I. Si Dos es la cifra del amor, lo es a condición de volverse Uno, lo uno del rasgo unario señalado por Lacan. Ese Uno --rasgo unario-- garantiza la serie y también las posiciones de lo humano en los discursos.

El rasgo unario supone permanecer en la función de corte, persistir en la lengua como estructura de lo humano.

Dos, entonces, no es a priori una cifra del amor sino una cifra de la tensión imaginaria.

Es también una cifra que revela la psicosis en su etapa persecutoria, la de su desencadenamiento. Dos es la cifra de la psicosis desencadenada, a punto de estallar. Lacan señala esto en el esquema Lambda, y en su escrito “Función y campo de la palabra”.

II. En esa misma dimensión holográfica, dos es lo gemelo y lo doble, más precisamente el Doble.

El doble no es otra cosa que una apetencia fanática por capturar TODO él al otro. Es la vicisitud trágica de la “unión mundo” a manos del perpetrador, en una de sus variantes, de los mecanismos propios de la megalomanía y de las fantasías perpetuas de fin de mundo

Es, asimismo, la visión fraticida de Abel y Caín.

Variantes, todas ellas, de la novela “Los hermanos Corsos” de Alejandro Dumas, tal vez émulo y variante de su otra novela célebre: “El Conde de Montecristo”, donde se pone en juego muy precisamente la función de la venganza como motivación primordial y como afán de justicia.

En “Los hermanos Corsos”, esa variante propia de la gemelación se dispara y se coagula en el sufrimiento en el otro, instantáneamente, una muerte en la otra, una inevitable posternación a la idea de destino cuando los sucesos se hallan desencadenados.

En el dos, cuestión que la literatura y la dramaturgia han capturado perfectamente en la visión del agonista - protagonista y el antagonista, se desenvuelve el drama sin salida del pasaje al acto mortífero.

III. El psicoanálisis propone por el contrario una experiencia de la diversidad, de la serie como diferencia. Es una práctica que trabaja sobre otra dimensión de la novela, la novela familiar, para no sólo reescribirla, sino sobre todo para extinguirla y hacerla renacer como un Fénix.

Eso es uno de los trabajos de un análisis: desgastar la novela familiar y traducir los signos a otra lengua.

Una lengua propia, una lengua creativa y común. Común a la época y a la comunidad. En la psicosis, posternada en el dos de la gemelación --como el Chapman que da muerte a John Lennon después de haber logrado usurpar de manera totalizante su identidad, y a partir de comenzar a firmar él mismo como “John Lennon”-- lo que en verdad ocurre es una falsa relación con la lengua, una dimensión de la lengua que Lacan relaciona a los “fenómenos elementales” --intraducibles, y peor aún, intratables y externos a la lengua--, eso del orden del delirio que tal vez habríamos de considerar una “no lengua” y un “sin lengua”.

IV. La inmersión y la exposición a la experiencia del doble invita a escaparnos, salir de ahí, echarnos a correr rápidamente.

En esta, la época signada por la fascinación imaginaria y por la captura de los medios teledistantes, duplicándonos, doblándonos, clonándonos, mimetizándonos en los algoritmos hasta empalmar en las líneas de montaje, en cada espacio de nuestro “ser deseo”, en una dimensión que encarna el SER Deseo del Otro, como simples objetos de un deseo inconfesable. Dimensión imposible, allí donde el montaje de la pulsión se desvirtúa hasta coincidir empuje, meta y tendencia, en esa identidad de percepción destructiva. Allí no hay punto cero, sino regresión al dos como cifra de lo inconsciente inasimilable a la conciencia.

Allí, dos, es la cifra precisa de la aniquilación.

V. Este dos de la aniquilación no es el dos de la serie, como señala Lacan en sus llamados “matemas” como deslizamiento del S1 al S2, de la relación entre saber y verdad, y del supuesto saber a la serie de los sentidos.

Por el contrario, en este dos aniquilador, yace y se agazapa el fenómeno de la holofrase, palabra frase en un solo signo, siendo signo.

VI. La dimensión creativa de la vida propicia en cambio el dos de la unción, de la comunión, de la comunidad. Nos rescata de ese permanente arrojarnos a las posiciones fantasmáticas, autodestructivas, desvanes de nuestra niñez en sombras, rincones amenazantes de la existencia.

Armar una ronda en común para no olvidarnos que tenemos cuerpo, y que ese “cuerpo alma” es el cuerpo que se anima por rondar las relaciones y las vicisitudes de lo humano. Un cuerpo con alma y también un cuerpo alma.

Esa animación de la vida preserva mejor de los peligros inevitables de la existencia. Eso que nombramos como “una dimensión estética de la vida”.

Como los orfebres de nuestra existencia, enhebradores de perlas, las mejores, las seleccionadas, las más dulces, las poéticas.

Si agitamos las perlas ellas suenan. Son como despertadores, destellan en breves parpadeos, nos devuelven y nos lanzan a la vida.

Cristian Rodríguez, Espacio Psicoanálisis Contemporáneo (EPC).