Desde Barcelona
UNO "Imagina que no existe el paraíso, es fácil si lo intentas, no hay infernales autos a nuestros pies, encima nuestro tan solo celestiales bicicletas", piensa Rodríguez mientras mira foto John Lennon y Yoko Ono. Allí están, en alguna parte de New York '70s, haciendo alto en paseo bicicletero para hot dogs. Y después a seguir pedaleando rumbo a la utopía, darle una oportunidad a la paz, jugar mentalmente, acabar con la guerra (si tú quieres) y, en el horizonte, cada vez más cerca, la sombra terrible de un tal Mark David Chapman que pondrá palo en rueda y balas en cuerpo. Antes, otro baleado, John Fitzgerald Kennedy, dijo "Nada es comparable al simple placer de montar en bicicleta". Así que no te preguntes qué puede hacer tu bicicleta por ti sino qué puedes hacer tú por ella. Y, sí, tal vez sea más fácil esquivar balas en velocípedo veloz que en lento descapotable.
Barcelona ofrece otros peligros. Al habitual ciclista que se cree que calles y aceras son velódromo en los que los semáforos son lucecitas decorativas, a los monopatines eléctricos, a los Segways para turistas que han ido desapareciendo, se han sumado los bici-taxis en plan colonialistas rickshaws (que la alcaldía exterminará el próximo 31 de diciembre). Hay múltiples opciones a la hora de ser atropellado. Y ayer atropellaron a Rodríguez (y, sí, son demasiados también los ciclistas atropellados, pero nunca por peatones). Fue una bicicleta eléctrica: esa suerte de bicicleta que no se atreve del todo a ser motocicleta o de motocicleta que se ha vuelto vege-vegana (pensar en una Harley-Davidson como en la versión Mr. Hyde/Hulk de una muy Dr. Jekyll/Dr. Bruce Banner de una clásica Schwinn, piensa Rodríguez entre lennonianas nubes analgésicas). Nada grave, pero lo suficiente como para que no tenga demasiadas ganas de salir de casa y prefiera seguir contemplando bicicletas desde los balcones de su mente.
DOS Y --para seguir con el espectro de Lennon al manubrio-- parecería que el sueño terminó o, por lo menos, comienza a despertarse. Meses atrás todo era boom, adultos pidiendo bicicletas a los Reyes (comunidades y ayuntamientos anunciando ayudas para su financiación), escasez de especímenes considerados cada vez más raros y casi había que salir a la caza de velocípedos. Pero ahí está un titular fresco y bajada del Wall Street Journal ("Del boom al desván: la fiebre por las bicicletas ya es cosa del pasado / Los distribuidores actuaron como si la demanda pandémica fuera a durar y ahora tienen demasiadas bicicletas que no pueden vender"). Mientras que el denominado "gurú de la bici" y "Richard Dawkins del pedaleo" y "Papa del bicicleteo urbano" y, ay, "Justin Bieber del manubrio" Mikael Colville-Andersen --diseñador urbano danés-canadiense y predicador planetario de la bicicleta-- vino por Madrid luego de entregar un centenar de bicicletas en Ucrania, vio y, vencido, dictaminó que "Madrid es un agujero negro para el ciclismo en Europa". Y, sí, baches más adelante, parece.
TRES Lo que no le impidió a Rodríguez continuar pedaleando sobre las bicicletas de su pensamiento. Y dar gracias también al relojero Julien Benjamin Roussel quien en 1834 puso a andar la cadena de transmisión giratoria; y al mecánico Alaexandre Mercier quien en 1843 dictaminó que la rueda trasera impulsaría a la delantera; y a Jules Sourisseau quien en 1853 inventó el pedal; y al cerrajero y diseñador de camas y sillones plegables Benjamin Geslin al que en 1855 se le ocurrió lo de los rayos metálicos para las ruedas; y a los hermanos Olivier quienes en 1868 fundaron la primera fábrica; y al adaptador de neumáticos Clément Ader y a François Nicolet y a sus sistemas de trinquete de 1869; y al cónsul italiano en Nantes Emile Viarengo de Forville quien en 18721 la hizo más cómoda para las mujeres y... hey... ¿cuál es el nombre del autor de la campanilla/timbre/ring-ring? Y es que, sí, probablemente no exista ingenio más colectivo y comunal y popular en la Historia que la bicicleta. Y, además, dueño del simbiótico-paradojal orgullo de que su pasajero sea, también, su motor.
CUATRO Y Rodríguez se cruza y no deja pasar con un artículo firmado y publicado en la revista Altair por ese escritor argentino al que no soporta mucho. Y allí se entera de que hay, desde 2001, un itinerante Bicycle Film Festival estrenado por primera vez en New York en el 2001. La idea se le ocurrió a Brendt Barbur luego de ser atropellado por un autobús cuando iba por Manhattan en bicicleta. Le pareció la mejor idea para superar el trauma. Y, sí, el mundo, digámoslo, sería mucho mejor y menos ruidoso si los hermanos Lumiére hubiesen revelado una salida en bicicleta en los Champs Elysées en lugar de la llegada de un tren a La Ciotat. Y Rodríguez --con gran ayudita del argentino pedaleando en Altair, lo confiesa-- ensambla su propio programa. Y, claro, la serie Verano azul y las bicicletas adolescentes de The Goonies y de It y de Stranger Things y de E.T. (nada como una bicicleta para escapar de los malos) y el sufrido Charlie Brown suspirando que "La vida es una bicicleta de diez velocidades: la mayoría de nosotros tenemos a nuestra disposición cambios que jamás usaremos". Y De Sicca y Butch Cassidy y Jacques Tati y la de Un Chien Andalu y las de Jules et Jim y Les Deux Anglaises et le Continent. Y la de la brujeril Miss Gulch en ese tornado rumbo a Oz y la de Pee Wee. Y las de Breaking Away. Y la de Pedro en Napoleon Dynamite. Y las de los Beatles en Help! Y de ver bicicletas, Rodríguez pasa a bicicletas leídas y, de acuerdo, no es fácil ni recomendable leer en bicicleta (audiolibrear no es leer). Así que Rodríguez, sentado en silla y no en sillín, recorre a Lev Tolstoy (quien recién aprendió a montar en bicicleta en su sexta década de edad). Y a Arthur Conan Doyle (Sherlock Holmes resuelve el misterio de "The Adventure of the Solitary Cyclist" y analiza huellas de bicicleta para aclarar lo sucedido en "The Adventure of the Priory School"). Y a Samuel Beckett (responsable del muy ciclístico Molloy y a quien su En attendant Godot se le ocurrió a partir de la triste figura del ciclista profesional Roger Godeau, célebre por llegar último o no llegar nunca). Y a Henry James (a quien se atribuye un "extraordinarily intimate" herida al caer de una provocándole una nunca del todo verificada "impotencia genital") y de T. E. Lawrence (quien moriría en moto). Fotos de todos ellos posando junto a bicicletas como otros escritores posan con gatos.
Y Rodríguez piensa en las bicicletas de Hemigway en The Sun Also Rises; en las de Jerome en Three Men on the Bummel; en las bicicletas de Maugham en Cakes and Ale; y en las bicicletas de Wells en The War of the Worlds (pedaleando por una Londres arrasada por marcianos); en las bicicletas de Proust en À la recherche du temps perdu; en las de Steve Erickson en Days Bewtween Stations en carrera por los canales secos de una Venecia distópica. Y, vuelta a línea de largada, en John Lennon recordando que "De niño yo tenía un sueño: mi propia bicicleta. Y cuando la conseguí debo haber sido el chico más feliz de Liverpool, tal vez del mundo. Yo vivía para esa bici. La mayoría de mis amigos la dejaban fuera, en el jardín. Pero yo no. La primera noche la metí en la cama, conmigo".
Dulce sueños y, de nuevo, Rodríguez cuenta bicicletas para dormirse.