Perdidos en la política del día a día, se ha dejado de ver en perspectiva que la pobreza, que se consideraba limitada en el ambiente vernáculo al conurbano bonaerense y a nivel global al África, Asia y otros países de América latina, se ha incrementado de una manera bestial en las últimas décadas y particularmente a partir de la pandemia, acompañando antagónicamente el crecimiento exponencial y la concentración de las grandes fortunas, superiores todas y cada una de ellas al PBI de muchos países.

El exsecretario de Trabajo de Estados Unidos, Robert Reich, plasma en una frase la muestra de la desproporción que han alcanzado los números de la distribución de los recursos en su país y grafica claramente lo que ocurre a nivel global: ”Nadie necesita a Jeff Bezos, propietario de Amazon, para lanzar cohetes al espacio exterior. Necesitamos que pague su buena parte de impuestos para que la gente pueda prosperar aquí en la Tierra”

No es casual que el mismo economista denuncie a los formadores de precios como generadores de la inédita inflación que está sufriendo Estados Unidos. Es claro que se trata de las mismas empresas multinacionales que son dueñas de prácticamente todo, que dominan el mercado de alimentos, productos de limpieza y energía. Son empresas globales, que también se encuentran en Argentina.

Lo anteriormente expuesto se suma al desordenado escenario económico que se vive en el país, pospandemia y deuda heredada, amén de una guerra europea de efecto dominó. También en Argentina las ganancias han sido obscenas, mientras la pobreza y la exclusión aumentaron sostenidamente, a pesar de la baja de la tasa de desempleo.

La desigualdad

La continua inflación horadó los salarios vernáculos tanto como los de cualquier lugar del mundo. Queda ahora pensar por qué razón todavía hay personas que se enojan con los pobres cuando deberían enojarse con la pobreza y quienes la provocan y hacerse cargo de que no se ha hecho más que dar palos de ciego mientras el sistema económico global avanza hacia un posible colapso estructural.

Cuando una fiera famélica, amenazada y acorralada muestra los dientes está, simplemente, apelando al último recurso que su instinto le manda; es un mandato natural y por ende su imposibilidad de conciencia para realizar una salida alternativa. 

Quien no puede elegir no es libre y se encuentra literalmente acorralado, inerme frente a cualquier fuerza que le supere. Pero, ¿qué pasa entonces con los pobres que el imaginario atroz ha estigmatizado como vagos y faltos de méritos y voluntad de superación?

Hay un estereotipo magnificado hasta el cansancio por el neoconservadurismo, que “imagina” al pobre y su manera de vivir. Claro que nunca han sido enfrentados a la miseria en primera persona. Si les hubiese ocurrido, en muchos casos otro sería el sentir, porque la verdadera miseria desgarra siendo apenas testigo de la trágica condición de seres humanos condenados a vagar entre basurales y vivir de las sobras y alguna rapiña ocasional. 

Lógicamente, quienes son privilegiados desde la cuna con cuatro comidas y una ducha diaria no tenemos otra forma que entender el infierno de los que viven sumidos en la miseria que llegar hasta ahí, donde los chicos sucios y desnutridos se revuelcan en basurales, mezclados con perros sarnosos y caballos escuálidos. 

Ahí, donde no pueden nunca imaginar la salida, porque no la hay, y si la hubiera debería venir de terceros con una mínima dosis de altruismo y de un Estado que, aunque muchas veces puede dar palos de ciego, intenta al menos paliar el hambre y la ignorancia.

Los discursos políticos muestran claramente cuál será el calibre de la política de Estado. Y en medio de semejante panorama social se habla de ahorro a costa de políticas sociales, jubilaciones, hospitales, servicios públicos, prestaciones médicas y medicamentos. Cada peso que se saque de esos presupuestos va a lastimar a personas. 

Cada peso menos puede significar la vida o la muerte de una o muchas personas. La manera que se utiliza para hacer políticamente digerible este discurso es negar su condición humana y tratarlos de vagos que se aprovechan del Estado y de unos supuestos impuestos pagados religiosamente por personas que rara vez blanquean su economía.

Altruismo

¿Qué se hace entonces? ¿se los abandona? Están acorralados y no tienen ni idea de cómo buscar la salida, porque no pueden imaginarla. Así de marginados están, sumidos en un mundo que se sigue hundiendo en forma inversamente proporcional a aquel de los que acumulan cada día más riquezas, que asciende con obscenidad hasta el lugar desde el que el desprecio al pobre es parte de un juego de amos insensibles y esclavos irredimibles.

No hay, ni habrá otra salida que volver a pensar el mundo como un todo, que hacer del altruismo una nueva convicción forzada. Cuando se escuche un discurso político, la sociedad debe poder imaginar los ojos con miedo, la pobreza tatuada en la piel, la triste resignación del que se sabe en una trampa de la que nunca saldrá. Debe también poder preguntarse si puede hacerse el distraído a la hora de votar porque el voto siempre debería ser para el que gobierne para los pobres. Para alcanzar los ideales de libertad e igualdad primero se debe garantizar que se pueda elegir, y no hay posibilidad de que esto ocurra a quien no se le dio acceso al trabajo, la ciencia y la justicia.

“Mientras la pobreza, la injusticia y la desigualdad existan en nuestro mundo, ninguno de nosotros podrá realmente descansar”, Nelson Mandela.

* Excomisario de abordo internacional y exejecutivo de Aerolíneas y Austral.