Hace exactamente un siglo, en julio de 1917, comenzó lo que ciertas voces definen como uno de los grandes timos de la historia. Tan peculiar que bien vale celebrar su centenario, rescatando la estafa entonces pergeñada por dos muchachitas inglesas: Elsie Wright, de 16, y su prima Frances Griffiths, de 9. Damiselas que tomaron prestada la cámara familiar, partieron hacia el bosque de su aldea –Cottingley– y, rato más tarde, regresaron al hogar asegurando haber fotografiado a criaturas mágicas. No se trataba de cualquier cosa, sino de bonitillas hadas con las que, aseguraba la dupla, jugaban a menudo. Y aunque el padre de Elsie desestimó la “evidencia”, su madre acabó creyendo en las convincentes niñatas, presentando esa y otra imagen (de Elsie charlando con un gnomo) a la Sociedad Teosófica de Bradford, donde miembros ilustres dieron a las fotografías por sobrada prueba de la existencia de los mentados seres mitológicos. Empero, por si las moscas, instaron a las niñas a tomar tres fotos más. Así lo hicieron ellas, y los resultados fueron similares: Frances con un hada saltarina; un hada de grandes alas ofreciendo a Elsie un ramillete de campánulas; un trío de hadas tomando un baño de sol. La prensa británica cubrió el caso con desigual convicción; algunos creían que era imposible que las jovencitas mintieran; otros aseguraban que era imposible que dijeran la verdad (y recalaban en ciertos detalles: las hadas eran sospechosamente parecidas a las ilustraciones de cuentos, y curiosamente vestían a la moda). Los lectores –por cierto– seguían cada novedad con especial atención, acaso necesitados de historias que los alejaran de los horrores de la belicosa época. Quien defendió a Elsie y Frances con uñas y dientes fue Sir Arthur Conan Doyle, que tras la muerte de su hijo durante la Primera Guerra Mundial, se había volcado hacia el espiritismo y los fenómenos psíquicos. A diferencia de Sherlock Holmes, jamás dudo en las chicuelas, defendiendo su relato, la existencia de las hadas, la autenticidad de las imágenes. Qué va, incluso se explayó sobre el tópico en el libro The Coming of the Fairies (1922). La polémica, sin embargo, recién se zanjó en la década del 80, cuando las muchachas –entonces ancianas– confirmaron que las famosas fotografías habían sido trucadas. Las hadas eran recortes de cartón, prendidos con alfileres de los matorrales, explicaron. Para Elsie, fue imposible decir la verdad una vez que salió en su defensa Conan Doyle: “¿Dos chicas pueblerinas engañando al creador de Sherlock Holmes? Solo podíamos mantenerlo en secreto”. Para Frances, nunca se trató de un fraude, apenas de una mera diversión: “Al día de hoy no comprendo cómo pudimos engañarlos. Evidentemente, querían ser engañados”. Con todo, aunque admitieron el timo fotográfico, jamás dieron el brazo a torcer sobre sus experiencias místicas: hasta el final de sus días continuaron declamando que, en efecto, jugaban en el bosque de Cottingley con hadas y gnomos. Aunque estos, claro, no se dejaran retratar.
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