En Babysitter, segundo largometraje como realizadora de la actriz canadiense Monia Chokri, Cédric, un ingeniero de buen pasar económico, casado y reciente padre comete el error/pecado/afrenta/desliz/atropello (complétese con más sustantivos, tantos como se desee, y elíjase uno o varios) de tener una actitud poco feliz con una mujer a la cual no conoce. Un “beso robado” que es transmitido por televisión y viralizado de inmediato en las redes sociales. Consecuencia directa, la empresa para la cual presta servicios pone es suspenso su posición por tiempo indefinido, al menos hasta que logre “deconstruirse” y hacer un mea culpa público. Su hermano lo tilda sin remilgos de misógino y, de a poco, surge la idea de escribir un libro en primera persona. Pero Cédric (Patrick Hivon) no es el único personaje importante en la película: su esposa Nadine (la propia Chokri, sumando al rol de realizadora el de coprotagonista), que acaba de ser madre de una beba con enormes dificultades para conciliar el sueño, también inicia un viaje de autodescubrimiento a partir de los cambios que atraviesa su marido. A ellos se les une una joven babysitter que terminará adoptando un papel de suma importancia en la trama, basada en la obra teatral homónima escrita por otra quebequense como Chokri, la dramaturga Catherine Léger.
Babysitter (ver crítica aparte), que viene de presentarse en el Festival de Sundance y desembarcó en MUBI, cruza la sátira social (de costumbres, de ideologías, de intimidades) con la parodia de géneros populares, desde la comedia erótica al cine de terror, utilizando estrategias visuales y sonoras muy caras al cine de los años 70. La obra en la cual se basa, sin embargo, es muy distinta, según aclara Chokri, que dirigió la película a partir de la adaptación que la propia Léger hizo de su pieza original. “No me gusta decir que la obra es ‘realista’, porque eso puede interpretarse de muchas maneras, pero diría que la propuesta es bastante sobria. Así que el gran desafío era transformar la pieza en una creación cinematográfica, y no simplemente trasladar el texto a la pantalla”. En comunicación con Página/12 desde su hogar en Canadá, la directora y actriz –que ha actuado a las órdenes de cineastas como Xavier Dolan y Denys Arcand en su país natal, y para Claire Simon en Francia, entre otros– responde a las preguntas sentada delante de un par de posters cinematográficos: el de la célebre Memorias del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea, y el afiche cubano de Besos robados, de François Truffaut (conexión impensada con el disparador de su largometraje). Cinéfila, aclara que consiguió hacerse de ambas reproducciones durante un viaje a la isla algún tiempo atrás.
“En la obra hay personajes que directamente no aparecen en escena, como los colegas de Cédric”, continúa Chokri, “básicamente porque el único lugar en el cual transcurre la historia es la casa del matrimonio. Por supuesto, se habla de lo que ocurre afuera, pero el espectador nunca lo ve. Como guionista, fue responsabilidad de Catherine Léger adaptar la historia de un medio al otro, aunque luego yo aporté ideas de puesta en escena. Catherine siempre dice que terminé psicoanalizándola a ella. Los elementos de horror y erotismo del film no estaban en el guion, aparecieron en la puesta en escena. Traté de llevar todo un poco más allá, ingresando en un terreno no necesariamente surrealista sino psicoanalítico, como si la protagonista estuviera en un estado de hipnosis. Un estado que la lleva a ver sus propios miedos y deseos, que generalmente están profundamente escondidos. Todo eso, creo, hace que la película sea muy diferente a la obra original”.
-Además de filmar en formato analógico, utilizás técnicas y procedimientos de imagen y montaje que remiten sin escalas al cine de los años 70. Por ejemplo, el uso de lentes difusores en ciertas escenas. ¿Cuándo y por qué decidiste que esa era la estética ideal para tu película?
-Me interesaba investigar diferentes géneros: la comedia, el film erótico, el terror. En general, en el softcore de los años 70 la imagen de la mujer suele estar inclinada hacia el lado más exploitation del espectro, así que pensé que sería interesante utilizar ese vocabulario visual y, de alguna forma, darlo vuelta por completo, utilizarlo para construir una comedia feminista. También pensé en todas las cosas de las mujeres que suelen horrorizar a los hombres. Finalmente, está el cine de terror que más me gusta, en particular los giallos, que también fueron una referencia visual para Babysitter. El tema de la película está vinculado a una relación que podríamos llamar heteronormativa, y en ese sentido hay muchas cosas ligadas al concepto del poder. Cuanto más trabajaba en la película, más pensaba en que la revolución feminista en términos laborales y sociales no termina de tener un reflejo tan profundo en la intimidad. Me parecía interesante utilizar la estética de los 70 como una manera de mostrar que nada ha cambiado demasiado en ese terreno.
-El cine y las series contemporáneas suelen adherir a la agenda feminista de manera solemne, casi programática y, por supuesto, con el manual de la corrección política en la mano. Pero Babysitter es todo lo contrario; de hecho, se ríe de muchas de esas cosas, sin dejar de ser feminista en esencia.
-Cuando vi la obra de teatro me llegó mucho, en parte porque me pareció muy graciosa. Esa fue la razón principal que me llevó a pensar en una adaptación: como espectadora, me había dado mucho placer. Supongo que Babysitter es una película que hace muchas preguntas pero no ofrece ninguna respuesta. Soy un poco alérgica al dogmatismo, no fui criada de esa manera. Hay que escuchar las opiniones y puntos de vista de otra gente e intentar acercarse a esas ideas para entablar un diálogo. En la obra de Catherine no hay maniqueísmo, no hay buenos ni malos en un sentido estricto. Así suele ser en la vida real. Mucha gente, al terminar la proyección, queda un poco confundida, y quiere iniciar una conversación con otra gente que vio la película. Creo que esa es la mejor manera de “deconstruirnos” y no tomarlo todo desde un anclaje moral. Vivimos en una era en la cual la gente quiere respuestas claras y directas. Tal vez por eso la tentación del autoritarismo: no queremos pensar, queremos que otra gente nos dé respuestas. Es lo opuesto de lo que hace la protagonista, y creo que allí radica la posibilidad de una verdadera revolución en nuestra manera de pensar. ¿Cómo podemos dialogar con otras personas si cada uno está totalmente convencido de lo que cree?
-¿Cómo fue la recepción de la película?
-Por desgracia el estreno en Sundance fue virtual, pero creo que a algunos espectadores les resulta un poco difícil de aceptar. Lo que veo es cierta polarización en las reacciones. Es algo que se ve en las reseñas. Algunos críticos odiaron Babysitter, les parece horrible. IndiWire, en cambio, publicó que era lo mejor que habían visto en años. ¿Quién tiene razón? Supongo que eso es bueno, incluso las reacciones negativas.
-¿En algún momento consideraste que el rol de Nadine podía ser interpretado por otra actriz?
-Es que en realidad no era esa la idea. En mi película anterior no actué. Lo que ocurrió fue que Catherine me sugirió que yo misma interpretara a Nadine. Finalmente, lo hice por dos razones. La primera es que no escribí el guion; de haberlo hecho, me hubiera dado un poco de vergüenza decir mis propias palabras. Soy un poco tímida en ese sentido. Y la segunda es que lo sentí como un desafío, eso de intentar dirigir y actuar al mismo tiempo. Me daba curiosidad la experiencia. Fue algo extenuante, debo decir, pero el resto del reparto fue tan bueno y había tanta confianza mutua que todo fue positivo.
-La banda de sonido de Babysitter es muy buena y evocativa. ¿Quién la compuso?
-Emile Sornin, que es un excelente músico. Él tiene una banda llamada Forever Pavot, a la que sigo desde hace varios años. Hace unos siete u ocho años actué en un film junto al baterista de la banda, y ya en ese momento pensé en qué bueno sería que compusieran para algún proyecto futuro. Emile compuso toda la música y con ella también inspiró la estética del film. Antes de eso hablamos mucho de Los labios rojos, la película de Harry Kümel, y su música, escrita por François de Roubaix, que es una de mis bandas de sonido favoritas. La música es un elemento muy importante en Babysitter.
-¿Es difícil formar parte de la industria de cine de Quebec?
-Es una industria muy pequeña, y realmente hablamos de dos culturas muy distintas cuando mencionamos la región de habla francesa y la de habla inglesa de Canadá. Son industrias separadas, con sus propios star systems. Lo más difícil es que, si sos un apasionado del cine como yo, en Quebec es muy difícil vivir solamente de esto. Si lográs tener un rol grande e interesante por año ya es mucho. Por eso los actores hacen mucha televisión, es la única manera de tener trabajo permanentemente. Ahora las cosas cambiaron en Francia, pero hasta hace un tiempo el cine y la tevé eran dos mundos separados. Cuando comencé a actuar hace veinte años, la gente de cine en Francia no se mezclaba con la de la televisión. Era incluso algo un poco esnob. En Quebec todo el mundo hace las dos cosas, y también teatro y publicidad. Como me gusta mucho el cine, desde temprano hice cosas no sólo en Canadá sino también en Francia. Mi pasión es el cine, así que espero que las películas sigan existiendo dentro de diez años.