Cada vez son más los latinoamericanos que migran dentro de la región, expulsados de sus países de residencia por problemas estructurales como la precariedad laboral, la falta de oportunidades, el racismo y otras causas relacionadas con la discriminación por género, edad y divirsidad sexual. Este fenómeno de entrada y salida masiva de personas entre países de Latinoamérica, detalla Pablo Ceriani Cernadas, especialista en temas migratorios, es una de las características más llamativas de los últimos diez años. “No hay precedente en la región de tanta gente que se va en tan pocos años hacia otros países del continente”, explica.
El abogado, miembro experto del Comité de Trabajadores Migrantes de las Naciones Unidas y docente investigador de la Especialización en Migración y Asilo desde una perspectiva de los Derechos Humanos en la Universidad Nacional de Lanús, explica también que los principales procesos migratorios de la región son el venezolano, el haitiano y lo que define como el Triángulo Norte de Centroamérica. “El desplazamiento venezolano es cuantitativamente muy importante”, remarca el especialista. El 80% de los venezolanos, dice, se desplazan a otro país de Latinoamérica.
Para Ceriani Cernadas existe otro cambio importante en los últimos años: el empeoramiento de las condiciones en las que se genera la migración, con márgenes altísimos de precariedad e irregularidad. Algo que el “cambalache de políticas” y “las contradicciones de los discursos de más control migratorio” terminan por reforzar, al invisibilizar el fenómeno. “Cuando se restringe o impide el ingreso de personas en aras de la seguridad, inmediatamente lo que ocurre es que el Estado pierde el control sobre esa realidad”, opina Ceriani Cernadas.
¿Cuál es la principal causa de la crisis migratoria en América Latina?
Hay que tener cuidado en pensar en una unicausalidad. Por lo general hay una complejidad, una multicausalidad en donde se encuentran los problemas estructurales que tiene la región en términos de precariedad laboral, falta de oportunidades en empleo y racismo; y luego cómo eso se relaciona con temas de género, de edad y de diversidad sexual. De a poco aparecen también cuestiones medioambientales. Podemos hablar, por ejemplo, de condiciones estructurales de violencia social e institucional en ciertos países de Centroamérica, lo que explicaría los desplazamientos en los últimos 20 años de Guatemala, El Salvador y Honduras. Pero si uno pone solamente el foco ahí se omite que hay otra serie de cuestiones como discriminación estructural a la población indígena o a la población afro o por razones de género.
¿Cuáles son los procesos migratorios más significativos que se están dando en Latinoamérica?
Los tres grandes desafíos principales por la profundidad que tienen, por la cantidad de personas que salen y por las condiciones en las que migran son el venezolano, el haitiano y lo que sucede en el Triángulo Norte de Centroamérica. El proceso migratorio colombiano también tiene una presencia importante. La migración venezolana y colombiana tienen mayor diversidad en términos de clases sociales que se desplazan. Por último, cada tanto va y viene la problemática nicaragüense de migración a Costa Rica por cuestiones de conflictividad política.
¿Cómo fue variando la migración y sus motivos a lo largo de los últimos años?
Hay momentos históricos de mucha migración por razones de violencia política como en los 70 en América del Sur y los 80 en Centroamérica por los conflictos armados. La década del 90 estuvo muy vinculada al deterioro profundo de las condiciones de vida, Ecuador y Argentina son los principales ejemplos. El gran cambio de los últimos 10 o 15 años es que cada vez migra más gente dentro de la región. Hoy la gran mayoría de la migración sudamericana es hacia otro país de Sudamérica. En buena medida por el desplazamiento venezolano porque cuantitativamente es muy importante: el 80% se desplaza hacia otro país sudamericano. No hay precedentes en la región de tanta gente que se va en tan pocos años hacia otros países de la zona. El otro gran cambio importante es que aumentó exponencialmente las condiciones de precariedad e irregularidad en las que se genera la migración.
¿Qué produce esta precariedad e irregularidad de la que hablás?
Uno de los impactos inmediatos por el aumento de la irregularidad migratoria es tener menos visibilidad sobre este fenómeno. Esa es una de las clásicas contradicciones de los discursos de más control migratorio. Se restringe o impide el ingreso de personas en aras de la seguridad e inmediatamente lo que ocurre, cuando tenés una realidad más estructural de gente que necesita pasar igual, es que el Estado pierde el control sobre esa realidad. Ya no sabés quién entra a tu país ni a dónde va. Si se queda, si siguió, si necesita protección o si eventualmente, por lo general las estadísticas no lo evidencian, fuera una potencial amenaza.
¿En qué países la violencia de género es motivo para que niñas, mujeres y disidencias tengan que migrar?
En la región donde más está documentado es en el Triángulo Norte de Centroamérica. En dos sentidos: por un lado está la violencia de género en el ámbito familiar y por otro la violencia de género dentro de lo que es la dinámica de las maras, las mujeres como casi esclavas sexuales de ciertos líderes maras. Esto está bastante cuantificado en las estadísticas que produce Estados Unidos (Migrant Protection Protocols). En principio, la mayoría de las personas que reciben cierta protección y asilo son mujeres migrantes por violencia de género. En América del Sur está menos documentada como causa, aunque obviamente es una causa. Lo que sí hay son indicadores de un crecimiento de la violencia de género en tránsito como suele pasar cada vez que se invisibiliza la ruta migratoria y empiezan a actuar un montón de actores ejerciendo distinas formas de violencia.
¿Qué opinás de las políticas migratorias de los países de la región, cuáles son más permeables para que haya más o menos migración ilegal?
Es un cambalache de políticas que van de un extremo a otro. México tiene las principales estadísticas a nivel mundial de detención migratoria, peleando cabeza a cabeza con Estados Unidos. Tienen más de 100.000 personas detenidas por año. Incluso decenas de miles de niños que son privados de su libertad por razones administrativas. En el otro extremo están quienes reconocen que migrar es un derecho humano. La única región en donde se reconoce que migrar es un derecho humano es América Latina. El primer país del mundo en hacerlo es Argentina. Luego lo hicieron Uruguay, Bolivia, Guatemala y Ecuador. En diciembre de 2002 se aprobó el Acuerdo de Residencia para Nacionales de los Estados Partes del Mercosur, que fue y sigue siendo una herramienta clave para facilitar la residencia a las personas sudamericanas en países de Sudamérica, más allá de que cada país le da un alcance diferente.
¿Qué significó el decreto que firmó Mauricio Macri en 2017 sobre la ley migratoria?
Fue la reforma más antidemocrática de la historia argentina en esta materia. Reformar una ley sin pasar por el Congreso, sin ningún diálogo político ni social; más que la Ley de Residencia de 1902, que por lo menos salió por el Congreso.
¿Creés que el DNU puso en evidencia la xenofobia y el racismo cristalizado en algunos discursos políticos? ¿Cómo operan estos discursos en la región?
Por un lado está el racismo y por el otro las formas de discriminación estructural como causa de la movilidad. En este sentido, la xenofobia no solo es pensada como el hecho de que los migrantes son malos, son un peligro, sino en términos de discursos de meritocracia nacionalista, de que los nacionales supuestamente tenemos más derechos a los que nacieron en otro lado. Ese discurso de la legitimación de la desigualdad por nacionalidad o por si tenés o no un papel se ahonda mucho más por raza, clase y género. Ahí es donde hay una combinación bastante compleja que intenta legitimar no solo proceso de desigualdad, de restricciones en el acceso a derecho, sino incluso de legitimación de múltiples formas de violencia sobre esos actores.