El último día de clases fue también el último que Alba Susana Changala trabajó limpiando casas. Lo había hecho buena parte de su vida, para tener un ingreso garantizado. Pero ese día de fines de 2016 entendió que estaba lista para dar un golpe de timón. Terminaba cinco sacrificados años en los que se la había pasado estudiando de 3 a 6 de la madrugada, cuando todos en su casa dormían, después de cocinar, planchar, lavar los platos y responder a todos los “¡Maaa, ayudame!”. Porque Susana, a sus 51 años, tiene nueve hijos, cinco de los cuales viven con ella, y se había quedado sola a cargo de todos desde el momento en que a su esposo se lo llevaron preso. Fue como tener el abismo a sus pies, pero resultó también un punto de inflexión. Ahora le empiezan a decir “doctora Changala” ya que se recibió de abogada y se movió rápido para poder ejercer la profesión. El miércoles recibió su título, en una ceremonia en la que juró la primera camada de 41 graduados y graduadas de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de José C. Paz (UnPaz), una de las universidades nuevas afincadas en el conurbano bonaerense que permiten a miles de jóvenes y adultos tener una formación a la que de otro modo no habrían accedido. Se las ha señalado como fuente de despilfarros, como si determinadas poblaciones de bajos recursos no merecieran este tipo de formación. La mayoría de quienes se recibieron esta semana son primera generación de universitarios en su familia.
“Uno de los grandes prejuicios más escuchados sobre esta universidad, tiene que ver con la clásica distinción entre trabajo manual y trabajo intelectual: Te dicen, ‘para esa gente en esos lugares lo que hay que enseñar es oficios, ¿para qué quieren más abogados?’ y lo que no entienden es que hay una forma distinta y necesaria de ser abogado”, explica Diego Duquelsky, director de la carrera de Abogacía de la UnPaz. “Nosotros buscamos un abogado comprometido con lo social, que entienda y mire el derecho como una herramienta de transformación; que sepa que seguramente un banco buscará abogados de una universidad privada, pero que tiene posibilidades de ganar un juicio por falta de cloacas, por poner un ejemplo. Queremos abogados que entiendan que el derecho a la educación superior es derecho colectivo”, agrega. Duquelsky cree que así como “la universidad de la reforma de 1918 sirvió para la movilidad social individual las universidades del bicentenario tienen que propender a la igualdad”.
Madre de nueve
Alba vive en el barrio Frino, de José C Paz, al que describe como “uno de los más calientes de la zona”. La detención de su marido y la perspectiva de quedaría preso unos cuantos años, la determinaron a repensar cómo haría para poder vivir y mantener a sus hijos (el más chico tiene 10 años y el mayor 32), cómo podría ayudar a su esposo en su situación y respecto de las condiciones de detención. A medida que conoció el mundo de la cárcel y las requisas a las que son sometidas las mujeres cada vez que van a hacer una visita, entendió cada vez más lo que necesitaba. La apertura de la carrera de Abogacía en la UnPaz en 2012 le generó gran expectativa. Queda a 15 minutos de su casa. “Eso hizo que lo pensara como algo posible”, cuenta, y se enorgullece de tener 9 de promedio y de que sus hijos más chicos sean abanderados en su escuela y de que otros dos estudian también en la universidad. Alba tiene grabado en la memoria el primer día que fue a una clase en la facultad: “Todos los del turno noche estábamos en la misma. Trabajábamos mucho e íbamos a estudiar. Mi compañero de al lado trabajaba en una panadería y llegaba siempre con los zapatos llenos de harina. Ahora lo veo de traje. El de atrás era albañil.”
A través de una experiencia personal Alba dice que pudo apreciar la diferencia de tener una formación universitaria como abogada: llevaba meses batallando porque le habilitaran el cobro de la jubilación de su marido; hizo decenas de trámites y nada conseguía; por fin un día pudo argumentar por qué le correspondía, era un derecho. Ya se estaba por recibir y se presentó en la Anses esta vez “subida” a su papel de abogada, se presentó como “la doctora Alba” y el trámite se destrabó. Desborda de alegría cuando describe la satisfacción. “Cuando conocí el derecho, pude ir con otras herramientas”, explica. “Antes había vuelto tres veces llorando, y el derecho era el mismo”, insiste. Ahora ya trabaja en la Comisión Veedora de condiciones carcelarias en el Colegio de Abogados de San Martín y le propusieron trabajar en Derecho de Familia en un área de asistencia jurídica gratuita dentro de la propia UnPaz en convenio con el mismo colegio de abogados. Acostumbrada a repartir la leche en su barrio desde hace doce años, aprovecha para alentar a sus vecinos para que estudien en la universidad. Y se topa con consultas: padres que no pagan la cuota alimentaria, violencia contra las mujeres, abuelas separadas de sus nietos, derechos del consumidor, trabajadores en negro, entre muchos otros tópicos.
Enfermero y abogado
La carrera de Abogacía de la UnPaz tiene 2800 alumnos, en su mayoría de 30 años para arriba. Llegan de barrios y localidades linderas. De José C. Paz propiamente dicho, de San Miguel, de Malvinas Argentinas y hay algunos de Bella Vista, entre otros puntos. Duquelsky comenta que uno de sus lemas es que “saber Derecho no es conocer la ley”. “Muchos de nuestros estudiantes está presente la búsqueda del Derecho por cuestiones personales. Han sido clientes del sistema por alguna razón, o beneficiarios de planes sociales, o protagonistas de situaciones de violencia, entonces serán traductores de lo jurídico. Cuando sus vecinos se enteran que estudian abogacía, van y les preguntan todo, porque les llega una cédula y no saben si se ganaron una herencia o van presos –ilustra el director de la carrera– . Saben, entonces, lo que es el derecho en acción. Y lo que importa es eso, cómo funciona el derecho de verdad”.
Mientras sus compañeros lo aplaudían en la ceremonia de graduación, José Parisi vio que su hijo de 8 años, Franco, se le abalanzaba y lo apretaba fuerte con un abrazo. El pequeño estaba llorando, emocionado. Su papá trabaja hace años como enfermero en el Hospital Vélez Sarsfield y en el sanatorio Méndez, pero ahora podía decir también que es abogado. “Cuando empecé la carrera vivía laburando, llegaba la noche y estaba agobiado, siempre con la amenaza de que la plata no alcanza. A veces mi esposa me vía mal, incluso en el tiempo libre y un día me encaró: ‘¿Por qué en lugar de malgastar el tiempo no estudiás? Me anotó ella”, relata. A él le cerraban varios factores: se había criado entre libros y sus amigos suelen decirle que “el chamuyo y las canas” le dan “perfil de abogado”. “Mi viejo fue un hombre perseguido, fue un asalariado, aguerrido y combativo, que estuvo preso en tiempos de la lucha por la educación laica o libre, lo echaron del colegio y no terminó el secundario. Falleció en 2002: pobre, sin trabajo y sin jubilación. Todo eso me marcó”, reflexiona.
Todavía José no se imagina ejerciendo como abogado, pero quiere empezar por “dar clases y devolverle algo a la universidad, aunque sea pintando paredes”. Ya tuvo una propuesta para colaborar con una materia sobre derechos del consumidor. Pero le gusta también el derecho laboral. Piensa, en estos días, que hay un modo de juntar ambas cosas “cuidando los derechos de los enfermeros y de los pacientes”. José, “el Turco” como le dicen, no cree en las casualidades: su papá cumplía años el día del abogado laboralista, igual que una de sus nietas (hija de su hijo de 26 años) y su abuela fue una luchadora delegada de la empresa Pirelli.
Primera generación
La carrera de abogacía está diseñada como para ser cursada en cinco años de manera presencial, y en general los estudiantes logran hacerla en ese tiempo. En Derecho 300 estudiantes tenían el plan Progresar y lo perdieron. El impacto se siente, pero siguen intentando estudiar. El recorte presupuestario que afecta a la educación en general, llega a UnPaz también que no ha podido designar nuevos docentes en el último año.
Después de terminar la secundaria de adultos a los 30 años, Sonia Pujol, que hoy tiene 43 y tres hijos, hizo intentos de estudiar para tener un título universitario: empezó la carrera docente, cursó algunas materias en Psicología, pero viajaba más horas de las que estaba en la facultad. Hizo tres intentos y bajó los brazos pero cuenta que “después de que se inauguró la universidad en José C. Paz acompañé un día a una amiga a inscribirse, y me terminé anotando yo también”. “Pensé: ‘acá llego en 15 minutos, caminando, en bicicleta, moto, como sea’, tengo que probar. Y me enganché. Mi amiga se terminó yendo a vivir al sur y yo seguí. Me acomodé los horarios de manera exacta para sincronizar los horarios con los de la escuela de mi hija más chica”, recuerda con alegría.
En el segundo año la ganó un entusiasmo desconocido para ella. Dice que fue gracias a una profesora de la materia “Obligaciones” que daba la clase “con mucha pasión”. Sonia es la primera integrante de su familia que obtiene un título universitario. Su papá era encargado de edificios y su mamá, peluquera. “No tengo contactos ni conocidos en el Poder Judicial, estudios o dependencias jurídicas. Como quiero trabajar en algo relacionado con el derecho, empecé a probar todo. Rendí examen de idoneidad para el Poder Judicial de San Martín. Éramos tantos que lo rendimos en un cine. Lo bueno es que es un sistema democrático y la gente participa”, señala. En reparticiones y estudios le pedían la matrícula (que aún no tenía) y un posgrado. Se anotó en la Universidad de Buenos Aires (UBA), en una especialización de derecho de familia y derecho laboral: el primer día se sentía una turista y se sacó fotos en las escalinatas. Fue con una compañera. “Nos sorprendió que la gente no estaba en grupo, todos de a dos. Nos faltó el calor humano de la UnPaz”, transmite. Mientras busca trabajo también asistió de oyente a la materia “derecho laboral” y ahora decidió aprovechar el posgrado de la UnPaz, que es una diplomatura para ejercer la docencia. “¡Y es gratis!”, celebra. Una de las experiencias que la decidió a buscar trabajo de abogada fue hacer una práctica el final de la carrera, en comedores escolares y guarderías de la zona, donde tuvo que resolver conflictos, como padres que no se relacionaban con sus hijos o no pagaban la cuota alimentaria. “Todo esto –sintetiza– es de lo mejor que me pasó en la vida.”