viajando tanto, conociendo sobre todo a los americanos: “Mucho de estar allá era mirar a las personas y darme cuenta de que no entendía lo que decían. Volver a Nueva Zelanda es poder decodificar a las personas otra vez”, dijo hace dos semanas en NME, con la llegada del segundo álbum que ya rankea en charts y ventas. Desvergonzada, kitsch, todavía tan joven que no se entiende, lo llamó Melodrama. 

En algún momento de 2015, a los 18, Lorde vivió eso que no se olvida: la primera separación. La relación con James Lowe, un fotógrafo que le lleva seis años, empezó a la par del despegue –a los tres años de firmar un contrato de desarrollo con Universal– y abarcó todo el fenómeno “Royals”, el hit más recordado. El noviazgo nunca fue un tema en entrevistas y menos ahora que todo se terminó, pero el chico kiwi de origen asiático es la primera musa de este disco, y así es cómo ella finalmente eligió plasmar el momento de conversión en una joven mujer. Con el primer dolor de amor. Un dolor literal, espantoso, que da hipo, hace sentir que es el fin. Pero que termina llevando a grandes hits de la vida, tiempo con amigos, las mejores borracheras, nuevos cuerpos, sensación de libertad. Es una tristeza excitante.

Muchas de estas emociones Lorde las procesó en Estados Unidos, donde armó el álbum. Pensaba seguir trabajando con Joel Little, el productor de Pure Heroine, pero no hubo química esta vez. También despidió al manager, con lo que parece haber despejado su isla de vínculos laborales. Se compró una casa con vista al mar en Waitemata Harbor, una zona top de Auckland. Paseó, escribió y organizó incontables reuniones de amigos. Gran forma de pasar el tiempo. Alternaba con viajes a Nueva York a dormir en hoteles, viajar en subte escuchando Paul Simon, pasar el día en el departamento de Lena Dunham y Jack Antonoff en Greenwich Village. A él, que hace música como Bleachers y produjo para Taylor Swift, lo conoció en una fiesta de los Grammy. Trabajaron al piano mientras Lena escribía la última temporada de Girls. 

En marzo, Lorde presentó su primer single desde “Yellow Flicker Beat” para Los juegos del hambre (2014). También el nombre y la portada del disco, un cambio radical del fondo negro y letras blancas de Pure Heroine. En un gesto muy Joni Mitchell, ilustró Melodrama con un retrato pintado. El autor, Sam McKinniss, es conocido en Nueva York por sus increíbles óleos de íconos pop que copia de imágenes famosas –el afiche de Flipper, la portada de Purple Rain–. McKinniss, de 31 años, también pinta naturaleza muerta y algún animal refinado, pero nunca con modelo vivo: le gusta trabajar solo. La foto de Lorde que pintó –ella mirando de costado en la cama: la mano sobre la almohada, el hombro apenas descubierto– la sacaron en otra reunión de amigos.  

El single estreno, “Green Light”, arranca hablando del ex mentiroso y se transforma en un himno de juventud imponente, guerrero, inmortal: “Estoy esperando esa luz verde”, canta sobre el techo de un taxi en el video, vestida de fiesta con zapatillas, mientras el conductor fuma un cigarrillo con indiferencia. Melodrama, el cisne del patito, la mariposa de la oruga, embellece su estilo con una variedad de instrumentos y efectos. Si Pure Heroine era atrevido pero sutil como un ramo de calas, Melodrama se rasga las vestiduras con canciones exuberantes, levemente gritonas, todavía dulces y a tierra, de repente épicas y etéreas, acordes a la intensidad de las emociones que están evocando. “¿Escuchás la violencia?”, dice llevando la mano de aquel amado a su pecho en la inolvidable “The Louvre”.  

Es efectiva como los grandes del pop moderno en “Sober”, “Homemade Dynamite”, “Supercut”. Misteriosa y provocadora con espacios vacíos, o muy directa con piedras preciosas para bailar. “¿Qué vamos a hacer cuando estemos sobrios?”, canta con la gracia de una Britney y producción digna de Kanye. Actúa desazón en las baladas con piano; se siente una carga para los amigos, la trampa que pisó el ex: “Lamentás el día en que besaste a la escritora en la oscuridad”. Exagerada y drama queen con total soltura. En “Sober II” aparece la palabra que da nombre a todo. Llega en séptimo lugar, un tema Lana Del Rey, gatuno, con violines, base rapera, coro angelical: “Las luces se encendieron y todos se fueron pero quién soy”, dice. 

También hay algo de ella en el clímax, “Hard Feelings/Loveless”. Ahí repite el rush, el calor, la fuerza del enamoramiento que recordó en “The Louvre”, con sus imágenes románticas –“la mitad de mi ropero está en tu piso”– e histerias cotidianas: “Sobreanalizo tu puntuación”. Pero en esta canción doble acepta la derrota, y en un estribillo impresionante, lento, místico, entiende: “A esto llaman rencor amoroso”. La transición a la coda se hace con un efecto industrial, y en la segunda parte canta del modo más teen hasta ahora: “Somos la generación sin amor, nos acostamos con la cabeza del que nos gusta”. Hoy Lorde se muestra con cabellera lacia y labiales pasteles. Encontró un look en los pantalones anchos y se la ve mucho más relajada en las entrevistas de You Tube. Mantiene la loca gestualidad de su performances, con más razón ahora que las letras lo piden como un ebrio un tema más: “Todo eso que tomamos, porque somos jóvenes y vergonzosos, nos lleva a lugares perfectos”, canta en el ochentoso final de Melodrama, disco hermoso y benévolo: sabe que desbocarse y aturdirse también es necesario para entender lo que te pasa, más si es por primera vez en la vida.