Un año después del referéndum que aprobó la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea (Brexit) comenzaron, la semana pasada, las discusiones sobre cuando y como se producirá. Theresa May visitó a Emmanuel Macron, nuevo presidente de Francia, ya que el Comisario negociador de la UE, Michel Barnier, es un francés de derecha conciliador mientras que David Davis, negociador por el Reino Unido, un conservador “brexiter” duro. La novedad es que el procedimiento del Brexit empezó y no fue enterrado como los referéndums en Francia, Holanda e Irlanda que habían rechazado la Constitución europea en 2005 y que las elites dirigentes habían hecho aprobar por los “partidos de gobernanza” en los parlamentos. Pero nadie ignora que el voto inglés fue el resultado de la desastrosa política económica aplicada alternadamente por los “social liberales” y los conservadores que explicaron a los ciudadanos que era una imposición europea.
Quienes sostenían que el Brexit sería un desastre para Inglaterra han comenzado a revisar sus previsiones ya que la única novedad ha sido una devaluación de la libra del 10 por ciento, lo cual ha limitado las importaciones de automóviles alemanes caros y disminuido el valor de los depósitos de los europeos continentales en Londres.
Michel Barnier ha planteado explícitamente por el momento tres problemas a tratar: a) el estatuto de los residentes europeos en Gran Bretaña (3 millones de personas); b) el problema de Irlanda (la libre circulación de las mercaderías en territorio inglés entre Irlanda y el continente y la cuestión de Irlanda del Norte); y c) lo económico, en particular la regulación de los flujos financieros.
El primero punto es importante para los países de Europa Central, España y Portugal porque son exportadores de mano de obra. La destrucción de la educación y de las formaciones médicas y paramédicas por los conservadores británicos –como Macri en Argentina– hace que una importante cantidad de enfermeros, médicos, kinesiólogos, bioquímicos, pero también electricistas, plomeros, carpinteros esté trabajando en Inglaterra. Tienen contratos basura, precarizados, lo cual es un gran negocio para las empresas especializadas en el tráfico de mano de obra pero también una fuente de divisas para los países que los exportan.
El otro punto importante es la instauración de aranceles británicos a las exportaciones europeas, en particular agropecuarias, que deberían afrontar, con la caducidad de la preferencia comunitaria, la competencia estadounidense y argentina. Podrían además verse aplicada la cláusula de la “preferencia imperial” (que a la Argentina le costó el Tratado Roca–Runciman en 1933) ya reclamada por Australia, Canadá y Nueva Zelanda. En cuanto a la instauración de aranceles en la UE a los productos británicos, cada país tratará de pujar para obtener una protección según su conveniencia.
El punto crucial en la negociación son “los flujos financieros”. Recordemos que 40 por ciento de las sedes sociales europeas de las 250 principales multinacionales están en Londres. Si las empresas se mudan al continente la pérdida de la recaudación fiscal será importante para los ingleses. Pero la UE teme que Inglaterra se transforme en una suerte de “mega plataforma” de evasión fiscal, que hoy en parte lo es con las Islas Vírgenes, Bahamas, Bermudas, Alguilla, Caimán, Maldivas, Turcas y Caicos, Man, Yersey, Guernesey están bajo soberanía inglesa. Esto preocupa a Alemania y Austria por su propio paraíso fiscal Liechtenstein, Francia por Mónaco, Andorra y a Luxemburgo. Si el gobierno británico no esta sometido a los reglamentos comunitarios y elige, como sucederá, aliviar las regulaciones impositivas y financieras, la City de Londres se transformará en una gigantesca aspiradora de flujos financieros. La apuesta es impresionante ya que esos paraísos fiscales tienen depositados 7,5 billones de dólares, 80 por ciento de los cuales provienen de la evasión fiscal.
Dos alternativas se abren: el hard Brexit (duro) donde Inglaterra tendría un estatus similar al de Suiza. Es la opción de algunos conservadores británicos. O un soft Brexit (blando) donde tendría un estatus similar al de Noruega (libre acceso al mercado pagando una compensación financiera). Las tratativas serán largas y difíciles debido a las relaciones económicas y financieras que se han establecido durante 45 años.
* Doctor en Ciencias Económicas de la Universidad de París. Autor de El peronismo de Perón a Kirchner, Ed. de L’Harmattan, París 2014. Editado en castellano por Ed. de la Universidad de Lanús, 2015.