Entre los objetos que inesperadamente han caído en desuso, como la máquina de escribir, está el espejito “para la cartera de la dama o el bolsillo del caballero”. La función “selfie” del celular convierte a éste en un espejo, a mano para cualquier eventualidad. El celular ha pasado a ser como una célula de nuestro cuerpo, necesaria para comunicarnos, para tener el control sobre la ubicación de nuestros hijos o parejas, GPS para manejarnos en lugares desconocidos, es baúl de fotos, películas y de toda la música que nos gusta, continente de datos y cifras. Lo miramos con cariño cuando esperamos el llamado del ser amado, con desesperación cuando esta llamada no llega, con pánico cuando puede provenir de nuestro jefe irritado.
La posibilidad de perderlo, que nos sea sustraído o de quedar fuera del área de cobertura nos provoca una ansiedad que supera la del inconveniente práctico o económico: caemos como puede caer el sistema, porque el celular no es solo un teléfono inteligente, es nuestra identidad. Nos representa, contiene nuestra información, nos miramos en él. La función del espejo ha sido estudiada por psicólogos y psicoanalistas, tiene un papel fundamental en el armado de nuestra subjetividad, de nuestra identidad. Lacan habla de un Estadio del espejo, aquel en el que se constituye el Yo; la inmadurez del niño no le permite concebirse como una unidad, sino como un cuerpo fragmentado; pero, alrededor de los 6 meses, el verse en el espejo le brinda una imagen completa, una unidad y puede decir, con júbilo, “soy yo”.
La imagen en el espejo no es algo aislado, está sostenida por la mirada de la madre, que fue el primer “espejo”, la mirada que le da un lugar, que lo reconoce como persona. De ahí proviene el poder de fascinación de la imagen, poder que será heredado luego por las pantallas: el cine, la TV, la compu. Nos miramos en la pantalla del celular, pero éste también nos mira. Como una madre, su alarma nos despierta por la mañana, nos recuerda nuestras citas, nos encontramos consultándolo para saber si hace frío o calor confiando más en su información que en la sensación térmica de nuestra piel. Pero, más allá de estas funciones, a través del celular, somos observados.
Lacan dice: creemos mirar, pero ignoramos que somos mirados desde otros puntos, el mundo es omnivoyeur. La forma en que nos mira el otro nos determina, influye en nuestra forma de vernos, a nosotros mismos y al mundo. La mirada que recibimos del otro nos condiciona a percibir con optimismo o pesimismo, a proyectar un futuro promisorio o un desastre apocalíptico, a tomar el mismo objeto como bello u horrible. El mundo omnivoyeur que describía, de donde venía una mirada previa, enigmática, parece tomar cuerpo cuando casi todos los aparatos cibernéticos que manejamos y a los que miramos constantemente, se convierten también en miradas. En qué medida esto modifica nuestra visión, de qué modos nos empuja a construir nuestra intimidad, mostrando u ocultando, constituye un desafío para entender la particular subjetividad que nuestra época está gestando.
Diana S. de Litvinoff es psicoanalista (APA). Conceptos extractados del libro “Introducción a la lectura de Jacques Lacan”.