A las 5 de la mañana del 22 de agosto de 1972, el empleado a cargo de los servicios de télex de la revista Panorama llamó de urgencia al director de la publicación, que hasta pocas horas antes había editado las notas de aquella edición. La cablera había lanzado este texto: “Durante un fallido intento de fuga, quince delincuentes subvers ANULAR ANULA ANULAR”. Finalmente, a las seis y media de la mañana, el télex informó que se había producido un tiroteo (que no era tal) en la base Almirante Zar de Trelew. Allí estaban los 19 integrantes de las organizaciones armadas que no habían podido huir en avión a Chile, tras la espectacular fuga del penal de Rawson, el 15 de agosto. Hubo 16 muertos. Tres sobrevivientes desmontarían el relato oficial.
El director de Panorama, Tomás Eloy Martínez, dudó. La revista debía salir a imprenta esa misma mañana y el número estaba dedicado a los pormenores de la fuga, que ponía en vilo las relaciones entre el gobierno de facto de Alejandro Agustín Lanusse y el Chile de Salvador Allende, quien cobijó a seis líderes guerrilleros: Mario Roberto Santucho, Domingo Menna, Enrique Gorriarán Merlo (los tres del PRT-ERP), Marcos Osatinsky, Roberto Quieto (ambos de las FAR) y Fernando Vaca Narvaja (Montoneros).
Sin mucho tiempo para profundizar en lo que había pasado, Martínez escribió un texto de urgencia para aquel número de Panorama, en el que reflexionó sobre uno de los hechos más estremecedores del siglo XX en la Argentina, la Masacre de Trelew. “Un Estado que tiene fe en la eficacia de la justicia no puede responder al terror con el terror. Cuando un Estado elige el lenguaje del terror, destruye todo lo que le da fundamento –instituciones, valores, proyectos de futuro- e impregna de incertidumbre la vida de los ciudadanos. La sangre de los prisioneros de Trelew podría cerrar el camino hacia la democracia que el gobierno ha prometido”. El entonces futuro autor de Santa Evita vislumbró el Estado terrorista en un texto en el que cuestionó la versión oficial.
La investigación se convierte en libro
De hecho, uno de los protagonistas de los años por venir entró en escena ante la molestia que el texto de Martínez causó en la Armada. El entonces capitán de navío Emilio Eduardo Massera fue el encargado de llamar a la editorial Abril para que echaran a Martínez. Desocupado, el periodista decidió investigar lo sucedido. Así nació La pasión según Trelew, un libro que, además, daría cuenta de un episodio lateral: la pueblada que siguió en la ciudad chubutense a la detención de una veintena de personas por cuestionar el relato oficial.
En rigor, Martínez tuvo en sus manos un material con el que, fácilmente, podría haber caído en un revival de Operación Masacre de Rodolfo Walsh. El mérito de La pasión según Trelew es que se trata de un libro con un origen similar (fusilamientos clandestinos a manos de Fuerzas Armadas que gobiernan de facto; sobrevivientes que refutan la versión oficial), con herramientas similares (lo que ya se daba en llamar “Nuevo Periodismo”), pero con una voz propia que evita la imitación.
El libro fue prohibido en noviembre de 1973 por un decreto municipal, tres meses después de su aparición, y con cinco ediciones agotadas. En abril de 1976 fue uno de los tantos títulos que ardieron en la quema de libros que organizó el Córdoba el general Luciano Benjamín Menéndez.
Pasado, presente y futuro de la Armada se cifraron el 22 de agosto de 1972: el responsable de la base de Trelew era el contraalmirante Horacio Mayorga, veterano del bombardeo de Plaza de Mayo; Massera se dedicaba a hacer echar a Martínez antes de convertir a la ESMA en un campo de concentración; y sobre el final de la dictadura, en 1983, Mayorga hizo una particular reflexión al decir que la dictadura debería haber fusilado en la cancha de River, a la luz del día y cobrando entrada, reduciendo el terrorismo de Estado (preanunciado en la base a su mando) a una simple cuestión de procedimiento.
Tres fusilados que viven
La Armada era, en 1972, el arma más antiperonista y la masacre servía para complicar los planes de Lanusse, enfrascado en su ajedrez con Juan Domingo Perón. Incluso, a las pocas horas del 22 de agosto, venció la cláusula por la cual Perón, al no regresar al país, quedaba fuera de los comicios de marzo de 1973. Resulta sugestivo el comportamiento del líder justicialista, la sutil manera en que se solidarizó con los masacrados. Su delegado, Héctor Cámpora, ofreció la sede del Partido Justicialista para velar a los masacrados. Mientras llegaban los féretros, también lo hacían las coronas de flores. Perón encargó una corona a su nombre. Siempre que fallecía algún dirigente del peronismo, la corona encargada desde Madrid decía “Teniente General Juan Domingo Perón”. La corona del velatorio daba cuenta de que Perón comprendía muy bien los ánimos hacia los militares, en un momento en que la propia bohemia porteña, al decir de Jorge Schussheim, asumía que con Trelew se había acabado la alegría de los 60 y se entraba en un ciclo siniestro: “Juan Perón”, a secas.
El horror de Trelew quedó plasmado en los testimonios de María Antonia Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo René Haidar, víctimas a su vez de la dictadura del 76. Sus voces fueron recogidas por Francisco Urondo en la cárcel de Devoto, la víspera de la amnistía de mayo de 1973. Con ese material tomó cuerpo La patria fusilada, uno de los tres libros dedicados a la masacre que vieron la luz con la apertura democrática de Cámpora. Los otros dos fueron Libro de Trelew de Humberto Costantini y La pasión según Trelew. El de Tomás Eloy Martínez no solamente rastreó en la fuga de Rawson y en el asesinato masivo en la Base Almirante Zar (reprodujo las declaraciones judiciales de los sobrevivientes, previas a la entrevista de Urondo), sino que además le dio visibilidad a la pueblada de octubre de 1972, derivada del arresto de 19 personas, que fueron llevadas a la cárcel de Devoto. El número ofrecía un significado macabro: era un detenido por cada uno de los 19 masacrados del 22 de agosto.
Una ciudad convulsionada
Los arrestos se produjeron en Trelew y también en Rawson y Comodoro Rivadavia. Dos detenidos serían víctimas del terror de la siguiente dictadura. Eran Mario Abel Amaya, dirigente radical, y Elvio Bel, del Partido Comunista. Amaya había mediado el 15 de agosto como abogado de presos políticos en la fuga de Rawson y fue arrestado el 19 de agosto, 72 horas antes de la masacre. Lo liberaron recién a fin de ese año. En 1976 fue secuestrado, sufrió salvajes torturas y, tras blanquearse su detención, murió por los tormentos recibidos. A Bel, detenido junto a otras 18 personas a partir del 11 de octubre de 1972, lo desaparecieron en 1977.
El grueso de los detenidos de octubre tenía militancia en distintas fuerzas, como el radical Beltrán Mulhall, que llegaría a juez federal de Rawson y dictaría la prisión de connotados represores, como Acdel Vilas y Carlos Barbot, este último responsable de la desaparición de Bel.
La reacción popular que siguió a los arrestos sucedió como consecuencia de un clima que se describe así en La pasión según Trelew: “Nadie sabe cuándo ni por qué apareció en Trelew, después de la matanza, un sentimiento inexplicable de culpa. La gente sentía en sus cuerpos la incomodidad de la culpa, y no sabía dónde ponerla”. Apenas una minoría politizada reclamaba justicia por un hecho que había ensangrentado a la ciudad.
Los allanamientos fueron realizados por la policía, el Ejército y la Gendarmería. Entraron a más de 100 casas y, en el colmo del cinismo, después de haber masacrado a los presos y presentado la matanza como un intento de fuga, los militares se encargaron de difundir la noticia de los arrestos en un comunicado. La ciudad comenzó a vivir en estado de ebullición.
Además de Bel y Mulhall, y sumados a Amaya (preso desde agosto), fueron detenidos Elisa Martínez de Franzetti, Horacio Mallo (peronistas, ambos integrantes de la comisión de solidaridad con los presos políticos), la profesora Encarnación Díaz (esposa de Mulhall), Manfredo Lendzian (ex miembro de la JP e hijo de un tripulante del Graf Spee), Orlando Echeverría, Gustavo Peralta (dirigentes del Sindicato de Obreros y Empleados de la Administración Pública), el escribano Manuel del Villar (radical), Horacio Correa (del Sindicato Vial del Chubut), el psicólogo socialista Sergio Maida, Isidoro Pichilef (de la comisión de solidaridad, sin filiación política), el periodista Luis Montalto (del diario El Chubut), su esposa Celia Negrín (peronista), el tornero chileno Sergio Soto (peronista), el almacenero Alberto Barceló (sin militancia), y tres personas que fueron liberadas a las pocas horas: Carlos Maestro, Silvio Grattoni y Silvia García de Echeverría. Todos los demás recuperarían la libertad entre el 16 y el 27 de octubre, salvo Amaya, que recién volvió a su hogar la víspera de Navidad. Maestro, de la UCR, sería gobernador de Chubut entre 1991 y 1999. Otro radical movilizado en esas horas y que evitó la cárcel fue Santiago “Chiche” López, que en 1984, como diputado nacional, integraría la Conadep.
"¡Que rajen los marinos, cobardes y asesinos!"
Cerca del mediodía del 11 de octubre, y por radio, se realizó la convocatoria a la población para reunirse en el local del Movimiento de Integración y Desarrollo. “Los liberales, que habían sido tibios al pronunciarse sobre los fusilamientos del 22 de agosto, los Pilatos de la derecha y los revolucionarios de la izquierda estaban ahora sentados en torno de una misma mesa, en el cuarto de reuniones del MID, para considerar el atropello contra su propia gente”, se lee en La pasión según Trelew. Un sector no dijo presente y después trató de disimular bajo el argumento de que primero debería deliberar, aunque compartía el reclamo de fondo contra los arrestos: la CGT.
Aun sin el apoyo de la filial Trelew de la central obrera, los convocados enviaron un telegrama a Lanusse, en el que exigían la libertad de los detenidos, y que no fue respondido. Mientras, la protesta ganaba las calles de Trelew. Una multitud se agolpó en el Teatro Español, donde se declaró la asamblea permanente hasta la libertad de los detenidos y arreciaron los cánticos contra la CGT y su referente local, Gilberto Hugues. A trece horas de los allanamientos, la central seguía sin pronunciarse. “CGT, CGT / la traición se te ve”, fue el cántico que atronó. También sonaron otras consignas: “Milicos, milicos, / por qué nos piden votos / y nos mandan a Devoto”; y “¡Abajo los marinos! / ¡Que rajen los marinos, / cobardes y asesinos!”
El 12 de octubre, unas dos mil personas ganaron la calle, en una marcha de la que se abstuvo la CGT, si bien al día siguiente las propias bases reaccionaron y hubo un paro espontáneo en repudio a las detenciones. Por la tarde, el Teatro Español rebalsaba de gente, con unas 4 mil personas en su interior y en la entrada. El gobernador militar, Jorge Costa, se ufanó de que su administración permitiera las manifestaciones en Trelew.
Recién el lunes 16 de octubre empezó a haber calma con la noticia de las primeras liberaciones. La ciudad se había autogobernado desde el 11, en una especie de versión patagónica de la Comuna de París, al margen de las autoridades.
En la reedición de 1997 de su libro, pasados ya los años oscuros de la dictadura y de la quema de ejemplares de La pasión según Trelew, y cuando todavía faltaba para condenar a los responsables de la masacre de 1972, Tomás Eloy Martínez escribió: “En 1987 regresé a Trelew para reencontrarme con los protagonistas del alzamiento popular en el viejo Teatro Español, donde habíamos cantado todos juntos en días más aciagos. Cientos de personas llegaron desde los cuatro rincones de la costa patagónica para estar allí y compartir una fiesta con tortas galesas y flores del campo. Aún me queda el recuerdo del amanecer en un bar, cuando evocamos los años perdidos. La historia nos había marcado con su cicatriz, pero por nada del mundo queríamos que esa cicatriz se nos borrara”.