Si Franz Beckenbauer -nada más y nada menos- se mete en el área y simula un piletazo incobrable para buscar el penal que le de a su Alemania el empate agónico, falla en su intento y al instante se desespera a los gritos con un alcanzapelotas, significa que lo que está en juego es mucho. Y si tal partido es por apenas la fase de grupos de un Mundial, con ambos equipos ya clasificados a la segunda ronda, se ve que el premio en disputa es sobre todo simbólico.
El encuentro en cuestión se dio el sábado 22 de junio de 1974 y enfrentó a Alemania Federal con Alemania Democrática, también conocido como Oeste contra Este o capitalismo contra comunismo. Era la primera vez que se encontraban en una cancha de manera "profesional" (ver antecedentes), desde su separación en 1949. Y también sería la única, ya que hasta su reunificación en 1990 nunca volvieron a toparse en una cancha de fútbol.
Consideraciones político-económicas al margen, el dulce y eterno sabor de la victoria fue para los alemanes del este y su exiguo grupo de 300 fanáticos entre los 60 mil espectadores presentes en el Volksparkstadion, en Hamburgo. Lo de fanáticos es meramente un decir, como lo explica el célebre Helmut Klopfleisch: "Lo peor de todo fue los 300 jefes del Partido (Comunista) en las tribunas, agitando sus pequeñas banderas, aplaudiendo en los momentos equivocados porque conocían muy poco de fútbol".
Klopfleisch saltó a la fama gracias al librazo de Simon Kuper, "El fútbol contra el enemigo", donde se cuenta la historia de este hincha del Hertha Berlín que quedó del lado equivocado del muro. A pesar de ser investigado muy de cerca por la Stasi (policía secreta de Alemania del Este), Helmut vivió las décadas de la división siguiendo como podía a su club (el Hertha quedó del lado oeste) y apoyando a cuanto equipo o selección occidental pudiese.
El partido
A casi medio siglo de distancia, muchas de las acciones de aquel duelo resultan inverosímiles al verlo con los ojos del presente (aquí el partido completo)... Como la insufrible cantidad de pases al arquero para que la agarre con las manos ante el más mínimo riesgo -cosa que recién cambiaría post Mundial del '90- o las espectaculares patadas casi karatecas que hoy día resultan una ofensa a la ética y la moral y por entonces apenas ameritaban algún que otro pitido arbitral. También que un tiro libre dentro del área termine en un acción prácticamente de fútbol playa, con Heinz Flohe levantándosela a Beckenbauer para que le pegue de volea, por ejemplo.
A su vez sorprenden, aunque no por la distancia temporal, la exageración de dolores por lesiones, una costumbre que se mantiene hasta la actualidad, pero con mucha mayor inocencia por aquellos años. Acaso con la única intención de hacer tiempo y aceptando sin ningún tipo de objeción la amarilla que conllevaba. En la categoría de inocencia -y por qué no de ternura- cabían también los festejos: vueltas carnero que tenían muy poco de atléticas y mucho de improvisadas.
Esa voltereta que se aprende en escuela primaria fue la celebración inmediata de Jürgen Sparwasser cuando marcó el gol del triunfo oriental a los 77 minutos. La jugada comenzó con un saque rápido con la mano del arquero Jürgen Croy, ubicando al carrilero derecho Reinhard Lauck quien avanzó sin oposición hasta pasar mitad de cancha. Cuando se encontró con Beckenbauer -tapando los huecos de un pronunciado desorden de los suyos-, sacó el centro para Sparwasser. El delantero que hizo toda su carrera en el Magdeburg (hoy en Segunda División) la "paró" con la cara entre tres defensores, aguantó el dolor, se tomó su tiempo y dejó en ridículo al histórico Sepp Maier -terminó casi de espaldas a la jugada- para rematar en el momento justo.
"Si en mi lápida sólo pusieran 'Hamburgo 74' todos sabrían quién yace debajo", comentó años después el héroe de aquella gesta, que escaparía a Alemania Federal en 1988, cansado de ser utilizado políticamente. Sparwasser habrá hecho el gol pero la gran figura fue Croy, un verdadero artista de las voladas y el hacer tiempo -incluso fue amonestado sobre el final por el árbitro uruguayo Ramón Barreto-. Cuenta la leyenda que Croy, a diferencia de la gran mayoría de sus compatriotas, se negó a pasar a los clubes más poderosos de la Oberliga oriental ya que prefería atajar en un equipo chico para que le pateen más al arco. Así, jugó casi toda su carrera en el Sachsenring Zwickau de su ciudad natal, hoy en Tercera.
El encuentro fue dominado por los locales, dueños de una capacidad técnica muy superior a la de los orientales y de la que no hizo alarde el número nueve Jürgen Grabowski, quien en los primeros minutos quedó solo abajo del arco -no es un decir, fue así- y la tiró directamente afuera luego de un gran desborde y centro del emblemático Gerd Müller, quien se retiró después de este Mundial con la friolera de 68 goles en 64 partidos con su selección. Evidentemente no era el día de los capitalistas, que también sufrieron al menos dos claros penales no pitados por el pito uruguayo, quien sí compensó a la hora de cobrar las divididas. Claro que con el diario del montag, poco le importó la derrota a Alemania Federal.
El Mundial del '74
Con la caída el equipo de Beckenbauer terminó segundo y fue a parar al grupo de Polonia, Suecia y Yugoslavia (el formato era de una primera ronda de cuatro grupos de cuatro países, una segunda de dos zonas con los dos mejores de cada grupo previo, y de ahí el pase a la final de los dos primeros). Cierto es que Polonia tenía al gran Grzegorz Lato, a la postre goleador de la Copa, y lideró su zona inicial por sobre Argentina e Italia. También que Yugoslavia le arrebató el primer puesto a Brasil, que venía de tocar techo en México '70. Pero todavía más verdadero es que nadie quería parar en la otra zona: Argentina, Brasil y nada menos que la naciente Naranja Mecánica de Cruyff, Rep, Neeskens y tantos otros cracks.
Lo que siguió fue que Alemania Federal ganó sus tres partidos y Alemania Democrática apenas sumó un empate, justamente ante Argentina -gol de Houseman-, dos días después de la muerte de Juan Domingo Perón, lo cual impactó muy fuerte en el plantel y terminó derivando en el debut de Ubaldo Matildo Fillol en el arco de un país que hasta entonces apenas sumaba un subcampeonato mundial y que venía de incentivar -una versión tan sospechada como confirmada- a Polonia para que le gane a Italia y así pasar de ronda. En tanto, Países Bajos hizo lo que quiso en su zona: 4 a 0 al equipo de Kempes, Bábington, Perfumo, Brindisi y compañía, 2 a 0 a la Alemania comunista y 2 a 0 al Brasil de Rivelino y Jairzinho. Luego, una historia más que conocida: un elenco neerlandés hiper favorito que se puso en ventaja a los dos minutos de la final y un conjunto local que lo dio vuelta antes del entretiempo y terminó consiguiendo su segundo título del mundo, nada menos que ante su gente, dando origen a la maldición naranja que sobrevive hasta hoy: tres finales, tres derrotas.
Antecedentes
Las dos Alemanias también se vieron las caras en los trágicos Juegos Olímpicos de Múnich de 1972 pero como sólo podían jugar amateurs por entonces, las selecciones pertenecientes al bloque soviético sacaban mucha ventaja respecto de las occidentales (de 1952 a 1988, se quedaron con nueve de diez oros). De todos modos, aquel duelo también se vivió con mucha expectativa y, ante 80 mil espectadores en el Olympiapark, resultó en un agónico triunfo 3 a 2 de Alemania Democrática que la clasificó al partido por el bronce y eliminó a los derrotados. Luego serían bronce en un choque supuestamente arreglado contra la Unión Soviética que terminó en empate.
La del '74 tampoco fue la primera vez que Alemania Federal se enfrentó a una escisión de su territorio post Segunda Guerra Mundial. En las Eliminatorias hacia la Copa del '54, coincidió con el Protectorado del Sarre, territorio alemán que estuvo en control francés hasta 1956. Fue triunfo de local y de visitante para los germanos, con un global de 6 a 1 para meterse en el Mundial de Suiza que luego ganaron en la recordada final contra la mágica Hungría de Puskas y compañía.
También hubo un antecedente muy cercano al del '74 en la Copa de Europa de clubes de la temporada 1973/74. Allí se cruzaron en octavos de final el Bayern Múnich de Beckenbauer y Meier contra el Dínamo Dresden, máximo crédito de la Alemania Democrática y que venía de eliminar a la Juventus con gol en contra de un tal Fabio Capello. Contra todo pronóstico la serie fue espectacularmente pareja: 4 a 3 para el Bayern de local y 3 a 3 de visitante, con gol final de Müller para avanzar en la que fue la primera exitosa conquista continental alemana, poniendo fin al tricampeonato previo del Ajax y dando origen a su propio trío consecutivo de títulos.
Se ve que le sentaba muy bien a los alemanes occidentales cruzarse con sus vecinos del Este, ya que en tres (1974, 1975 y 1983) de las cuatro Copas de Europa que lo hicieron terminaron levantando el trofeo. Y el Mundial del '74 no fue la excepción.