Cuando supe la noticia, busqué en silencio el libreto original que conservo después de 46 años. Esas páginas ya grisáceas de Poder, apogeo y escándalos del Coronel Dorrego escritas por David Viñas, me devolvieron a los pasillos de una de las más fuertes y enriquecedoras experiencias de vida en mi profesión. Todo comenzó con un encuentro callejero casual con José Luis Castiñeira de Dios, al poco tiempo de mi regreso del exilio. Entrañable amigo a quien no veía desde nuestro retorno a París, luego de grabar en Barcelona bajo su dirección mi disco Tango. Al abrazo emocionado le siguieron a borbotones las preguntas sobre uno y otro, hasta el qué estás haciendo seguido de mi nada, acabo de llegar, y un querés cantar, estoy con la dirección musical de una obra de Viñas en el Cervantes que dirige Alejandra Boero y estrenamos dentro de poco. Fue el comienzo de dos años inolvidables. Yo no había tenido una formación teatral, sí algunas experiencias puntuales y aunque sólo se me pedía cantar, como intérprete sabía que era un regalo develar los misterios de la actuación rodeado de profesionales como Rodolfo Bebán, Pepe Novoa o Jorge Rivera López entre otros de gran valía que fui descubriendo. Una compañía numerosa que integraban bailarines y murgueros, entre argentinos, uruguayos y hasta una brasileña apenas embarazada, que inundaban de alegría la sala y nuestro espíritu con las coreografías de Fredy Romero.

 Cada uno fue sumando lo suyo con naturalidad hasta lograr una convivencia interna maravillosa, muy poco común en compañías numerosas, según los más experimentados. Poco a poco, Dorrego se nos fue metiendo dentro como al público, que mantuvo a sala llena toda la primer temporada. Nuestras charlas con Rodolfo se hacían cada vez más frecuentes. Creo que mi no pertenencia al estricto mundo de la actuación facilitaba la empatía y alejaba las sombras de prejuicios o intereses de su profesión, fuera de las comidillas que el sistema alimentaba conformando una aureola de la que él elegía apartarse. En esos mano a mano descubrí una persona muy reservada al comienzo, que se fue abriendo de a poco, mostrando un interés sobre los problemas políticos y nacionales que nos aquejaban desde siempre, curioso por la cultura en la Europa de esos años donde yo me había desenvuelto, por la mutua pasión del tango y su misterio, sin excluir, confieso, hablar de mujeres. Cruzar la puerta para salir a escena y convertirse en una fiera de la actuación, con la ductilidad, el humor y la camaradería que derramaba en las escenas nos hacía creer que Dorrego fue efectivamente así, al menos como lo cuentan sus mejores historiadores.

David no faltó nunca a una sola función. Cada noche entre bambalinas, teníamos tiempo para ir forjando una amistad que se prolongó hasta muchos años después. Una enciclopedia andante, pero de una sencillez tremenda para entender la vida y explicar la historia. Nos hicimos amigos, llegó a probar mi tuco en casa y me abrió la suya y sus borradores, tanto como los rincones más dolorosos de su corazón al permitirse abordar el drama de sus hijos. Compartía y consultaba modestas dudas sobre determinados pasajes de la obra, consciente de la transformación que sufren las palabras al saltar del papel al escenario. Alejandra me resultaba tan cordial y accesible como totémica. Nunca olvidaré la charla antes del estreno, advirtiéndonos sobre el peligro de la costumbre casi como un veneno, al repetir cada noche la función. No se quedaba con aquello de que en la repetición está el talento, nos prevenía con un antídoto de reflexiones que servían para el gran teatro de la vida misma. Era una artista de raza, de paladar negro. Sólo una persona como ella era capaz de no incomodarte ni alterarte por una respuesta suya, sino simplemente entenderla. Así sucedió cuando un mediodía le avisé que no podría hacer la función de esa noche por la inesperada muerte de mi padre. "Ay, dios mío, ¿cómo te reemplazo..?" fue su primera reacción, seguida naturalmente de preguntas tiernas y sinceras sobre mi Viejo. Este episodio fue posterior a uno verdaderamente trágico en el estreno de la segunda temporada. La muerte de un actor en escena, la de Mario Luciani. Se derrumbó en los brazos de Gianuzzi, el actor que a los gritos y con desesperación pedía un doctor frente a una sala inmutable, convencida de que se trababa de una escena más de la obra.

Cuando releí este libreto y pensé en escribir estos recuerdos no estaba seguro de que su sentido, un tributo personal a Rodolfo, a David, a Alejandra y a todos los compañeros, fuese suficiente para compartirlo. Lo encontré al final de la obra, un monólogo estremecedor de un Bebán descomunal sobre los últimos pensamientos de Dorrego frente al pelotón de fusilamiento. Sus palabras parecen volver acuciantes desde el fondo de la historia, para hacerse un lugar en las cruciales horas actuales del país que asiste al desenlace de otro juicio, tras la persecución de una figura política cuyo principal delito es saberse querida por su pueblo. Juicio pergeñado desde el odio y la vileza por los mismos enemigos de la patria desde siempre:

“ Ya aclara. Va clareando. Falta poco. Podría pedirles que me soltaran, por favor. ¡No! Ordenarles que me soltaran. ¡ Soldados!.. No. Pagarles. No, no. Pagar por todo no!... Pagar por traicionar, para comer para conseguir un caballo, para escaparse. Pagar. Pagar. ¡Soldados! Si no tengo nada en los bolsillos. Nada más que un pañuelo ( SE SECA ) ¿ Lágrimas? Sólo me sale sudor, tan espeso que hasta siento el ruido que me hace al salir. Mi muerte se acerca brillante de sudor. ¡No! No quiero morir. Quieren asesinarme porque les daba vértigo, Dorrego, Dorrego, Dorrego. Dorrego, soy un tábano que les zumba dentro de la cabeza. Dorrego peligro, Dorrego excesivo. Dorrego amado por todos. ¡Ayúdenme!... calma Dorrego. Sensatez Dorrego, digno Dorrego... ¿Qué digno ni digno!.. ¡Hijos de puta!.. Calma Dorrego. Honorable Dorrego. Héroe Dorrego ¡Que me juzguen! Tengo derecho, soy el Gobernador! Que me digan por qué quieren matarme. ¿Traidor? No, ¿a quién traicioné? ¡A nadie! ¿ Robé ? Tampoco, no! ¿Mentía? No mentí. ¿Forniqué? Sí, forniqué. Pero un gobernador puede fornicar sin traicionar a la patria… Culpables, todos son culpables. Un culpable, tres culpables, cinco, diez… y los culpables siguen, veinte, veintidós, treinta… y al fondo de los culpables zumba ese tábano brillante ¡La muerte ¡ es la muerte mi Coronel…¡ Que venga! Si es un privilegio ordenar mi propia muerte. Aquí me tiene con calma, más digno que nunca, con el uniforme impecable. ¿Me quieren matar? ¡Que me maten! ¿Cómo debo ponerme? ¿De frente? ¡Aquí estoy! ¿Mirando hacia el pelotón? Venga. No, ¡nada de pañuelo! ¡Miro! Y con los ojos bien abiertos. ¿Junto al poste? ¿Dónde? Donde ustedes digan. ¿Cuántos soldados en el pelotón? ¿Cinco? Son pocos. Pongan más. ¿El alférez da la orden? ¡Pobre tipo! ¡Yo mismo la doy! Aquí me tienen, ¡apunten! Bien aquí, ¡bien aquí! ( MUSICA DE GUITARRAS ) ¡No toque más esa guitarra! Después de mí otro. ¡Y otro más! Conmigo empiezan. Pero esto va a seguir. Yo el primero pero la muerte va a seguir. El tajo empieza a abrirse. Tajo, tajo, tajo, una muerte, dos muertes, cuatro muertes. Yo el primero, ¡claro! Pero esa larga fila no va a terminar nunca. ¿Solo ? No. ¡¡Qué voy a estar solo!!... Negros, ¡vengan!...”

*Cantante