El doctor Esteban Actis y el licenciado Nicolás Creus --ambos en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional de Rosario-- son autores de La disputa por el poder global: China contra EE.UU. en la crisis de la pandemia (Capital Intelectual, 2020). Su notable libro escapa a cierto clivaje en la manera de abordar la sinología donde --con matices-- suele haber chinófilos y chinófobos. La premisa de los autores fue “no anclarse en un pensamiento guiado por el deseo, donde se busque forzar la evidencia en pos de aumentar el sesgo de confirmación”. Y escapan así, tanto al anticomunismo básico como a “cierta romantización de China” por parte de estudiosos que “se enamoran de su objeto de estudio y no tienen una mirada crítica, separada de las lecturas oficiales”.
--Taiwán se separó de China en 1949 cuando el general Chiang Kai-shek derrotado por Mao, se refugió en la isla. China habla de “tendencia histórica a que Taiwán regrese a China”. ¿Cuál es el plan de acción chino a largo plazo?
Nicolás Creus: --Si uno mira en perspectiva histórica, China nunca ha sido impaciente a la hora de resolver sus grandes temas, el caso de Hong Kong es un ejemplo: esperan a que la fruta caiga madura. La escalada militar rodeando a Taiwán hay que entenderla en un contexto signado por la disputa del liderazgo global, lo cual exige a China, por momentos, salirse de esa paciencia para marcar límites y sentar posición.
--Esa forma cautelosa y persistente en el actuar, empujando el potencial de situación según la circunstancia, coincide con el clásico El Arte de la Guerra, de Sun Tzun. Y del lado taiwanés, lo mismo. El último episodio de ejercicios militares amenazantes fue en 1996 pero sin la magnitud actual.
Esteban Actis: --En ese año, EE.UU. tenía un poder militar dieciséis veces mayor a China. Hoy eso se reduce a tres. Que China “muestre los dientes” en este contexto es muy distinto. Ya es la segunda potencia mundial y tiene que mostrarse asertiva ante lo que considera una amenaza a sus intereses vitales. Hace 25 años no había una potencia establecida como EE.UU. interpelada por otra ascendente como China.
--¿Cómo sería ese hipotético regreso de Taiwán a China? ¿China está diciendo “tarde o temprano invadiremos”?
E.A.: --Una solución pacífica a esta controversia está muy lejos. No hay ninguna posibilidad, ni en las elites políticas de Taiwán ni su sociedad civil, de que eso sea aceptado. La única forma hoy es con algún tipo de uso de la fuerza.
--La comparación con la guerra en Ucrania es inevitable: ¿qué haría EE.UU en Taiwán ante una invasión?
E.A.: --Biden había dejado claro que no iba a intervenir en Ucrania de manera directa. En relación a Taiwán dijo “tenemos el compromiso de defender a Taiwán”, dando a entender que sería un actor beligerante. Sus intereses geopolíticos están en el Indopacífico y no en Europa oriental. De suceder esto, estaríamos, no sé si ante una guerra mundial, pero sí un choque directo entre dos superpotencias con implicancias geopolíticas, económicas y sociales mucho mayores a la guerra en Ucrania.
--¿No los frenaría la doctrina militar Destrucción Mutua Asegurada que acaso los frenó de ir a la guerra con Rusia?
N.C.: --Lo que se ve en Ucrania es que puede haber una guerra de baja intensidad con impactos fuertes a nivel global. La disuasión nuclear existe, pero las guerras pueden ser hibridas y prolongadas, donde la estrategia de lastimar al adversario puede ser de largo aliento. Pero el MAD no pasa solo por lo nuclear sino también por lo económico y financiero. La interdependencia entre las superpotencias es grande. El estrecho de Taiwán es una de las principales rutas navegables del comercio internacional y la isla mantiene una centralidad estratégica en las cadenas globales de valor (es el mayor productor de microchips).
--Esta vez las maniobras militares chinas implicaron el lanzamiento de cohetes con carga. No se puede desestimar la posibilidad de un error desencadenante.
N.C.: --Lo militar es lo latente en la disputa EE.UU-China: no se lo puede subestimar. En este tipo de escaramuzas, un país muestra los dientes cuando se siente amenazado y percibe que está perdiendo terreno. Son test de fuerza y es acá donde aparece el peligro del error de cálculo: es ese no saber “hasta dónde puedo presionar a la contraparte sin dejarla entrampada en un lugar donde ya no haya marcha atrás”.
--El teatro de operaciones de esa hipotética guerra con EE.UU. se trasladaría quizá a las costas chinas. Cuesta creer que todo fuese a concentrarse en un archipiélago como fue en Islas Malvinas.
N.C.: --Yo soy más aburrido en esto: lo creo un escenario muy poco probable. Tanto EE.UU. y China son imprescindibles para el funcionamiento del orden internacional. China tiene una centralidad absoluta en las cadenas globales de valor y EE.UU. la tiene en el sistema financiero. La función del dólar como moneda internacional es un status del cual el yuan está muy lejos. Ni a uno ni al otro le conviene un conflicto que genere tamaña disrupción.
--Claro que lo inesperado sucede más seguido de lo que se espera.
N.C.: --Sí. Mi planteo tiene una salvedad: suelo hacer análisis desde el rational choice occidental y a veces me equivoco por eso. Ya nos ha pasado cuando no entendíamos al gobierno chino frenando el avance de sus empresas tecnológicas en 2021 imponiendo un mayor control estatal sobre el big data a Tencent y Alibaba, y presionando a Didi afectando su cotización en la bolsa de Nueva York. Allá los decisores ponderan variables distintas a nuestra razón instrumental. El costo económico de una decisión puede no gravitar del mismo modo. Nosotros no entendemos ese freno al crecimiento, pero un sinólogo podría ver que el PCCH tiene un plan de larga data conceptualizado como “commonprosperity”, implicando que el beneficio debe ser para todos --a la manera confuciana-- y no solo para el individuo. No les ha preocupado desincentivar la inversión en un sector estratégico: priorizaron otros objetivos. El gobierno tiene una hoja de ruta definida y se mueve dentro de ella. Se trata de un capitalismo distinto. Para muchos no es capitalismo, sino socialismo con características chinas, algo con lo que nos cuesta comulgar.
--La polisemia de las palabras permite variar su combinación, más aún en un contexto chino. Quizá “capitalismo con características chinas” se ajuste mejor, pero desde nuestra perspectiva. Allá las elites económicas no condicionan al gobierno, sino al revés. Y ascienden como individuos, no como clase social. Esto permite una planificación del capitalismo, algo que Occidente nopuede.
E.A.: --Exactamente. Ese es el planteo de Branko Milanovik: existen dos tipos capitalismo: uno orientado por el mercado y otro por el estado. En ambos hay iniciativa privada y participación estatal, pero la proporción es lo que cambia. En el capitalismo chino hay dos características muy marcadas: rápida acumulación de capital y crecimiento de la desigualdad.
--Cuando pase el temblor en Taiwán, habrá réplicas, pero lo esperable es un mantenimiento del status quo: China seguirá reclamando y aplicará sanciones comerciales leves, Taiwán continuará declarándose país democrático que no quiere perder su libertad y EE.UU. mantendrá su compromiso de reconocer “una sola China”. Y la isla permanecerá en un limbo legal ante la ONU --como Palestina--, al tiempo que, en los hechos, existe como un país donde el gobierno chino no entra.
E.A: --A corto, mediano y largo plazo, China va a mantener, de mínima, el status quo y no permitirá que Taiwán sea base de operaciones de EE.UU., país que no puede permitirse que Taiwán pase a China. Los norteamericanos tienen una red importante de bases militares en la región: Japón, Corea del Sur y Australia, más su sistema de alianzas en el sudeste asiático. Pero hay algo por debajo que EE.UU. parece estar queriendo cambiar. Cuando Trump telefoneó a la presidenta de Taiwán en 2016, fue interpretado por China como una señal de querer cambiar las variables de la ecuación. Hubo dos actas del congreso de EE.UU avanzando en acuerdos con la sociedad civil taiwanesa. Antony Blinken --secretario de Estado-- llamó a apoyar a Taiwán como miembro pleno de la ONU. Y ahora la visita de Pelosi. China observa que EE.UU está cambiando el principio rector de las relaciones entre esos países desde el encuentro Nixon-Mao en 1972 en que se comprometieron a que las relaciones políticas y diplomáticas de Washington serían con Beijing, mientras que con Taipéi solo serían culturales y comerciales.
--Esta crisis trajo consecuencias bilaterales entre las dos potencias.
E.A.: --EE.UU y China venían reconstruyendo su vínculo político con relaciones entre secretarios comerciales y ministros de Defensa, que derivaron en el llamado entre Xi y Biden. Pues esto se derrumbó, llevándose puesto el diálogo por el cambio climático. Si China y EE.UU. --los dos mayores contaminantes-- no pueden avanzar en la reducción del calentamiento global, es imposible que la comunidad internacional llegue a algún avance.
--Ninguna movida ajedrecística es ingenua a ese nivel. ¿Lo subyacente es ir cambiando la política hacia Taiwán y por eso el viaje de Pelosi?
E.A.: --Ignoramos si la mesa geopolítica de EE.UU está unificada. La mesa china es más monolítica. No sabemos si el Partido Demócrata y Pelosi responden a una disidencia respecto de Biden sobre China. La política de los “halcones” norteamericanos hacia China es transversal a los dos partidos de poder. Cuando Biden se despegó de esa visita diciendo que Pelosi fue a título personal, no sabemos si estaban jugando al “policía bueno” y “malo”.
--En los choques de témpanos de la geopolítica siempre es más lo que está oculto sosteniendo la flotabilidad. EE.UU. estaría mandando buques de guerra al estrecho de Taiwán en estos días.
N.C.: --Creo que más que mirar el viaje de Pelosi, se necesita estudiar el cuadro completo de la región Asia-Pacífico. En la política norteamericana de los últimos años, se ve una serie de acuerdos y alianzas con intención de fortalecer ese perímetro que compone la medialuna del sudeste asiático, blindando esa zona tan sensible, contigua a China. No tenemos certeza de la cocina de ese viaje. Pero otros elementos permiten concluir cuál es la dirección de EE.UU en la región, en línea con el carácter estructural que tiene la conflictividad entre EE.UU. y China.
--EE.UU.podía prever la reacción china y sin embargo la visita se hizo.
E.A.: --Claramente. Sabían que la reacción iba a ser muy dura desde la retórica diplomática y con ejercicios militares. Lo que está claro es algo que Blinken dijo públicamente: China es el mayor desafío geopolítico del siglo XXI para EE.UU. Esto lo viene planteando todo el arco político de ese país. Este episodio se puede leer como una jugada calculada para mandar un mensaje, no solo a China sino a la región. Taiwán viene sufriendo sobrevuelos chinos desde hace rato, pero eso ocupa un lugar secundario en la agenda mediática. Y la presencia militar de EE.UU en la región no es novedad.
--¿Desde la perspectiva taiwanesa cuáles son su fuerza y debilidad?
E.A: --¿Taiwán está contento con la visita de Pelosi? En el largo plazo, que EE.UU. los apoye con un mensaje contundente y sea una muralla contra la reunificación, es un buen mensaje. Pero si esto escala a una situación de error de cálculo y lleva al conflicto bélico, eso no es deseable para Taiwán. Me parece que si la idea era darle visibilidad a la problemática del Indopacífico con Taiwán como un actor central, el viaje lo logró: lo han colocado en la agenda internacional.
--China trata de cuidar su imagen internacional: cuesta imaginar un avance al estilo Putin.
N.C.: --Creo que la baja probabilidad de guerra en Taiwán también tiene que ver con el “poder blando”. Si China tiene pretensiones de ser la superpotencia que lidere un nuevo orden internacional --solo o con EE.UU-- necesita una capacidad de atracción por “poder blando” del que emane una legitimidad. Una invasión heriría de muerte esa construcción. Si China aspira a gravitar más a nivel mundial, necesita ampliar su esquema de alianzas y no cerrarlo generando un fuerte rechazo por parte de sus vecinos.
--¿Y de qué le serviría un Taiwán destruido?
--E.A.: --Sí, pero Taiwán no es solo microchips. Con la isla destruida, igual controlarías los estrechos. Y no subestimemos la complejidad de la operación militar: invadir un país con 23 millones de personas no es una pavada. Y en un sentido opuesto, en términos económicos, la invasión a Ucrania iba a ser --y es-- muy perjudicial para Rusia. Pero igual la ejecutaron. Lo que estamos viendo es que la interdependencia económica puede ralentizar un conflicto militar, pero no lo hace desaparecer. Si China o EE.UU. sienten sus intereses vitales afectados --como lo percibió Rusia-- ningún líder va a recalcular un ataque porque haya impactos económicos. Menos aún China: las autocracias tienen menos condicionantes internos para ir a la guerra (los problemas económicos no los eyectarán del poder). Este es otro ejemplo donde el rational choice no funciona para entender ciertas decisiones.
--Daría la impresión de que a EE.UU. se le fue de las manos la buena relación bilateral con China de comienzos del siglo XXI. ¿Le salió un tiro por la culata?
E.A.: --El país que más se benefició con el auge neoliberal ha sido China. Son los ganadores de la globalización: podés mirar la variable económica y social que quieras para comprobarlo. Eso es lo que la administración Trump puso de relieve: la idea de haber sumado a China al capitalismo y al orden internacional fue un error histórico. Crearon la potencia que vino a disputarles el liderazgo. De allí la consigna “Hagamos a América grande otra vez”. La globalización terminó desindustrializando a EE.UU. con fábricas emigrando a China en busca de mano de obra barata. Y Trump cosechó votos entre esos desempleados. China, en cambio, no abrió la ventana a los mercados extranjeros: puso un mosquitero. Protegió su economía y supo surfear las olas disruptivas financieras de la globalización como la crisis de 2008.
--Durante 25 años EE.UU. tuvo un predominio mundial que creyó eterno, considerando a China tan débil, que no vieron un competidor. Quizá la movida de Pelosi sea la asunción por parte de los demócratas de que Trump supo ver algo que ellos no, y ahora busca profundizar el conflicto con China para buscar un cierto desacople entre las economías, volver a producir en territorio norteamericano y frenar el avance chino.
E.A.: --Nuestro libro anticipaba que la conflictividad EE.UU-China iba a continuar con cualquier gobierno. En lo que respecta al 5G, Biden no hizo concesiones. Los liderazgos de ambos países ya tienen claro que no pueden volver al engagement de las dos décadas anteriores.
--Ustedes hablan de interdependencia negativa, lo cual llevará a que no dejen de ser socios.
E.A.: --La interdependencia sigue siendo muy fuerte: tienen comercio mutuo por 600.000 millones de dólares al año, inversiones bilaterales y China sigue poseyendo gran parte de los bonos del tesoro de EE.UU. como ahorro. Mantienen vínculos culturales y académicos. Pero esto ha dejado de ser un círculo virtuoso. Esa percepción negativa de la interdependencia y la idea de desandarla es muy difícil: tiene muchos costos y requiere una cirugía fina entre empresas, individuos, instituciones y organizaciones internacionales. La negatividad es que ambos saben que esa interdependencia, en algún momento, va a tener que eyectarse.
--Son como un matrimonio con grandes problemas no dispuesto a separarse porque tiene hijos y negocios en común que no quieren perder.
N.C.: --Es buena la metáfora. Están en un empate técnico, con demasiados intereses comunes como para poder romper, pero al mismo tiempo tienen una competencia y rivalidad estratégica que hace difícil la concreción de acuerdos estructurales como el del 5G donde la disputa es fuertísima. Esto nos coloca frente al peligro de la Trampa de Kindleberger, un punto de estancamiento que termine generando un vacío de poder o crisis de liderazgo global, afectando la gobernanza internacional. Esto dificultaría mucho la gestión de problemas globales, desde el calentamiento global a una pandemia, algo que quedó claro con el covid-19: los países no pudieron coordinar respuestas rápidas. Y sucedió en Ucrania, invadida por Rusia mientras la comunidad internacional permaneció atónita. Ninguno de los problemas globales puede ser resuelto hoy sin el concurso de las dos superpotencias, cuya centralidad es tan grande que no pueden prescindir una de la otra.