La madrugada del 7 de junio de 1821, el General Martín Miguel de Güemes salió a caballo de la Casa de Tejada, la casa de su infancia, donde creció. Hacía frío, el enemigo acechaba y aunque su hermana Macacha le había rogado que saliera por los fondos, el líder de los gauchos salteños no quería abandonar a su escolta. En la oscuridad, envueltos en la helada, cuatro grupos de cien fusileros rodeaban la casa. El primer disparo rasgó su ropa y el segundo impactó directo en su cuerpo: el General estaba herido de muerte y avanzaba, a caballo, por la falda del cerro San Bernardo. Moriría diez días después entre sus hombres, en la Cañada de la Horqueta. Su mujer, enterada de su viudez, se encerraría en su habitación hasta morir de hambre.
VIEJA CASA, NUEVO MUSEO La puerta por la que el General gaucho salió aquel día ya no existe pero está marcada. La Casa de Tejada, construida a mediados o fines del siglo XVIII, hoy alberga el Museo Güemes, inaugurado en marzo de este año. Es una casona restaurada y reconstruida en parte, adonde la familia se mudó en 1789, cuando el segundo hijo –Martín Miguel– tenía cuatro años. Pertenecía a la Tesorería Real, en la que trabajaba el padre de la familia, tesorero de la intendencia de Salta del Tucumán. Fue declarada monumento nacional en 1971 y adquirida por la provincia en 2010, cuatro años después de la sanción de la ley que declaró a Güemes héroe nacional, un reconocimiento reclamado históricamente por los salteños.
La propuesta del museo, que fue diseñada por el estudio Berra-Desarrollos Creativos, es interesante porque logra suplir con un buen guión y un uso inteligente de los recursos audiovisuales la ausencia de objetos personales del héroe: acá no hay poncho ni cuna ni ropa del niño Güemes. La reliquia es la casa, una de las pocas del período colonial que queda en Salta, restaurada con las técnicas originales, pintada a la cal y con ferrite, y sus diez salas en las que la historia del héroe gaucho se cuenta con distintos recursos: en la primera habitación, lo que a primera vista parecen ser dos retratos de sus padres, el español Gabriel de Güemes Montero y la jujeña María Magdalena de Goyechea y la Corte, resultan ser dos animaciones que cuentan los detalles de la infancia de su hijo: sus días entre la casa de la ciudad y las fincas de El Bordo y El Paraíso, jugando con su perro Carbón y aprendiendo a montar a su yegua Yemita, su formación en el antiguo colegio de los Jesuitas y sus clases particulares el jurista Manuel Antonio Castro.
Muy joven, a los 14 años, Güemes ingresó como cadete al Regimiento Fixo de Infantería, que tenía un batallón en Salta. Con 21 años, en 1806 viajó a Buenos Aires por las Invasiones Inglesas y el 12 de agosto participó de la toma de la fragata Justina, en las costas del Río de la Plata. No volvería a Buenos Aires hasta 1808, meses después de la muerte de su padre. Para narrar esa parte de su vida, el museo utiliza una marioneta realista del joven Güemes, que escribe una carta a su padre alumbrado por la luz de una vela. Puede sonar raro, pero en vivo funciona a la perfección: la sala está a oscuras y entre el sonido de las chicharras, escuchamos el fraseo salteño de ese hombre que le cuenta a su padre enfermo, a quién ya no volverá a ver, cómo están las cosas en Buenos Aires.
GAUCHOS DE GÜEMES En 1815, Güemes creó la División Infernal de Gauchos de Línea, un regimiento de paisanos bien entrenados, armados y uniformados. Una tropa de elite a la que él, en confianza, llamaba “los infernales”, en contraposición a los angélicos, una fuerza realista. Sin apoyo económico de Buenos Aires y siguiendo el plan sanmartiniano, el General salteño se puso al frente de las milicias gauchas con una estrategia de guerra de guerrillas. En el patio de la casa, una decena de esculturas de barro recrea la ferocidad de estos hombres y mujeres. Doscientos años más tarde, todos los gauchos salteños se reconocen herederos de la tradición de Güemes y su guerra gaucha, que protegió al territorio nacional de las invasiones realistas.
La parte más emocionante del recorrido por el museo es la sala 9, donde la recreación en video del cuadro La muerte de Güemes, que el pintor Antonio Alice terminó en 1910, muestra los últimos minutos del caudillo que está a punto de convertirse en héroe. La voz del actor salteño radicado en Hollywood Cástulo Guerra suma al dramatismo de la situación: Güemes, hemofílico y herido de muerte a sus 36 años, agoniza sobre un catre en la Cañada de la Horqueta, cerca de la ciudad de Salta, rodeado de sus hombres más fieles.
Desde el día de su muerte el nombre del gobernador salteño siempre estuvo en el corazón de los salteños. La primera Guardia Bajo las Estrellas fue el 16 de junio de 1956 y desde ese momento todos los años los gauchos y gauchas de la provincia se reúnen para rendirle tributo: durante todo el día van llegando a caballo desde distintos puntos de Salta y del país, vestidos con poncho y sombrero. La ciudad se detiene para recibirlos y a la noche, sobre el pie del cerro San Bernardo, alrededor del Monumento a Güemes, se encienden los fogones que arderán hasta el amanecer. Es una noche de fiesta y también de duelo en la que vale la pena asomarse si uno está de visita en Salta en esas fechas. Al otro día, todo el gauchaje marcha por la avenida Uruguay. Recorrer el museo que funciona en la Casa de los Tejada es un buen primer paso para entender qué significa esta noche para los salteños.
SANGRE GAUCHA Yanina Torres es hija de gauchos y tiene 21 años. En la celebración de este año, estuvo al pie del cerro San Bernardo junto a su padre y sus hermanos. No iba vestida de paisana, sino de mujer gaucha: con falda, chaqueta y sombrero. “Para nuestro sentir gaucho, el General es lo máximo: representa a Salta, su cultura, su tradición, su gente”, explicó parada al lado de un fogón, envuelta en un poncho salteño que perteneció a su abuelo. Había llegado esa misma tarde desde su pueblo, Chicoana, ubicado 47 kilómetros al sur de la capital de Salta, con su escuadrón Coronel Luis Burela.
Como joven mujer gaucha, Yanina representa el modo en que los tradicionales valores gauchos se han ido amoldando a la sociedad del siglo XXI. “Hoy en día se nos critica porque se ve extraño ver a un gaucho con un celular. Eso ha repercutido en redes sociales, en fotos, en comentarios ofensivos. Pero el gaucho no va a dejar de ser gaucho por usar un dispositivo tecnológico”, explica. “Lo que ha pasado es que el gaucho ha tenido que integrarse a la sociedad moderna, no puede quedarse oculto en el campo haciendo sus deberes. La tecnología nos ha permitido ampliar nuestra cultura a otros países, para que se conozca y se valore. Es difícil para nosotros que se diga que en el siglo XXI el gaucho que vos ves está disfrazado. Fue un cambio importante en el que tuvimos que adecuarnos a la nueva sociedad y usar algo tecnológico no nos hace menos gauchos”.
Su presencia como mujer gaucha también es cuestionada. Yanina contó que todavía hoy hay quienes dicen que la mujer no puede estar a la altura del hombre: “Ya sea la paisana o la mujer gaucha, en el campo estamos a la par del hombre, podemos realizar las mismas tareas. Aunque no sea bien visto, podemos ser iguales”. A quienes la cuestionan habría que recordarles la historia de María Magdalena Dámasa Güemes de Tejada, Macacha, que fue parte del ejército gaucho de su hermano y estuvo con él hasta el final.