Basado en la novela de Reynaldo Sietecase, a su vez, inspirada en un hecho criminal ocurrido en 1980, Un crimen argentino, de Lucas Combina, es un thriller que narra la intrigante desaparición de un acaudalado empresario en la ciudad de Rosario, en el marco de la dictadura cívico-militar. La investigación es liderada por dos jóvenes secretarios de un juzgado de instrucción, pocas semanas antes que uno de ellos emigre a España. En una carrera contra el tiempo, ambos juristas intentarán resolver el caso enfrentando las interferencias de una policía subordinada al poder represor. El elenco está encabezado por Nicolás Francella, Matías Mayer, Malena Sánchez, con Luis Luque, Alberto Ajaka, Rita Cortese, César Bordón, y la participación especial de Darío Grandinetti, cuyo personaje, un abogado muy particular, clave en la historia, será el nudo de la madeja a desatar. El film se estrenará el próximo jueves 25 de agosto y luego de su paso por las salas de cines estará disponible en HBO Max.
Grandinetti es rosarino y conocía la historia. “La recordaba, no con tanto detalle, pero recordaba bien el hecho en sí. No sabía tanto del personaje y me resultó tan atractivo... Es muy atractivo para un actor un personaje así, indescifrable. Es de estos tipos que no sabés...”, señala. También le gustó de la película que “queda claro en qué marco ocurre todo esto, en qué momento de la Argentina sucede, porque si esto hubiera ocurrido en democracia habría sido una cosa, pero sucedió en paralelo con otros parecidos a éste por motivos tremendos. Y, entonces, enmarca la cosa de otra manera”, agrega Grandinetti. El actor elogia también el guión de Un crimen argentino, que estuvo a cargo de Sebastián Pivotto, Jorge Bechara y Matías Bertilotti: “Sigue a los investigadores desde un lugar muy que va guiando al espectador”.
-¿Leíste la novela de Reynaldo Sietecase o no solés leer los libros originales antes de componer los personajes?
-No siempre, ni una cosa ni la otra. En este caso sí la leí y en cuatro horas. Me encantó. Me pareció cinematográfica, pero hay una diferencia: en la novela empezás y sabés el desenlace. Nunca te cuenta el recorrido, pero ya sabés para dónde va. En la peli, no. Entonces, esa adaptación de la novela me pareció muy interesante.
-¿Cómo fue el trabajo de componer a un abogado muy particular, por llamarlo de algún modo?
-Fue muy intenso porque filmé todo lo mío junto en 15 días, con lo cual la preparación fue bastante intensa antes para llegar ahí con las cosas claras. Había hablado bastante con Juan Pablo Buscarini, el productor, que era con quien estaba en contacto sobre la peli. En realidad, lo que me interesaba era encontrar la lógica de este personaje. No se puede spoilear, pero traté de encontrarle su justificación interna.
-Tomás Eloy Martínez contextualizó el libro señalando que “Reynaldo Sietecase crea una variante inexplorada: la unión de la política con el thriller de terror”. ¿Crees que esto se logra también en la película?
-No sé si tanto como un thriller de terror, pero sí es un thriller en un contexto político…Pero sí, lo que ocurre es terrorífico. Así que coincido.
- “Una sociedad también se define a sí misma por sus crímenes, por sus formas de matar”, señala el resumen del libro. ¿Cómo analizás aquella sociedad argentina de la dictadura?
-Arriba había todo un paraguas que protegía todos esos delitos, que los cometían las máximas autoridades del país. Habla de un momento particular que, en un punto ya pasó, a pesar de que sigue habiendo crímenes turbulentos. Pero respecto del aval en esa época, veo que ahora la sociedad está muy atenta para que eso no vuelva a ocurrir. Que la gente esté atenta y movilizada, como está ocurriendo ahora, y que salga a protestar, me parece sano. Eso también es una muestra de una sociedad bastante politizada, atenta, como la nuestra, y que en los momentos bravos ha salido. Lo del 2x1 para los genocidas no se llevó a cabo porque todos salimos a la calle. La gente salió a decir que no de una manera contundente. Es así, es salir a decir lo que uno piensa, lo que uno cree. Cuando se hizo aquella vez, sin violencia, como debe ser, civilizadamente, democráticamente, no tiene que espantar a nadie.
-¿Y qué sentís cuando los grandes medios se dedican a atacar y a denostar a los artistas que coincidían ideológicamente con los gobiernos kirchneristas como si eso fuera inmoral?
-Nada, ya sabemos cómo son. La derecha ha sido así toda la vida. Siempre. Hacen esas cosas, estigmatizan, acusan, sin pruebas por supuesto. Creo que tendría que haber alguna manera de evitar ese agravio a la gente, aunque en realidad yo no lo considero un agravio, ¿sabés? Me preocuparía más si esa gente hablara bien de mí. A esta altura ya sabemos. Es gente que responde a intereses económicos, empresariales, y que se han metido a jugar en política. También es un partido político una gran parte del periodismo. Entonces, cuando hablamos de lo que tiene que ver con incluir, con sumar, ellos no quieren. Pero fue siempre así.
-Ya que mencionás al periodismo, ¿cómo te informás? ¿De quién te sentís más cerca y de quién te sentís a años luz a la hora de pensar en el periodismo?
-Yo no veo los programas. Me entero de algunas cosas que dicen porque me llegan. Twitter es la única red social que tengo. Sigo algunas cuentas de ahí, sigo a Página/12, a Navarro, a El Destape, a la gente que hace periodismo, pensando de la manera en que pienso yo o parecido a mí. No leo los medios hegemónicos. ¿Cómo me voy a enterar de lo que pasa escuchando a gente que lo que hace es agraviar, burlarse, repetir como loros lo que les dicen de arriba que repitan? El famoso nado sincronizado, de Rinconet. Debería darles un poco de vergüenza, pero me parece que no.
-La de Un crimen argentino es una historia en la que se ve notablemente la influencia del poder militar sobre la Justicia. ¿Qué recuerdos te trajo de aquella época?
-Ninguno agradable. Imaginate: yo empecé a hacer teatro en Rosario en 1976, dos meses después del golpe. ¡Yo tenía 17 años! Siempre digo que me salvé por no haber entrado en la universidad. O al menos, me salvé de haberla pasado mal. Pero sabía lo que ocurría, no todo lo que supimos después. Había comentarios. Aunque parezca mentira, yo tenía el pelo largo y ya eso era sospechoso. Recuerdo estar en la calle y todavía era menor y después de las 10 de la noche los menores no podían estar en la calle. Eran cosas complicadas. Digo en la cotidianidad. Yo, a esa altura, no sabía que había desaparecidos, que chupaban gente. No, porque además los que sí lo sabían se cuidaban muy bien de decirlo a quienes podían comprometer, por una cuestión de cuidado mutuo. Al que no sabía no le contaban porque tampoco se sabía quién sabía y quién no, quién era el otro. Pero eso lo comprendí después.
-Y si se relaciona con el presente, ahora hay democracia, pero la Justicia vuelve a ser cuestionada. ¿Cómo la observás vos?
-El otro día leí en Página que hay una ley sancionada en la época de los militares sobre las manifestaciones o algo así que todavía sigue vigente. Hay algo ahí que todavía no está corregido. Se nota que el comportamiento de la Justicia hoy responde a intereses políticos. Está claro. Ultimamente estoy teniendo cierto cuidado de decir algunas cosas porque si no la cosa termina en los que dijo “Fulanito” y lo que dijo “Menganito”. Y no pasa nada con eso, eso no provoca nada. No cambia las cosas que yo lo diga, porque luego se reproduce como lo que dijo “Fulano” contra lo que dijo “Mengano”. Y la Justicia sigue actuando como actúa, siguen las fake news, aunque yo diga lo que diga. Esto no quiere decir que yo voy a dejar de decirlo. Pero son otras las personas que tienen que decir y hacer cosas para que esto cambie.
-¿Para vos existe una cultura neoliberal? ¿La padecés?
-Sí, se ve en cierto tipo de comportamiento social. Y también lo ves en el cine, en las expresiones artísticas de consumo popular, en la música. Se ve.
-En cuanto a tu actualidad artística, ¿cómo viviste la interpretación de Juan Domingo Perón en la serie Santa Evita junto a Natalia Oreiro?
-Te imaginás que para un actor hacer un personaje como ese es responsabilidad, respeto, todo eso. Pero me interesó mucho investigar algunas cosas que no sabía, sobre todo de su juventud, viajes por Europa cuando era un oficial del Ejército, la historia de su primer matrimonio, su relación con Lonardi en Chile…Todo eso me resultó muy atractivo. Luego, a la hora de actuar, actuás, ¿sabés? Te toca hacer ese personaje, recrear esa energía y ese comportamiento. Todos sabíamos que estábamos haciendo algo que nos gustaba hacer. Entonces, uno se enmarca y los compañeros te ayudan a hacer algo que es una responsabilidad grande y que también requiere de un grado de soberbia (porque nosotros los actores creemos que podemos hacer de todo) y de inconciencia. Pero ahí está. Disfruté mucho hacerlo.
-No te propusiste imitarlo, ¿no?
-Eso fue lo primero, no imitarlo, y acercarme a esa personalidad imponente que tenía el tipo. Ese personaje está en la historia para contar lo que se quiere contar, que no es ni la vida de Perón ni la vida de Eva sino fundamentalmente lo que hicieron con el cadáver de Evita. Y es una novela. Entonces, eso también te protege. O al menos, hace que uno se libere un poco de la responsabilidad o de la exigencia. Los actores siempre estamos expuestos. Nuestro trabajo se hace para que lo vean los demás. Así que, en ese sentido, cuando trabajás, estás acostumbrado a un grado de exposición. Eso es constante en nuestro trabaje.
-Imaginate que tenés la posibilidad de viajar a otro planeta donde hay habitantes y les tenés que explicar qué es el peronismo. ¿Qué les dirías?
-Que es un movimiento, que es algo que está en movimiento. Es eso. Y como tal, crece, se amplía; a veces, se para, se atomiza. El problema es adjudicarse o decir que sos peronista, pero de eso no tiene la culpa el movimiento. Lo que por ahí a algunos los desorienta es que alguien de pensamiento de derecha diga ser peronista. Pero la culpa de eso no es del movimiento sino de aquellos que se cuelgan de la teta del peronismo. Ese es el problema.
-En varias respuestas hablaste de la derecha. ¿Qué opinás de la aparición de personajes como Javier Mileii? ¿Lo considerás un tema menor, un fenómeno mediático o crees que hay un incremento de la ultraderecha?
-No es un tema menor en la medida que eso repercuta y eso se transforme en votos. Pero no sólo en la Argentina: en muchos lugares uno ve que aparecen personajes así. Yo digo que es la sobreactuación de la nada. Es eso. Es tan de mentira todo, no tiene ningún argumento, no hay más que agravios, agresiones. Entonces, que la agresión y el agravio se vean reflejados en votos no es un tema menor. Es preocupante. No es bueno para nadie que aparezcan estos personajes y que la gente los vote. Es preocupante que haya gente que adhiera a eso.
-Volviendo a lo artístico, ahora, estás en España grabando una versión de Your Honor, de HBO. Y hace mucho que trabajás allí. ¿Te sentís cómodo con el cine español?
-Sí, y con la manera de trabajar que, por otra parte, es muy parecida a la argentina. Y aquí en España también hay técnicos argentinos. La diferencia es que hay un poco más de presupuesto, pero después es muy parecido. En todos lados hay problemas, y cuando filmás el problema mayor es el tiempo. Salvo raras excepciones, siempre hay temor de no llegar. Son las neurosis de la gente que hace cine.
-Una pregunta personal: dijiste que cuando eras niño eras muy buen alumno, “un niño traga” que “hacía las cosas rápido y luego me dedicaba a molestar”. ¿Cómo recordás tu infancia?
-Ah, ¡con mucha alegría! Tuve una primera infancia muy feliz, de estar ahí en la vereda con los amigos, familia, primos, con buenos maestros en la escuela. Tengo felices recuerdos. Y jugaba a la pelota.
-Y a pesar de haber nacido en Rosario te hiciste hincha de River. ¿Por quién fue?
-Por un vecino al que yo admiraba. Era un amigo un poco más grande que yo que me hizo de River.
-Una gran decisión…
-Sí, y una de las mejores de mi vida (risas). Sin duda.
El teatro, un descubrimiento
Darío Grandinetti tenía 17 años cuando empezó a tomar clases de teatro. Cuando comenzó, dijo que su cabeza cambió: “Empecé a escuchar y a ver otro tipo de cosas, yo tenía una cabeza un poco con ‘gajos’ de pelota de fútbol”. ¿Cómo recuerda hoy ese cambio? “Descubrí cosas, libros, el teatro, empecé a leer, a escuchar otro tipo de música, a leer poesía. Me despertó una curiosidad por conocer cosas de la gente, empecé a estar atento a los demás”, recuerda el actor. “El teatro, como el cine, es un trabajo que uno hace no solo con el otro sino también por el otro y para el otro con el que uno trabaja. Entonces, te relacionás de otra manera”. La dependencia que Grandinetti volvió a ver en el teatro ya la había visto “cuando jugaba al fútbol”, dice. “Yo también lo aprendí en la calle, con los compañeros, con los amigos jugando al fútbol o a lo que fuere, esta construcción en conjunto del juego. Cuando empecé a hacer teatro la empecé a racionalizar. Pero también descubrí que tenía cosas ya aprendidas de mi primera infancia: el juego compartido. Uno se sube al escenario a jugar que es otra persona. Y sabe que depende del otro, como cuando juega al fútbol depende de que el arquero se mande la menor cantidad de cagadas posibles o que te la dé redondita. Bueno, arriba del escenario vos necesitás dársela redonda al compañero. Si el compañero está mal, la obra va a estar mal. Si vos están bien y los demás están mal, la obra no va a salir bien”, concluye Grandinetti.