Pocas veces llegamos tan confiados a una cobertura como en la primavera de 1989 para el Abierto de Francia. Gabriela Sabatini y Alberto Mancini venían de triunfar en el Foro Itálico, y ambos se colocaban en la pole position de los favoritos de Roland Garros. El tenis argentino disponía de más de una decena de jugadores en un espléndido momento, dispuestos a producir sus mejores resultados sobre la superficieque que más los favorecía.
La ilusión se terminó diluyendo, pero se vivieron unos primeros días intensos. Entre tanto movimiento, Guillermo Vilas se retiraba de las competencias casi en silencio. Nos confirmó su despedida en la sala de jugadores, momentos después de caer ante el italiano Claudio Pistolesi en la cancha dos.
Era un martes 30 de mayo. Sospechando que algo podía pasar, los enviados argentinos lo rodeábamos. Se palpaba una emoción contenida. El no quería hacer un anuncio formal. Pero Juan José Moro le acercó una birome, y en una servilleta que tenía cerca Guillermo escribió con letra clara de imprenta: ESTE FUE MI ÚLTIMO PARTIDO.
Terminaba así una de las carreras más gloriosas de la historia del deporte argentino. Era un final casi circular. Vilas había disfrutado de sus mayores éxitos allí, en Roland Garros. De hecho tuvo uno de sus primeros triunfos resonantes en la misma cancha dos en la que se despediría: la segunda vuelta del '73 ante el español Gimeno. Y una década atrás había dejado afuera al estadounidense Mayer antes de caer en los cuartos frente al paraguayo Víctor Pecci.
Fueron 18 participaciones al hilo para él en el polvo de ladrillo del torneo francés, desde la edición de 1972 en la que alcanzó la cuarta ronda, y cayó ante Solomón hasta su derrota con Pistolesi. Fue allí donde ganó su primer Grand Slam en 1977 y donde alcanzó otras tres finales. Las dos perdidas sin atenuantes ante Björn Borg -en 1975 y 1978- fueron el preludio de la más dolorosa, la que se le escapó ante un Mats Wilander de 17 años en 1982.
Había sido una temporada a la vieja usanza para él. Venía entonado y su paso por Roland Garros estaba siendo impecable. Había alcanzado la final sin ceder un solo set. Dejó en el camino a Noah en cuartos, y le ganó la semifinal con solvencia a José Higueras. A su vez, por el otro lado del cuadro, Wilander había evitado una final argentina al ganarle a Clerc. Fueron cuatro horas y 17 minutos de un calor agobiante en las que, pese a tener control del partido hasta el final del segundo set, Vilas no pudo defender el encuentro.
A partir de ahí el futuro número uno del mundo le dio vuelta un 5-4 -llegó al 8-6 en el tie break- y le ganó los dos sets siguientes (6-1, 6-7, 0-6 y 4-6). "Fue una de las mayores equivocaciones de mi carrera”, decía Guillermo de aquel parcial. "Pudo ser mi segundo título en París y lo perdí de idiota”.
Al momento de su retiro Vilas era el jugador con mayor cantidad de triunfos individuales en el Abierto de Francia: 57, que serían 58 si se cuenta el walk-over sobre Orantes en 1980, durante la controversia por sus dolores abdominales. Ese récord, con sus 17 derrotas, le permite aún hoy ser el cuarto más ganador en el polvo de ladrillo de Roland Garros. Sólo lo supera el trío de fenómenos contemporáneos: Nadal, Djokovic y Federer, en ese orden. Lendl y Andre Agassi, dos de sus sucesores, quedaron cerca con 53 y 51 victorias, respectivamente.
La temporada 1983 fue la última en que Vilas se pudo tutear con los grandes. También la última en la que pudo levantar un trofeo -tres, en realidad: Richmond y Delray Beach en febrero y Kitzbühel en julio- y la que marcó un fuerte declive en su competitividad. Pese a llegar a una última final -la número 103 de su carrera- en Forest Hills 1986, nunca pudo volver a la forma de la década anterior. A fines de 1988 tenía un ranking indigno de su condición, 126°, y el retiro parecía inminente. Al mismo tiempo, el deterioro en la salud de Cholo -su padre- era una preocupación latente para él.
Entrevistado por Jorge Búsico, evitaba mencionar la palabra, pero le daba vuelta al concepto: “Si en este momento dejo el tenis sentiría que me estoy fallando". "No es un problema físico, es una cuestión de confianza”, decía, y expresaba una posible solución con onomatopeyas: “Por ahí hago tac, encuentro la chispa que produzca el pum y empiezo a ganar”. Sabía que había algo que no quería para él, pero lo veía en el horizonte: “Nunca me gustaron esos retiros con discursos y grandes fiestas. Acá en Argentina sería darle valor a dirigentes con los que no tuve buena relación”.
Ante las derrotas, que se hacían frecuentes, Gente le insistía con el tema. Guillermo confrontaba, pero cada vez con menos convicción: “Sigo jugando porque me gusta y porque creo que todavía puedo conseguir cosas; claro que cada vez lo veo más lejano”. “Quiero parar y tomarme mi tiempo”, decía, acosado por las lesiones, y remataba con una sentencia que, leída a la distancia, parece muy dura: “Las posibilidades que tengo de volver a ser lo que fui son remotas. Me ha ido tan mal últimamente que ganar un torneo cualquiera me vendría bárbaro”. “Voy a intentar hasta Roland Garros, pero hasta ahí llego”, le confesaba a Lucho Hernández a principios de 1989. Hernández titulaba la entrevista con una afirmación terminante. “Creo que Vilas no jugará más”. Así fue. Guillermo participó apenas de seis torneos, dos de ellos Challengers, en esa temporada.
No pasó de la segunda vuelta en ninguno y la despedida, ante un Pistolesi que también estaba en la parte final de su carrera, fue concluyente (1-6, 3-6, 4-6). Después de los aplausos, que reconocían su carrera más que su actualidad, Vilas le regaló su vincha y su muñequera al italiano. "Sólo dos veces en mi vida tuve un gesto así", explicó. "La primera, cuando gané el Abierto de Estados Unidos. Ahora porque es mi adiós al tenis”. “El anuncio formal lo dejo para otra oportunidad. Lo cierto es que cuando a uno se le van las esperanzas de triunfo al entrenar y competir, hay que dedicarse a otra cosa. Siento que ya no estoy en condiciones por una lógica razón física”, explicaba. “Dejar así, sin lágrimas ni ceremonias, con la paz de saber que estoy haciendo lo correcto, era mi último deseo”.
Las palabras de Vilas en la conferencia desataron una oleada de reconocimiento por parte de sus colegas, rivales y discípulos. Se marchaba un verdadero titán, un jugador que no sólo había demostrado que podía codearse con los mejores, sino que les había abierto esa puerta a todos los tenistas del país. Así lo veía Panchito Mastelli, que había presenciado su crecimiento y en ese momento entrenaba a Mancini. “Creó una conducta de trabajo para los chicos y demostró que el entrenamiento es el único medio para evolucionar”, afirmaba. Martín Jaite, entre tanto, reconocía que Vilas le abrió "las puertas a todos los argentinos que luego viajaron por el mundo”. Pero quizá las palabras más importantes fueron las de Gabriela Sabatini. “Fue mi ídolo, como el de todos los chicos de mi edad que empezamos en la época en la que él triunfaba”, sentenció Gaby.
Días después Guillermo le abrió las puertas de su casa de la avenida Foch a Lucho Hernández. “Cuando llegué a París pensé ‘me meto en cuartos’. Me lo quería comer a Pistolesi. Voy y pierdo el primer game. Después pierdo un set y digo: ‘Tenés que ganar en cuatro’. Al rato, ‘tenés que ganar en cinco’. Me di cuenta de que con esa mentalidad no se puede. El miedo no permite la gloria. No me podía conformar con eso y era el momento de dejar”. “Hay que saber los límites de cada uno. Cuando el hombre sabe sus límites, sabe dónde ir”, sintetizaba.
A comienzos de los '90, cuando la música acaparaba gran parte de su tiempo, Vilas participó de una docena de challengers, pero no volvió al circuito. Desde su departamento en la calle Galileo le decía a Eduardo Verona que “fue traumático, difícil, duro; es un golpe, un cambio total”. Pese a la dificultad parecía en paz consigo mismo: “Me demandó un gran esfuerzo, pero acá estoy. Me quedó la satisfacción de haberme retirado cuando yo quise”. Porque como escribió el cantante estadounidense Michael Stipela, carta con la que anunció la separación de la que fue su banda por treinta y un años, R.E.M., “para ir a una fiesta lo más importante es saber cuándo retirarse".
* Fragmento del capítulo Adiós a las Armas.