Cuando era chica, el Día del niño se festejaba el primer domingo de agosto. En su momento, desconocía el motivo de la celebración. Solo creía que era una hermosa efeméride a pesar de que nunca recibía el regalo que deseaba: esa muñeca de larga cabellera para peinar. En cambio, siempre era lo mismo: una pelota o autitos que no me hagan olvidar la identidad elegida por mis padres. Nadie podía imaginar que les niñes solo quisieran divertirse, jugar. No importa con qué, solo encontrar ese juguete que saque lo lúdico sin pensar si era de varon o mujer. Les niñes en aquellas épocas éramos constantemente silenciados, callados y sometidos a diferentes violencias por les adultos. Nuestras opiniones no les importaban. Se imaginan lo difícil que fue construir una autoestima sólida desde la cancelación constante.
Ya de adulta supe que esta fecha había sido fijada en 1960 por una recomendación de la ONU, que proponía a los país esdestinar un día especial en que se fomentaran los vínculos entre niñxs. La fecha debía servir para promover su bienestar a partir de actividades sociales y culturales. Que existiera un Día del Niño también valía como recordatorio para los adultxs: todos fuimos chicxs y precisamente por esa experiencia directa sabemos que es la etapa en que más frágiles y más sensibles hemos sido. De hecho, las infancias son históricamente lo más expuesto y que más sufre ante situaciones de crisis, guerra y otros problemas en el mundo.
Durante los 90, por una iniciativa de la Cámara Argentina de la Industria del Juguete, el festejo cambió al tercer domingo. Es algo que tiene lógica comercial: el primer domingo muchas veces la gente todavía no había cobrado y se vendía poco. No me parece mal que se quiera activar el comercio interno con estas fechas celebratorias, pero en este caso, puede que ese cambio de foco fuera el primer paso para que se perdiera un poco el espíritu original: que tomemos conciencia acerca de los derechos de todxs lxs niñxs.
Desde hace dos años, la fecha cambió el nombre. Por iniciativa de la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia, pasó a ser el Día de las infancias (muchxs le decimos el Día de la Niñez). A mí me costó un poco incorporarlo, por la inercia de la costumbre, pero inmediatamente entendí que era importante nombrarlo así. No me sorprendió en absoluto que en seguida salieran a la luz en redes, chats y en conversaciones de bar los ya clásicos comentarios de los conservadores de siempre. Leí y escuché por ahí unos cuantos: ¡Qué ganas de joder con cambiar el lenguaje! ¡Yo no tuve ningún trauma de chica porque se llamara Día del Niño! ¡Mirá si los chicos se van a hacer problema porque sea del niño en vez de la niña! Y podría seguir.
La verdad es que este tipo de propuestas son simbólicas. Vienen a continuar el camino de una serie de políticas públicas que reconocen a la diversidad de las infancias en nuestro país y que se piensan desde una perspectiva de derechos humanos. Cambiar la palabra «niño» por «infancias» o «niñez» busca empezar a desnaturalizar el lenguaje. Es probable que sea una medida mínima para lograr que verdaderamente sea más inclusiva y abarcativa esta celebración, pero como decía antes, es un gesto simbólico. Supongo que el verdadero cambio va a ocurrir cuando nadie se escandalice por un lenguaje que se salga del binarismo para señalar que el mundo infantil también puede ser diverso. El día en que a nadie le importen las etiquetas que aplican a varón o a mujer y que todos entendamos a las infancias como lo que son: personitas sensibles a quienes lxs adultxs debemos proteger y brindar afecto. Esa debería ser nuestra única preocupación. Si la mera modificación de una palabra en el nombre de la fecha puede ayudar a fomentar la reflexión sobre esta idea y volver a lo esencial, entonces festejo con mucha esperanza que se llame así, yo deseo infancias donden quepan todes.