Si con La cabeza de Goliat (en el Palais de Tokyo y luego aquí, en la Usina del Arte) Eduardo Basualdo nos enfrentó a un desastre inminente con una descomunal roca negra sostenida desde el techo con una frágil cadena, ahora nos deja en medio de ese universo ominoso que uno apenas podía intuir. Entre las cuerdas. Así queda el espectador ante Pupila, su imponente instalación en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires.
Inmersiva por el clima introspectivo que provoca, la exhibición, con curaduría de Victoria Noorthoorn y colaboración de Alejandra Aguado y Clarisa Appendino, incluye dibujos, la intervención del diseño museístico (un recorrido laberíntico por las salas con paredes oblicuas y muros que parecen cosidos) y una instalación monumental de 150 metros cuadrados.
Basualdo modeló —y creo al tiempo una técnica contemporánea exquisita— con aluminio sobre modelos vivos. Podría definirse como “modelado sobre cuerpos que palpitan” y requiere una precisión quirúrgica. Se propuso bucear por los espacios mentales que nos habitan. Y para eso, tras un recorrido laberíntico, nos sumerge en un magma apocalíptico. “Remite a lo que pasa con el pensamiento: hay palabras y experiencias que abren espacios nuevos”, dice el artista, nacido en Buenos Aires en 1977, y graduado en la Escuela Prilidiano Pueyrredón y en el taller de dramaturgia de Sergio Sabater. Participó de la quinta edición de la prestigiosa Beca Kuitca, en la Universidad Torcuato Di Tella. Y además de su magnífico trabajo individual, integra el colectivo Provisorio permanente.
Ahora está haciendo la deslumbrante escenografía para una pieza de danza y teatro inspirada en su propia obra con dirección de Diana Szeinblum, que se estrenará el 1 de septiembre en el Teatro Cervantes. Además, este año se publicará Ensayo de escape, un libro que recorre su producción con textos escritos por el artista, que incluye además un diagrama morfo conceptual de su obra. En el catálogo de su muestra en el Museo de Arte Moderno, escribirán Mariana Enriquez, Graciela Speranza, Ivana Costa y Leila Sucari, entre otros.
En Pupila pintó el aluminio con un material industrial refractario a la luz. Al principio no se distinguen formas ni figuras ya que no hay luces y sombras, ni valores de grises. Sólo se ve una ola espesa, macabra y una gran superficie negra. Hay que acercarse para descubrir qué hay en ese magma espeluznante y al tiempo de belleza clásica. Cuando uno sale del estado de estupor, en sala se escuchan una serie de golpes que van guiado a una puerta donde figura la fecha de nacimiento del artista.
“La manera en que uno entra, cómo va recorriendo la exhibición y qué opciones se abren son claves para mí. El tránsito del cuerpo del espectador dentro del espacio es una parte fundamental”, cuenta el artista.
Los dibujos de esa pupila alucinada en soledad se suceden como en una especie de secuencia teatral, ámbito clave en la concepción de sus obras. En sus dibujos, ese ojo que por naturaleza debe ver su entorno no puede más que mirar a su propio interior. Hipnotizadas, y acorraladas al punto de la alienación, esas pupilas conducen a un universo misterioso.
Los dibujos representan “el espacio mental donde uno está confinado”, dice el artista, quien empezó a trabajar sobre esta idea hace ya más de una década. “Es una poética asociada a que uno reconoce, y puede sospechar, que lo que uno está viendo está profundamente atravesado por los propios parámetros y concepción de la realidad. El confinamiento tiene que ver con eso: estás todo el tiempo pensando desde un lugar que físicamente es tu cabeza, pero es sólo un punto de vista. La realidad tiene miles de puntos de vista y nosotros siempre hablamos desde un lugar: es un confinamiento existencial”, señala Basualdo, uno de los artistas argentinos con mayor proyección internacional. Expuso en el Palais de Tokyo y fue seleccionado por el curador Okwui Enwezor para participar en la 56ª. Bienal de Venecia, en 2016. También participó en la Bienal de Gwangju (2014) y en la Bienal de Lyon (2011), entre muchas otras. Su obra integra las colecciones del Museo Hirshhorn, en Washington, y del Museo de Arte Contemporáneo de Lyon, en Francia, entre otros.
“El arte —dice— cristaliza expresiones que están sucediendo y que uno no siempre tiene la capacidad de atrapar: logra mostrarte de otro modo algo que es tuyo, que ya sucede”. Considera que uno de los atributos fundamentales del arte es lograr que demoremos la mirada, que nos detengamos ante esa pieza que nos atrapa. Se trata de una dilación por fuera de la dinámica impuesta por el sistema productivo. “La demora es muy importante porque vos podrías ver arte de una manera muy turística, muy mecánica”, dice refiriéndose a las imágenes que consumimos a ritmo vertiginoso desde distintas aplicaciones en el celular.
En El silencio de las sirenas, proyecto comisionado por la Bienal de Lyon en 2011, invitó al espectador a demorarse en una instalación conformada por una plataforma de 200 metros cuadrados, con agua negra. Subido a una especie de roca, el visitante podía observar el agua que salía desde un agujero y luego era absorbida formando un gran remolino. “Era un gran estómago que vomitaba agua”, recuerda el artista. Y añade: “Quise acercarme a nuestra parte acuosa. Venía de trabajar con la electricidad, que la asociaba al sistema nervioso, al pensamiento. Nosotros pensamos con impulsos eléctricos, y a su vez nuestros nervios son impulsos eléctricos. Por cavilaciones personales, trataba de acercarme a otro paradigma que no tuviera que ver con la lógica positivo negativo del sistema binario racional. El agua tiene otra lógica. Todo esto en un sentido poético, más que científico. Investigando, encontré teorías que hablan del estómago como un segundo cerebro: es el segundo lugar del cuerpo con mayor cantidad de neuronas. Entonces me gustó imaginar cómo había sensaciones o sentimientos que se trabajan con la cabeza y con la razón, y otros que no”, dice.
El cuerpo, ese universo difícil de escindir o ver en fragmentos, ocupa un lugar clave en su producción. Con sus magníficas obras, Basualdo nos hace sentir atrapados o empequeñecidos como en The End of Ending (en PSM Gallery, en Berlin); al borde del peligro inminente e incontrolable como en La cabeza de Goliat o nos lleva a un sitio absolutamente impensado en La Isla. Lo hizo también con Freelancer, un helicóptero real cuyas aspas estuvieron en movimiento en arteba (en 2017) y con la que el artista puso en cuestión la tensión entre regla y subjetividad. Y nos dio acaso una alternativa: la posibilidad de un escape fugaz para recuperar de modo poético esa subjetividad que, en palabras del artista, puede llegar a replegarse a su mínima expresión.
“En El silencio de las sirenas trabajé sobre la decisión y la duda. Como si fuera posible tomar decisiones con tu cuerpo, no con tu mente. Esa manifestación era un oráculo, pero a su vez mis obras no terminan con una revelación. Era una especie de oráculo oscuro. Una promesa de solución”, cuenta. Y suma un interés clave que persiste: “El cuerpo es el misterio más profundo de la vida: somos opacos por dentro”.
Pupila se puede visitar en Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, Avenida San Juan 350. Lunes, miércoles, jueves y viernes de 11 a 19h. Sábados, domingos y feriados de 11 a 20. Martes cerrado. Entrada general: $50 para visitantes residentes en Argentina. Miércoles gratis.