La investigación puede ser extractivista; los feminismos pueden ser hegemónicos. Roxana Longo, docente e investigadora de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), acomete contra ambos sesgos y se sumerge en un contacto profundo con los feminismos populares y críticos, contenidos en movimientos sociales de Argentina, Brasil y Paraguay; verdaderos soportes de exigibilidad, lucha y formación de mujeres con mirada descolonizadora.
Feminismos críticos en territorios urbanos y rurales del Abya Yala (Editorial Teseo) explora, a través de entrevistas y de una exhaustiva observación participante, la formación de una subjetividad que cuestiona la dominación étnica, sexual, etaria y colonial, forjada en organizaciones que, a pesar de estar constituidas y motorizadas por mujeres desde sus inicios, privilegiaban a hombres en sus espacios de coordinación y visibilidad.
En diálogo con el Suplemento Universidad, Longo analiza las definiciones del libro, que es su tesis de Doctorado en Psicología y recorre distintas organizaciones y escenarios: varios movimientos sociales en la ciudad de Buenos Aires y en el conurbano bonaerense, el Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra (MST) de Brasil y la Organización de Mujeres Campesinas e Indígenas de Paraguay (CONAMURI).
-¿De qué forma surgen los feminismos populares en el seno de los movimientos sociales?
-La participación política de las mujeres en estos movimientos es histórica. Aunque se han presentado obstáculos, siempre estuvieron presentes. En algunos escenarios políticos, como el de los últimos treinta años, han logrado irrumpir con más visibilidad. Surge un protagonismo muy acentuado impulsado sobre todo por mujeres de sectores populares, que vencen el recelo respecto al feminismo occidental, europeo y blanco, y lo critican. A los procesos de violencia atravesados por las dominaciones de género, clasistas, étnicas y etarias, se le empieza a sumar la problematización de la colonialidad, de cómo la colonización afecta la vida de las mujeres y su constitución subjetiva. Me parece que estos feminismos interpelan la forma tradicional de hacer política, incluso en el interior de las izquierdas, pensando no sólo en las lógicas capitalistas sino también en las dinámicas coloniales.
-¿Cómo se desarrolló este proceso en Argentina?
-La genealogía la podemos rastrear en la configuración de los movimientos de trabajadores desocupados, a mediados de los noventa. Las mujeres tienen una participación activa en este, con una interacción comunitaria muy fuerte, a través de la cual se van apropiando de los feminismos populares. Empiezan a cuestionar los obstáculos que se presentan en su vida cotidiana y en la participación política al interior de estas organizaciones conformadas, en algunos casos, en un ochenta por ciento por mujeres. Sin embargo, a la hora de la representatividad, los varones dirigentes asumían el protagonismo. Se gesta toda una experiencia de formación, con instancias y comisiones particulares de género, que abren una agenda en los propios movimientos y que se complejiza y engrosa con la introducción de demandas vinculadas con los derechos humanos, los cuidados reproductivos, y con el trabajo, entre otras exigencias.
-¿Qué resultados tuvo este recorrido?
-Ya a partir de 2007 hay un movimiento social que empieza a autodenominarse antipatriarcal, y ese hecho tiene resonancia en toda Latinoamérica. Los encuentros plurinacionales de mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries fueron también sustanciales para poder problematizar más allá de las demandas esenciales, ligadas a la subsistencia. Se abrió el panorama. Vinculado a este proceso, la denuncia de las violencias sistemáticas de las que las mujeres somos objeto se cristalizó, en 2015, en la consigna Ni Una Menos, que significó un hito fundamental, estimulado por la incorporación de las mujeres de sectores populares a los feminismos. Ellas también aportaron a la construcción de proyectos alternativos de trabajo que, por ejemplo, favorecieron su autonomía en el plano económico y, por lo tanto, solidificaron los procesos de autonomía subjetiva.
“Tanto en Buenos Aires como en los movimientos rurales de Brasil y Paraguay hay un elemento coincidente que es esta apuesta a los procesos de capacitación desde una pedagogía feminista vinculada a la educación popular, central a la hora de pensar transformaciones subjetivas”.
-¿Qué puntos en común y qué diferencias hay con las experiencias en Brasil y en Paraguay?
-Tanto en Buenos Aires, como en los movimientos rurales de Brasil y Paraguay hay un elemento coincidente que es esta apuesta a los procesos de capacitación desde una pedagogía feminista vinculada a la educación popular, central a la hora de pensar las transformaciones subjetivas. Sí se distinguen en que el MST y el CONAMURI son organizaciones campesinas y, por lo tanto, su anclaje es rural. Son dos escenarios muy importantes, porque renuevan la praxis política en los movimientos campesinos y reconfiguran la participación de las mujeres en su interior. Proponen una crítica al modelo extractivista y apuestan por un modelo agroecológico, como alternativa necesaria. Se piensa en una soberanía alimentaria y en una soberanía de los cuerpos, fundamental en un contexto en el que urge cambiar el patrón de producción capitalista. Algunos autores hablan de que transitamos una crisis civilizatoria. En los movimientos con los que trabajé, las mujeres introducen formas de pensar en una sociedad más inclusiva, más humana, con más perspectiva de vida.
-La investigación se hizo con estrategias metodológicas inmersivas, ¿qué importancia tuvieron esas técnicas en el resultado?
-Fue un largo proceso, como parte de un proyecto UBACYT, en el que tuve como directora de tesis a Graciela Zaldúa. Obtuve una beca de varios años que me permitió llevar a cabo la tesis desde la metodología que llamamos investigación acción participativa. Mientras uno va investigando, interviene. Se produce un diálogo de saberes muy interesante. Este trabajo fue compartido con las personas y organizaciones que lo protagonizaron. Lo abordé desde una epistemología feminista, que rescatase voces históricamente silenciadas por la ciencia más hegemónica y androcéntrica, donde dominan las voces masculinas; fue un proceso dialógico de construcción teórica.
-En el libro también se habla de la importancia de la transferencia institucional entre la universidad y los movimientos sociales, ¿de qué manera puede darse este cruce?
-Como investigadora y docente de la universidad pública creo que hay una dimensión ética que no hay que descuidar en cómo la universidad se relaciona con los espacios y territorios que históricamente no son visibilizados, o que, cuando lo fueron, se lo hizo según una lógica extractivista y no de encuentro de diálogo responsable. La transferencia es una apuesta necesaria que enriquece al ámbito académico y que revaloriza las experiencias de exigibilidad y de justicia en los derechos, lo que favorece la construcción de subjetividad y de ciudadanía en las mujeres de los movimientos sociales.