En 1994, Raúl "Pájaro" Gómez recibió el Gran Premio de Escultura del Salón Nacional de Artes Plásticas. Para esa fecha ya era un creador reconocido, aunque su trayectoria en el país no era extensa. En efecto, hacía solo siete años que había regresado a la Argentina, luego de un prolongado exilio durante el que trabajó principalmente como escenógrafo en Francia. Algunas crónicas de los noventa daban cuenta del mérito de un artista que, con poca historia en el circuito cultural de nuestro suelo, se alzaba con los principales galardones en los más prestigiosos certámenes locales. Cuatro años más tarde, el Primer Premio de la Bienal Internacional de Escultura de Resistencia reafirmaba su consagración como escultor. Pero, ¿qué nombraba la "escultura" en esos años? ¿Qué tipo de práctica escultórica llevaba adelante -y continúa desarrollando hoy- este artista singular?
Si nos guiáramos por los premios recibidos, tendríamos que concluir que su trabajo no generaba mayores controversias. Más bien, todo lo contrario. Sin embargo, en el agudo texto que acompañó la exposición individual de Pájaro Gómez en la Fundación Banco Patricios, Nelly Perazzo citaba el famoso ensayo de Rosalind Krauss, La escultura en el campo expandido (1978), para postular que la producción de este artista debía ser evaluada en un sentido escultórico amplio. […]
Gómez elaboró esculturas tanto para espacios públicos como para galerías de arte, por encargo o por voluntad personal, con objetivos, sistemas de producción y escalas diferentes; sería impropio analizar unas y otras desde las mismas perspectivas críticas. No obstante, hay en todas ellas una exploración visual, estética y conceptual que las hermana, y un pensamiento subyacente que no solo atañe a la práctica escultórica, sino que involucra, además, una reflexión sobre la sociedad y la cultura de nuestro tiempo. Finalmente, para que este ensayo haga justicia a toda la magnitud de su labor creadora, no podríamos omitir su incursión en el terreno escénico, su habilidad para la configuración de espacios dramáticos, y los frutos de su trabajo en diálogo con coreógrafos, dramaturgos, cineastas y teatristas.
Tras cursar sus estudios en la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano, y por recomendación de su profesor Antonio Pujía, Raúl Gómez decidió viajar a París para continuar su formación, sin siquiera conocer el idioma. La suerte y el clima cultural de aquellos años, vibrante y cosmopolita, le posibilitó encontrar rápidamente un trabajo en la Comédie Française, un honor acaso inesperado, que le permitiría enriquecer su universo artístico por medio de la interacción con destacados directores teatrales, actores, vestuaristas y escenógrafos. Ese trabajo iba a proveerle, además, de herramientas clave para el manejo del espacio, la construcción de estructuras monumentales, el cálculo de resistencia y durabilidad de sus producciones, la resolución de problemas técnicos y la superación de la escala humana.
Estas habilidades serían centrales a la hora de emprender sus proyectos escultóricos. En 1975, Gómez recibió una invitación para participar de un simposio de escultura monumental en Hungría. Allí, erigió una colosal pieza en madera de roble, “Personaje en fuga”, que llamaba la atención por la complejidad de sus formas y la solidez de su construcción. Su audaz diseño estaba compuesto por partes ensambladas, con una base de estabilidad y secciones que se desplegaban hacia afuera, estableciendo una conexión visual con el paisaje circundante. Conexión que se potenciaba debido a la presencia de rendijas y huecos que generaban superficies semitransparentes, a través de las cuales se percibía la naturaleza de los alrededores. Más que como un objeto escultórico, esta obra actuaba como una suerte de indicación espacial o -para utilizar la terminología de Rosalind Krauss, como un "lugar señalado": una producción que articulaba paisaje y no-paisaje.
Al año siguiente, el artista volvió a participar de un evento similar. Entonces presentó una pieza realizada en mármol, hierro y hormigón, “Plumas de cristal” (1976), con menor base de sustentación y un volumen en elevación mucho más pronunciado. Este volumen estaba compuesto, más bien, por un conglomerado de superficies recortadas, redondeadas y encastradas de forma tan precisa, que no transmitían ninguna sensación de inestabilidad, sino, más bien, de liviandad y dinamismo. […]
En relación con estas obras, Pájaro Gómez recuerda: "Mi trabajo en ambos simposios causó sorpresa por la forma de abordar la escultura, que no era a través de la talla, sino que se construía con elementos manufacturados: tirantes y tablas de madera para la escultura; planchas de mármol con un alma de hormigón armado y hierro que permitía ensamblar las diferentes partes, en el caso de la segunda pieza. Su tiempo de ejecución fue mucho más reducido que si se hubiera realizado por talla, así como, también, las dimensiones eran mucho más importantes, porque se expandían en el espacio. Mi bagaje en la realización escenográfica y el abordaje del ámbito escénico tuvo una gran influencia en la concepción y el desarrollo de estas obras”.
Vistas en perspectiva, estas piezas anticipaban algunas características de su trabajo posterior, principalmente en lo que se refiere a los materiales ensamblados, el diseño, las articulaciones. Pero todavía se mantenían en la tipología de una escultura que podría denominarse totémica, erguida y contundente, potente y misteriosa a la vez, que se plantaba con autoridad en medio del paisaje.
Su emplazamiento enfatizaba este sentido de producto sígnico, de construcción antropológica ambigua, a pesar de su vocación de integración. Sin embargo, la acción de la intemperie vino a cuestionar esa marca de autoridad: con el tiempo, las dos construcciones se fueron consumiendo, revelando el carácter eventual, propio de la obra artística contemporánea.[…]
El trabajo de Raúl Gómez nos permite ampliar el campo escultórico sin necesidad de abandonarlo. Desde sus primeros trabajos, hay una búsqueda formal que lo empuja al interior de ese campo, aunque sus métodos no encuadren estrictamente en él, o, por lo menos, en la versión canónica a la que ese campo nos tiene acostumbrados.
El reemplazo de la talla por el diseño, por la planificación, por la utilización de materiales manufacturados, construcciones, articulaciones conceptuales, hizo que sus obras portaran la extrañeza de ser objetos escultóricos sin un anclaje firme en la tradición; pero no porque Gómez hubiera incursionado en algo inédito, sino porque esa misma tradición es -y ha sido siempre- refractaria a las innovaciones que desde las vanguardias han transformado la potencialidad y el carácter del objeto escultórico.
Es en este sentido que Raúl "Pájaro" Gómez se abre un camino en la escultura, precisamente, interrogándola. Lo hace de una manera constante, consistente, apasionada, como es inherente al artista que busca dejar su huella en el prolífico universo de la creación. Y aunque los premios parecieran refrendarlo, es en cada una de sus obras donde Pájaro Gómez pone a prueba su más auténtica fibra de escultor.
* Profesor universitario y curador independiente. Fragmento editado del ensayo incluido en el libro Pájaro Gómez (208 páginas, edición del autor), que cuenta también con una presentación de Luis Felipe Noé.