Mañana viernes a las 18, en la recientemente bautizada sala Angélica Gorodischer de la Biblioteca Argentina "Dr. Juan Álvarez" (Presidente Roca 731, Rosario), tendrá lugar un acontecimiento especial: una psicoanalista presentará su primera novela. Débora Levit (Buenos Aires, 1960) es autora de libros de psicoanálisis y crítica de cine, dos disciplinas que en su obra ensayística confluyen en una mirada interdisciplinar que porta un sesgo de singularidad. Duelo de fantasmas (2022, Buenos Aires, Dain Usina cultural) es el título de ambigüedad deliberada que eligió para su primera pieza literaria. El primer término remite al dolor, a la elaboración de la pérdida en la terminología de Sigmund Freud (en su clásico ensayo "Duelo y melancolía") y también al combate singular, estructura épica de la acción que marca el momento de clímax dramático del western y otros géneros.
Un duelo o combate singular se traba entre dos: el héroe, cara a cara con el antagonista. De la suerte de las armas dependería el destino. La protagonista es llamada Norah por un capricho significativo de la figura metanarrativa de autora que discurre al comienzo y que se representa como tocaya -pero con hache- de la esposa que pierde su hogar en la obra teatral Casa de Muñecas de Ibsen. Se asemeja al príncipe Hamlet. Ha perdido su trono y con él su palacio, pero no se enfrenta a quien se lo ha usurpado: inacción que se explica quizá por su género, por su carácter y por el doble sentido del segundo término.
El "fantasma" literal es Gari, el ex marido fallecido a los 53 años, a quien Norah dirige un diario en forma de cartas no enviadas y con quien sostendrá conversaciones en íntima soledad; todo eso constituye el grueso del libro. La elección de la segunda persona no adopta aquí un tono elegíaco, pero la evitación del combate se va cobrando costos. Hay una levedad aparente que enmascara un gran dolor de fondo. "Fantasma", en el sentido psicoanalítico, es una representación que habita el inconsciente y resulta exteriorizada, proyectada en otro. Aquí está el fantasma de la otra mujer, plasmado para Norah en la figura terrible de Beatriz, la única viuda legítima ante la sociedad y que sabedora de este reconocimiento se yergue poderosa y tiránica, disponiendo de los bienes, de los hijos y hasta de la conmiseración. Desde su lugar de "exmujer" (la que ya no es), y pese a ser la madre de los hijos de Gari, Norah padece un tremendo ninguneo que cree merecer y no le halla salida al limbo nocturno donde se convierte en un "fantasma" más, como Gari.
Levit narra con aparente sencillez y una profunda sabiduría, que se saborea después de haber leído el libro. Como -excepto por ese comienzo metanarrativo, posmoderno y a la vez muy clásico- narra desde el punto de vista de Norah, en la lectura nos identificamos con esta antiheroína, tan judía y moderna como los antihéroes varones en la narrativa de Philip Roth. Norah recuerda que se le ha señalado en su análisis eso que podríamos llamar su defecto trágico: la inhibición del enojo... y la consiguiente evitación de la lucha frontal que le permitiría tal vez recuperar algo de todo lo que van perdiendo ella y sus hijos además de Gari, pero esa relación trágica entre la causa y la consecuencia no está explicitada y la inferimos como lectores, como espectadores del drama. Mientras tanto somos nosotros, los lectores, quienes vamos enojándonos más y más con "la señora" Beatriz, la villana que capítulo a capítulo cobra una estatura de malvada de telenovela, una dimensión casi arquetípica de madrastra o bruja de cuento de hadas. Pero esto no es un cuento de hadas y ninguna hada madrina ayuda a Norah, sumida en una creciente catarata de pérdidas, que intentará navegar con el apoyo de sus placeres: una copa de vino, un disco de jazz y la escritura, que como una mano salida del grabado de Escher dibuja el mismo relato del que la escritora (¿la de ficción, la de verdad?) es personaje.
Levit, en sus trabajos críticos, señala al tiempo como la materia en común entre cine y psicoanálisis. En esta, su primera novela, el tiempo cumple la misma función que en ambos. Su progresión inexorable no se deja leer solo como pura caída sino que habilita posibilidades, si no de acción directa al menos de elaboración, despliegue de recursos. No hay instante mesiánico benjaminiano de toma por asalto, no hay epifanía chejoviana ni nada, en esta historia, que haga saltar la serie de momentos. Pero sí construcción: en lo "menor" del género diario, de la intimidad epistolar en que Norah reinventa el juego entre ausencia y presencia con el "fantasma" del hombre amado y dos veces perdido. Hay toques de humor: el odio a las siglas, o una sombría comparación con Franz Kafka.
Sin estridencias, el libro desnaturaliza lo naturalizado que tenemos como sociedad el desechar a la mujer que ya no es útil. Duelo de fantasmas narra la historia de un duelo casi imposible, el de una "ex", carente de apoyo de la sociedad, y además de poner esta problemática en evidencia contiene una lúcida reflexión sobre las instituciones totales que ofrecen lo mismo para todos al cuidar a las personas mayores en el final de la vida.
"¿Qué haría ella si tuviera que pasar el último tramo en un lugar así?", se pregunta la voz autoral en tercera persona, en un condicional que parece excluir la certeza de la vejez recluida, mientras Norah contempla el destino de asilo donde eligió vivir su anciana ex suegra, como si ella misma tuviera otras opciones. "Cómo sería transitar el tiempo sin poder sumar nuevos libros a su lista, sin elegir las películas que querría ver y no las que dan en la tele, tener que comer lo que hay para comer y que nunca la cena tenga el pequeño glamour de un Malbec en copas altas. Cómo sería no poder mirar el techo de su cuarto, no disfrutar de la pintura de Picasso que cuelga sobre la pared, prescindir de la ternura de sus sábanas, no ver el afuera desde la ventana de su departamento, ese que le costó tanto tener y que decoró eligiendo ella misma sus detalles", enumera Levit.